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Los palestinos y judíos de buena voluntad piden diálogo para convivir en paz. Los colombianos recién liberados piden diálogo entre el gobierno y la guerrilla, para democratizar a su país.
Lamentablemente, las voces que replican este llamado son pocas y muy débiles. Las religiones del mundo, llamadas a ser agentes fundamentales de reconciliación humana, muestran una debilidad asombrosa. La Organización de Naciones Unidas (ONU) y la Organización de Estados Americanos (OEA) son igualmente débiles y hasta negligentes.
En esta “selva” global los seres humanos pareciéramos hoy más que nunca una especie en extinción por inercia. Estamos renunciando a ser el único animal que habla. Apenas cuchicheamos, berrinchamos y, las más de las veces, vociferamos.
El doble discurso, la demagogia, el sensacionalismo periodístico -que crece como la mala yerba en nuestro país- son, entre otros, los principales enemigos de la palabra sensata, crítica y constructiva. El gran desafío es, por consiguiente, recuperar esa palabra que abre caminos de esperanza y construye lazos de amistad y comprensión. Es decir, la palabra al servicio del diálogo.
En la reciente campaña electoral de Estados Unidos, el excandidato John Mc Cain trató de desautorizar a su contrincante Barack Obama por sus intensiones de dialogar con el gobierno de Irán sin poner condiciones. Tal actitud no implicaba, como bien aclaró Obama, que no hubiese criterios para fundamentar y orientar el diálogo. Lo que afirmaba era la necesidad de superar la arrogancia de quienes buscan que en la mesa del diálogo se sirva siempre de primero su “plato” favorito.
La humildad de quien sabe escuchar es el único camino que nos puede conducir a enfrentar los conflictos de intereses, para crear mejores condiciones de convivencia entre personas, sectores sociales, pueblos y países que son inevitablemente diferentes, por razones biológicas y socioculturales.
Efectivamente, el secreto del diálogo es saber escuchar. Por eso el silencio y la pausa marcan el ritmo de una auténtica conversación. Sin embargo, a diferencia del lenguaje musical donde el silencio es un componente esencial del ritmo armónico, en la conversación entre seres humanos es muy frecuente que más bien cumpla una función que distorsiona -introduce ruido en- el verdadero diálogo. No se aprovecha la pausa para escuchar al interlocutor y abrirse a sus puntos de vista, si no para reafirmar los propios y armar la mejor estrategia de contraataque.
Raimon Panikkar señala: “El diálogo, inevitable e indispensable, no es solo un imperativo social, un deber histórico; es la conciencia de que para ser nosotros mismos, simplemente para ser, debemos entrar en comunión con la tierra, debajo, los hombres a nuestro lado, y en lo alto, los cielos”.
Para responder al grito de las víctimas de la violencia, al “gemido de la creación” y al llamado a la paz y la buena vecindad entre los pueblos, el diálogo es el camino.
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