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Recientemente nuestro Premio Nobel de la Paz, el presidente Oscar Arias, en cadena de radio y televisión, reaccionó ante el gobierno cubano por un artículo aparecido en el Diario Granma en el que daban cuenta de la excesiva protección policial recibida por el gobernante, a fin de evitarle contaminación de quienes rechazan el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos .
Las diferencias entre ambas naciones ya las subrayó nuestro Premio Nobel en forma tajante como lo hace un buen hijo educado en las mejores universidades británicas. Nosotros somos demócratas, dijo, Cuba no.
Así que, el suscrito, como ciudadano educado en un ambiente martiano ( Liceo José Martí, Puntarenas), me corresponde entonces insistir en las coincidencias entre los ciudadanos de allá y los de aquí, a fin de tender puentes e identificar anhelos de paz, desarrollo y coexistencia, guardando, claro está, el principio de autodeterminación entre cubanos y ticos. Para comenzar diré que ambas nacionalidades se forjaron bajo la vigilancia implacable de una potencia llamada España y otras que asomaban en el horizonte: Gran Bretaña y Estados Unidos. El trío no ha dejado piedra sobre piedra.
Así, los cubanos conocen de nosotros los anhelos de independencia, desarrollo, progreso y dignidad, impulsados por hombres y mujeres como Pancha Carrasco, Pablo Presbere, Juan Santamaría, Juanito Mora, el General Cañas, Joaquín García Monge, José Arcadio Montero, etc., mientras nosotros algo conocemos de los sueños de Agromonte, Céspedes, Martí, los hermanos Maceo, Abel Santamaría. Nos une, en resumen, un destino común del que en algún momento nos alertó el venezolano Simón Bolívar.
Sin duda entonces, las experiencias históricas, políticas y sociales entre los nacionales de allá y acá enriquecerían a ambos habitantes, en lugar de separarnos. Los cubanos podrían enseñarnos cómo evitaron durante la crisis de los 80 que sus hospitales no otorgaran citas con especialistas a plazos de dos y tres años. Que nos expliquen cómo hicieron para no cerrar una sola escuela y seguir levantando aulas a diestras y siniestra, sin hablarse oficialmente de déficit fiscal. Cómo hicieron para que el diferencial cambiario, producto del cobro en dólares a los turistas, sirviera para obras de modernización de acueductos y telefonía. Esta gente alguna receta tienen para que su país sea de los pocos países en la región que más obras de infraestructura, con fines públicos, registra en los últimos años.
Que nos digan cómo hicieron para mantener viva en plena crisis financiera la principal institución latinoamericana de cultura: Casa de las América. Nos deben una explicación por qué el aeropuerto José Martí fue ampliado, sin préstamos ni concesiones . El Ministerio de Transporte le echa el asfalto a sus carreteras para que los autos no se quiebren en los huecos.
Los que hemos crecido en esta democracia ejemplar para América Latina podríamos aportarles algunas experiencias bonitas. Con la sana intención para que no nos copien sus ciudadanos, pasarles la experiencia contable de cómo quebrar técnicamente un banco estatal, a fin de que no apliquen lo mismo al Banco Nacional cubano. O cómo dos grandes empresas privadas controlan los servicios de la Caja mediante venta de servicios, con la buena intención de que a futuro no tengan que esperar dos o tres años para una cita con un especialista en el hospital hermanos Almejeiras.
Podríamos enseñarles además como financiar el servicio exterior con unos ¢100 millones que nos regalan desinteresadamente unos bondadosos chinitos de Taiwán. Asimismo, darles la técnica para que no aprendan a cobrar altas comisiones a concesionarios que generalmente terminan en los bolsillos de políticos. Puentes necesita el hombre de hoy y no abismos. Y esto lo sabe el Parlamento noruego cuando habla del Nobel de la Paz.
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