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Directo, convencido, con claridad, así aparece Clint Eastwood en su doble protagonismo de realizador e intérprete.
Con nombre de auto, símbolo de un estilo de vida, El Gran Torino es un filme sencillo, con apariencia de serie B y regusto a clásicos que pone el mensaje donde pone el ojo, donde pondría la bala que elige recibir, en vez de disparar.
Es una película hermosa en su austeridad, obra de un sabio creador que, como un oriental, demuestra que los años (cumple 79) llevan a una verdadera madurez y, también, propician cambios formidables. En nuestro país, el interminable don Beto Cañas es otro ejemplo para admirar e imitar. Porque parte de la frivolidad que nos ahoga se manifiesta en el culto estúpido a la juventud en sus acepciones de ignorancia y vana apariencia.
Luego de explorar de manera original la bestia antropófaga de la guerra en sus dos visiones sobre la matanza estadounidense-japonesa de los años 40, Eastwood retoma la guerra en la memoria de un soldado que padeció y sobrevivió la de Corea. (Lo que lo atormenta no es lo que le ordenaron hacer, sino lo que escogió hacer, dice con acento existencialista).
Patriota de bandera en el pórtico y fusil aceitado; fallecida su esposa ,la mejor decisión de su vida, subraya; condenado a unos hijos y nietos horrorosos (tuercas del sistema social que se reducen a la compra y venta, sin un ápice de dignidad ni conciencia); espera el final de sus días con ceño fruncido, bebiendo cerveza como león enjaulado, cuidando celosamente su parcela –el enzacatado frente a su casa, en esos suburbios donde no usan ni muros ni cercas-, y contemplando atónito los cambios en su barrio. Por eso su furibundo “Get off my lawn” (“Fuera de mi césped”) es la defensa a ultranza de una vida acosada por abusadores de toda laya.
Así entra en relación con vecinos coreanos que primero provocan su racismo y xenofobia viscerales, mas luego lo conducirán, paso a paso, a replantearse sus prejuicios, sus valores y el sentido de su vida.
Su machismo radical se describe con una acertada mezcla de admiración y repudio, con sorna, lo que le permite al espectador identificarse y reírse de esa visión de mundo, que al menos es una visión y no la estulticia vacía en boga. Si algo destaca es su coraje y dignidad, sea cual sea el caso; lo que ha sido lo propio del artista Clint Eastwood, tanto como de sus personajes.
El filme invita a dar un giro radical en nuestra visión de mundo. De manera impresionante, como en un rito del Viejo Oeste –el “showdown”-, el viejo soldado le da sentido tanto a su vida como a su muerte y enseña una lección eminentemente cristiana, como la forma en cruz en que cae ante la balacera de los cobardes asesinos. A veces no es posible vencer con el uso de la fuerza, dice quien fuera Harry el Sucio, a veces es necesario dar la propia vida para vencer la maldad, a veces el sacrificio es indispensable para que otros puedan vivir. Esos otros son el Otro, el diferente, el que se rechazaba por ignorancia y se aprendió a aceptar y a valorar. Al final el hermoso auto antiguo viaja raudo con su nuevo dueño y el perro fiel, en tanto los asquerosos parientes se miran las caras de muertos en vida.
Con la maravillosa Golpes del destino, Eastwood reivindicó el derecho a morir cuando el proyecto de vida se convirtió en caricatura. En ésta nos dice, como Kurozawa (Ikiru), que se puede dar sentido a la muerte entregando la vida por amor a otros. En vez de matar, morir nos libera y libera a los demás. Durante la película, él rechaza y se burla de una religiosidad ridícula. Sin embargo, su personaje ofrece un verdadero testimonio cristiano –que subraya el sacerdote del filme- como pocas veces se ve en el cine.
Dicen que éste ha sido su filme más taquillero. Claro, es accesible, es cautivante y es un deleite. Hay que ir a verlo para disfrutarlo y para aprender de un verdadero maestro. Por dicha todavía quedan algunos que creen en el valor supremo de la dignidad.
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