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No soy geóloga, ni nada que tenga que ver con “logos”, la única escuela que tengo es una larguísima vida y el hecho de que he sido muy observadora y preguntona.
De pequeña pasaba mis vacaciones en Guápiles, donde mis tíos. Al igual que yo, llegaban jóvenes de otros lugares, especialmente de Cartago, los cuales tenían fincas allá en Guápiles. Se formaban unas cabalgatas y entonces salíamos de paseo. Nuestro lugar preferido se llamaba “La Floresta” y era lo que hoy se conoce con el nombre de Ruta 32, Braulio Carrillo.
A mí me daban la yegüilla más mala, posiblemente por ser la más joven, pero como no iba por competir no me importaba, yo andaba en otro plan. Según estuviera el clima, llegábamos al Río Sucio (donde no había puente), lo pasábamos por dentro y seguíamos el camino.
Algunas veces se me devolvía la yegüilla y tenían que esperarme o jalarme. Yo andaba feliz viendo el paisaje, el río, el suelo y me llamaba mucho la atención que el suelo era muy suave, los caballos se hundían y los cerros estaban constantemente deslizándose.
Cuando hicieron la Carretera a Limón, por el camino que tanto transité siendo muy joven, le dije a mi marido: -Esa carretera no va a servir. Al ocurrir los primeros deslizamientos, él me dijo: -Vos sos bruja!, y yo le dije: – Bruja no, observadora sí.
Pensar que hace 70 años transité por la preciosa trocha llamada la Floresta, hoy día la peligrosa Ruta 32.
En los últimos días, debido al terremoto de Chinchona, oigo las quejas de las familias afectadas porque no las instalan rápido. Yo creo que no hay explicación, pues la mayor parte de esas tierras son inhabitables y reubicarlos es una tarea difícil y costosa, yo diría que “titánica” para un país tan pobre y tan pequeño como el nuestro, aún con la colaboración de los ticos y de otros gobiernos. No es cuestión de poner plata, el primer problema es el suelo y luego toda esa gente que ha nacido o se ha formado ahí en ese lugar, es difícil que lo puedan entender y aceptar.
Espero que Dios ayude a todos para que encuentren la mejor solución.
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