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Al Dr. Alexander JiménezEntrañable amigo
El problema más importante que ha emergido del escenario de crisis económica es su efecto sobre los sentidos de ser o identidades particulares que existen dentro de la sociedad capitalista; progresivamente estos se tornan incomprensibles al no poderse encontrar satisfacción en ellos; al lado de esto se presenta la incapacidad de favorecer la reconfiguración esperanzadora de un sentido específico, porque las posibilidades de alternatividad fueron deshabilitadas desde los años 90.
Sin identidad, el ser humano no es más que un alguien que en el anonimato deambula deprimido por una realidad que no le importa. No se es algo en ausencia de otros, sino en la comunidad, en la mirada que despertamos en ellos se refleja el valor que poseemos para nosotros mismos.
Durante los años 70 se produjo una experimentación con nuevos sentidos de ser que, pese a la riqueza de posibilidades que favoreció, solo logró abrir modos de ser, nunca identidades sólidas.
Una identidad sólida está constituida por un rango de conductas diferenciables que no requieren de justificación porque se sustentan en sí mismas; por ello es que solo puede referirse a aquellos sentidos alternativos como proto-identidades. Estas, al no consolidarse, perdieron su alcance innovador reduciéndose solo a subterfugios de simulación de consolidaciones inalcanzadas. Lo alternativo no es por sí mismo revolucionario, lo revolucionario es su consolidación.
El esfuerzo humano de crear nuevas identidades solo puso en evidencia la insuficiencia de los sentidos de ser tradicionales para abordar la emergencia de la diversidad de lo humano; con ello toda identidad posible se reduce a un modo de existencia que requiere de justificación.
En la sociedad capitalista, al perderse la capacidad de constituir consenso se pierde la capacidad consolidar nuevos sentidos de ser. Como consecuencia de ello nos encontramos ante la necesidad de hallar un sentido sólido de ser en el momento donde las identidades vigentes se vuelven incomprensibles; una situación de dispersión en la cual las proto-identidades alternativas, no nos permiten reorganizar, esperanzadoramente, nuestra existencia por constituir tan solo subterfugios de simulación que, como vil autoengaño, condenan al ser humano a la desesperación y depresión.
Tengo la impresión que, por ello, el ser humano tiende refugiarse en la única identidad tradicional que conserva vigencia: la identidad católica. La Iglesia se encuentra así con una renovada capacidad de convocatoria, no por mérito propio, sino por necesidad del ser humano, siendo incapaz de abrirse a afirmaciones de la diversificación de lo humano.
Surge así el riesgo de que la diversidad humana, visibilizada por los proto-sentidos alternativos, podría enfrentarse a una censura que, con renovada fuerza, los obligaría a volver al clóset.
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