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Espacios sociales para una sana convivencia

Dado que se ha incrementado los fenómenos de violencia o saltan más a la arena social  de nuestra sociedad,  se busca afirmar los valores fundamentales en la convivencia pacífica, de un capital humano acorde con su momento histórico.

Dado que se ha incrementado los fenómenos de violencia o saltan más a la arena social  de nuestra sociedad,  se busca afirmar los valores fundamentales en la convivencia pacífica, de un capital humano acorde con su momento histórico.
Estas realidades de nuestro espacio social, presentan una extensión de negros nubarrones, que avizoran ilusiones y  amedrentan bríos e ideas, en el sistema de enseñanza ¿Qué vamos a hacer con estas descendencias que parecen ser tragadas por los videojuegos e internet,  azotadas por la inercia, así como también,  un desmesurado aumento del consumo, y una ausencia  de proyectos que vengan a paliar  la violencia? ¿Cómo concebirlas y constituir para ellos (as) en  un proyecto educativo sostenible?
Ante este escenario, los desafíos que esbozan los sucesos contrarios  que permitirían la sana convivencia y el aprendizaje, a quienes hoy enseñamos – los mismos que crecimos corriendo seguros por las vías de nuestro barrio – pueden ser la coyuntura de innovar  fértiles  aprendizajes,  sobre la naturaleza del desarrollo social, la  cultura,  el cohabitar con insumos y fortalezas,  que poseemos los seres humanos,  sin saberlo.

Para ello, ante una  crisis, ¿es permisible continuar  como si nada, desconociendo el impacto de muchos de los insólitos o bestiales casos en las que estamos educando? ¿Es viable guarecerse en “lo que anda bien”, en actos litúrgicos vacíos, o sofocarse en infortunios? ¿De qué vale estancarse en el gemido y la imposibilidad, bajar los brazos para dimitir a educar? Porque, después de todo, germinan las dudas: ¿será para tanto?, ¿estaremos dramatizando la crisis? o… quizá sea un asunto de otros, o de algunos  sectores sociales.

Efectivamente, la progresiva ola de la violencia que surcan  los centros educativos suelen encontrar a docentes, padres y directores (as)  turbados y enclenques; como también,  se hallan los estudiantes que naturalizan esa presencia y la aceptan como parte del juego.

De tal manera, que en muchos casos, la indagación de soluciones se estanca en réplicas y  recetarios, así como, las  propuestas sustentadas por usanzas pedagógicas o “técnicas” empacadas y en serie, cuyo desengaño  se acredita en “ la finca de las  desesperanzas” y los excluidos del sistema.
Los pocos logros obtenidos con estas habilidades,  declaran la penuria de empotrar cambios más significativos y  culturales,  a un grado menos global,  más comunitario.  De poco valen los instrumentos o habilidades, sin una coherencia y un sentido sujetado a la cultura institucional,   a una malla de relaciones, con su armazón de dogmas y convicciones,  que dosifican los procesos de permutación de la vida cultural en los centros educativos.
Estas molestias  que humedecen  la vida social de nuestra sociedad, suelen desbordarse en los sujetos sociales  más vulnerables; tal es el caso,  nuestra niñez.   La conflictividad,  el caos o la anarquía,  que ha estallado o está oculto en muchas escuelas costarricenses, forman parte o por lo menos es interpretada en la lectura social de nuestras instituciones educativas,  como un aviso, una llamada de atención, un signo visible, como a  su vez, aunamos más a este caldo de cultivo,  el fracaso académico, la deserción y la exclusión social,  que conlleva al detrimento  de un capital humano tardío.
La complejidad de este escenario  social,  lleno de tensiones, muestra su peor aspecto en la constante embestida mutua que experimentamos  muchos, de los que convivimos  en un centro educativo, ante la  incapacidad de vincularse, comunicarse y cooperar, de establecer lazos y compromisos con los demás,  asociarse en proyectos comunes; manifestar afecto; expresar emociones y compartir con el colectivo institucional.
El hecho es que si los niños (as) no aprenden,   lo que acontece  en la escuela, como un cúmulo de experiencias y de competencias sociales, las cuales,  les permitan  su integración a conservar   su identidad dentro de la estructura social,   poco podrán hacer cuando adquieran plenamente el rol de ciudadanos.
En ese sentido,  son vitales las  competencias sociales  en el devenir histórico de su convivencia  dentro y fuera de la escuela, con el objeto de  formarse como ciudadanos  y  mejorar sus vínculos interpersonales.  La escuela se ha convertido, para muchos de ellos, en el único espacio seguro, abierto  de relaciones sociales, cara a cara.
Es preciso que los escolares de todos los niveles tengan diversas oportunidades de aprender esas competencias: cooperar, liderar y convocar; advertir, identificar, interpretar, resolver y afrontar las tensiones sociales que viven; relacionarse, comunicarse y plantear de manera socialmente correcta sus discrepancias, porque no tienen muchas otras oportunidades o espacios para lograrlo.
Esta construcción social, se manifiesta como una interrogante,  que golpea a los educadores: cómo organizar este  paisaje (inquietante, confuso, hostil) en los centros de enseñanza,  como  un sitio apacible para todos los que están citados. ¿Puede haber una escuela tranquila en un contexto que no lo es? Posiblemente algo menos que eso: sencillamente un espacio en el que se negocie una tregua y se eduque a pelear, no unos contra otros, sino todos contra las condiciones que nos imposibilitan el desarrollo.
Lo anterior, nos  plantea las condiciones que nos permitan  generar los espacios sociales para una sana convivencia escolar,   pese a la complejidad  del tejido social y la diversidad circunstancial, en las que se desarrolla su actividad, justamente por esa versatilidad que tienen los grupos humanos –familia, escuela– de  crear microclimas o hábitats y campus  de sana convivencia.Para construir una convivencia sana,  es básico partir de la aceptación de que el conflicto es ineludible, porque solo cuando se afrontan y aprovechan las tensiones y cotejos propios del convivir, es posible,  asentar procesos de construcción de una comunidad escolar pacífica.

  • José Efraín Quirós Moya (Sociólogo)
  • Opinión
AnarchismViolence
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