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John R. Talbott, profesor visitante en la Escuela Anderson de Gestión, Universidad de California, predijo con gran precisión -más de cinco años antes- el descalabro económico que ahora vive Estados Unidos, en su libro intitulado Próxima quiebra del mercado de vivienda (2003).
Después, escribió otra obra sobre la política económica propuesta por Barack Obama; el título es Obamanomía (2008) y se refiere a cómo el ahora Presidente pretende sustituir la economía “de goteo hacia abajo” (“trickle-down economics”) por una que él llama “prosperidad desde abajo hacia arriba” (“bottom-up prosperity”).
Según la primera, el desarrollo económico se logra concediendo estímulos a los sectores más pudientes que, supuestamente, generarían empleo y bienestar para el resto de la sociedad. Mas no se ha obtenido esos resultados; entonces, Obama propone cambiar la estructura del sistema económico y proveer estímulos directamente a la clase media; esto favorecerá todos los sectores sociales, pero más a los de ingresos menores en relación con los de ingresos mayores.
Talbott agrupó las medidas correspondientes en diez categorías: justicia económica; oportunidades económicas; solución de la crisis financiera; eliminación del cabildeo corporativo; equilibrio entre globalización y generación de empleo nacioinal; solución al calentamiento del planeta y la crisis energética; servicios de salud pagables; atención al envejecimiento poblacional; prioridad a la cooperación; combinación entre ética y economía.
Al examinar esas categorías de políticas con cuidado, uno se da cuenta que las primeras seis se refieren principalmente a modificaciones de relaciones entre ciudadanos, mientras las otras cuatro plantean transformaciones de las personas mismas.
Esa es la gran estrategia de cambio propuesta por Barack Obama que sugerí, en otro artículo de este semanario (“¿Un Nuevo Paradigma Político?”, 5/11/08), podría desembocar en una verdadera mutación de la especie humana, sumándose a otros rasgos emergentes observados en sociedades cercanas y lejanas. Desde esa perspectiva, es significativa la complementariedad y compenetración que existe, al respecto, entre él y su pareja (socio-biológica) Michelle Robinson. Por ejemplo, en su libro de venta máxima Audacia de la fe (2006), él escribió lo siguiente:
“ … pienso en América y quienes la construyeron. Los fundadores de esta nación, que de alguna manera superaron pequeñas ambiciones y estrechos cálculos para imaginar un país desplegándose a través de un continente. Y aquellos como Lincoln y King, quienes ofrendaron sus vidas en aras del perfeccionamiento de la unión. Todos esos hombres y mujeres sin rostro, esclavos y soldados y sastres y carniceros, construyendo vidas para sí mismos y sus hijos y sus nietos, ladrillo por ladrillo, riel por riel, mano callosa por mano callosa para llenar el paisaje de nuestros sueños colectivos. De ese proceso deseo ser parte.”
Por su parte, en un discurso improvisado en la Universidad de California (3/2/08), reputado como uno de los mejores de la campaña, ella advirtió:
“(Barack) les exige trabajo. Él demanda que desechen el cinismo. Que superen las divisiones. Que salgan del aislamiento y la zona cómoda. Que se obliguen a ser mejores. Que se comprometan. Él nunca permitirá que regresen a la vida de siempre, sin arte ni parte”.
Todo ello sugiere o permite inferir que las ideas económicas de Barack Obama no son economicistas; están ubicadas dentro de un humanismo amplio y una humanítica de gran alcance. Para él, la economía no es un fin en sí: las personas no deben ser sacrificadas en el altar de los mercados; las mujeres y los hombres de carne, hueso y alma no están al servicio de la economía. Al contrario: los seres humanos deben ser amos de los mercados; la economía debe estar al servicio de ellos.
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