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Prevenciones literarias

No es tarea fácil entregar un escrito en que no se piense si es o no agradable al público, menos aun cuando no es la oficialidad quien promueve o incita la lectura del mismo.

No es tarea fácil entregar un escrito en que no se piense si es o no agradable al público, menos aun cuando no es la oficialidad quien promueve o incita la lectura del mismo.
Además, enfrentarse a las arduas críticas de aquellos que se jactan de ser asiduos lectores, menos tarea fácil es.
Tanto la oficialidad gubernamental, estatal, representadas por entidades culturales bañadas en las autoridades del sacro santo Estado, como las autoridades que entrega la academia en los concursos, certámenes o simposios, son todas esas meras reflexiones desde los círculos de poder, son representaciones de autoridad, son representaciones de sumisión a un sistema de una tiranía interna que determina cuáles y quiénes ameritan ser leídos/as o editados/as; son las reproducciones de un discurso desde el poder, son las reproducciones del poder y son quienes sostienen el poder. Son los absolutos representados en individuos que aberrantemente representan instituciones.
Cada vez más, los sistema de tiranías estructurales pesan sobre discursos, que en el más discreto silencio, salen al aire cuando algún escrito no está en los cánones establecidos y aunque vengan, por lo general, acompañados los discursos de ponencias transgresoras o libres, no dudan en censurar algo que no ha sido regulado por las autoridades pertinentes, en ese sentido, los discursos son meras versiones del mismo discurso del poder, de la autoridad; son defensas inconscientes de la jerarquía estructural. Se trata de la regulación inconciente pero autoritaria en un círculo constante donde no se permite ver a otro lado si no es del mismo punto de partida.
No se trata de poner en tela de duda la originalidad de la obra en algunos casos, basta con la manera en que se desacredita la obra por mero gusto estético, pero en realidad quién o quiénes llegan a establecer lo estético o, sería lo mismo con el lenguaje o las palabras.
Cuando se emplea un tipo de lenguaje que no es oficializado, se crea una barrera que automáticamente cala en el inconsciente colectivo, y no hace falta estar al tanto de la ley lingüística, cuando el mismo sistema se encarga de reproducir el discurso y cada quien pone a trabajar su hermenéutica, da rienda suelta a su discurso arbitrario, a su reproducción del discurso desde el poder, a su juego de regulador, de vigilante, de policía de la cultura establecida desde el poder; una vez más, los individuos reproducen los sistemas represivos.
La desacreditación de una obra reside en una minoría que no está sujeta a la realidad social, sino sujeta a un valor económico e ideológico donde la complacencia de quien escribe reside en la manera en que sea recíproco con el sistema de poder, por un lado, y por otro, en cuanto qué escribe para una minoría económica que pueda solventar los gastos de producción editorial, aunque sean los del Estado.

  • Juan Hernández (Librero)
  • Opinión
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