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A propósito de los remezones, reacomodos, reorganización, reestructuración, como suele llamarse a las cosas que no conviene llamar por su nombre, y que han hecho noticia en uno de los monstruos tibaseños.
Conozco algunos de esos periodistas que dieron todo por la salud del patrono, a los otros los puedo conocer por esos algunos. Todos eran acólitos del desmantelamiento de una nación. Escribían y escribían… y tarde se dieron cuenta de que lo que habían visto era el negativo de la fotografía: cuando las cosas tenían que mejorar hasta rayar con la utopía, se pusieron peor, todo se vino abajo, dieron “vuelta en U” y el bumerán los golpeó con la fuerza del desahucio. Aunque es solo una gota de veneno en el vasto océano de la desinformación que auguraba la entrada en el TLC (olviden lo de la crisis, la crisis es justamente la ambición de los telecianos comiéndose el rabo de sí mismos) les tocó a ellos, los ungidos para formar ciudadanos a través de los medios, tomarse la cicuta públicamente.
No supieron interpretar la realidad, y fueron como la mayoría de nosotros a dar el voto por el TLC, por cuñas bien hechas, jingles que incentivan la emoción y el terror que despierta no tener siquiera planeta, porque era eso lo que decían “Rechazar el TLC implicará un salto al vacío y un serio retroceso”, (editorial de La Nación el 4 de setiembre del 2007).
También CNN nos declaró una y otra vez los apátridas de la Vía Láctea, en ese período de prohibición propagandística que impuso un tribunal de elecciones supremamente atribulado; y los ticos tan desprotegidos porque ni siquiera ha terminado Franklin Chang su cohete de plasma, para buscarnos hogar en algún otro sitio de la galaxia.
Y así llegamos al referendo del 7 de octubre del 2007, y a las elecciones, a los certámenes de belleza, las encuestas para el mejor gol de la época, la trompa con el botox más atrayente, la Sala Cuarta como un adefesio que utiliza la excepción de regla, el ombligo que nos hace tragar saliva como despiadados, la tragedia de “Las Crucitas” presentada como un acto de amor con la naturaleza, los bonos chinos, las dolorosas jornadas de los consultores del BCIE (eso sí, bien pagadas) por ver cómo se diseña un tugurio, la obligación de que venga Barack Obama porque a un querubín no se le desprecia.
Y como quien no quiere la cosa, nos ponen a contabilizar las dosis mínimas de silicona requeridas para embrujar a un ministro. Y después nadie entiende por qué la gente se mata en las calles, y el neoliberalismo convierte a empellones la delincuencia en un acto revolucionario.¡Cómo nos cuesta enfrentar lo trascendental!
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