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La no oficialización de una obra por parte del Estado, llega a repercutir en el porqué de esa decisión e indudablemente llega a elevar al cielo los halagos cuando la oficializa el poder. El efecto colateral de la obra no oficializada llega a ser, en cierto modo, rechazada y abrazada.
Parte II
El discurso de rechazo llega a reproducir un discurso de autoridad, de poder, en que el individuo -los ‘‘agentes o policía’’ del poder- se siente en capacidad de criticar duramente la obra porque ha sido ya desacralizada por la autoridad determinante, el individuo está apadrinado por la máxima jerarquía y ésta garantiza su poder más por medio de los individuos que por medio de ella misma. La razón de abrazar la obra, compete en cierta medida a un instinto natural y primitivo de desasosiego, en que la obra resulta de un nivel trasgresor que por sí sola, representa rebeldía y por consecuencia lógica, libertad. El hecho de que la obra no sea autorizada, fiscalizada, aprobada y regulada por una entidad jerárquica, resulta de mayor estilo y soltura que una que resulte sometida a una rigurosa medición. Los límites literarios no encuentran ya una barrera política en las entidades gubernamentales y digamos que esto, en el discurso, resulta agresor y viola una ley impuesta por quienes pretenden darle cárcel a la mente humana por medio de entidades culturales quienes so pretexto, regulan para resguardar una supuesta gama de tradiciones ‘‘propias’’ de la sociedad.
El discurso de poder y autoridad que reproduce el individuo al desacreditar una obra no oficializada, es parte de la precariedad cultural que yace en el ambiente. Un sistema en que se rige y se mide la cultura por medio de imágenes de censura, es un claro ejemplo de cómo la autoridad ejerce su violencia por medio de mecanismos como el cuido del lenguaje, los ambientes en que se desarrolla una trama, los comportamientos sexuales, los comportamientos humanos de convivencia, la semántica verbal que establecen los personajes, los comportamientos psicológicos de estos, los tópicos que el autor aborda y,por supuesto, la orientación política y religiosa.
Mientras se presentan imágenes represivas por medio de la caja tonta (TV), los periódicos o la radio, ello no importa en tanto no se evidencie que ello es creado y promovido por el Estado, sino que es un producto defectuoso por no estar regulado por éste mismo. Así, el peso moral del Estado se refleja en casi todos los ámbitos culturales, por lo que llega a repercutir en el discurso diario de los individuos. Ello embiste de algún peso moral a quien censura cierto tipo de lenguaje, ciertas actitudes y ciertos comportamiento, sin ser ello demostrado en comparación con los desmanes del poder y los comportamientos anti-éticos de algunos que presiden posiciones jerárquicas de poder. Ya lo expresaron en los muros los jóvenes de la primavera francesa del 68: ‘‘Todos llevamos un policía dentro’’. La reproducción inconsciente es más peligrosa que la preparada.
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