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He tardado más de la cuenta en referirme a la filípica que me endilgó don Tomás Federico Arias Castro en este Semanario el 18 de marzo, en el que se refiere a mi “tristemente célebre” decisión de retirar “unilateralmente” de la Galería de presidentes el retrato de Federico Tinoco.
Y he tardado tanto, porque el señor Arias basó sus argumentaciones en la existencia del “Acuerdo Parlamentario No. 39 de marzo de 1991”, y del “Acuerdo Parlamentario No. 84 de 1992”, y me pasé una semana buscando esos acuerdos parlamentarios que resultaron inexistentes, porque se trata de acuerdos del directorio o sea de Miguel Ángel Rodríguez y sus dos secretarios. Los dos acuerdos son por lo menos divertidísimos. Uno de ellos resuelve “colocar la fotografía del señor Federico Tinoco en el salón de expresidentes”. Don Miguel Ángel mismo lo incumplió, porque en vez de una fotografía colocó un retrato al óleo, que es otra cosa. El otro es más cómico, y lo copio: “Se acuerda reinstalar el retrato del señor expresidentes Federico Tinoco Granados en la Sala de expresidentes en el lugar que históricamente le corresponde, TAL COMO ESTUVO EN LA SALA DEL CONGRESO CONTIGUO AL CUARTEL DE ARTILLERÍA. Las mayúsculas son mías, para resaltar el disparate o la mentira, porque la efigie de Tinoco no estuvo nunca en la Sala, y recuerdo muy bien una tarde de 1931 en que nuestro maestro de V grado de la Buenaventura Corrales nos llevó al Congreso a presenciar una sesión, precisamente aquella en que se resolvió crear el cantón de Pérez Zeledón, y el maestro don Moisés Blanco nos explicó que allí faltaba uno porque el Congreso no había decidido colgarlo. Algo de eso había yo escuchado en mi casa.La prueba de que nunca estuvo es que el bendito óleo (o fotografía según el señor Rodríguez) lo obsequió don Frank Marshall en el período 1958-1962 junto con una moción para que el Congreso ordenara colocar al famoso señor. La moción de Marshall obtuvo una bola blanca y 44 negras (la Asamblea de entonces constaba de 45 diputados). Y los acuerditos parlamentarios que tanto emocionan al señor Arias fueron de abierta y descarada desobediencia a una resolución de la Asamblea, aunque él pretenda que los acuerditos que él califica de parlamentarios, derogaban la decisión del plenario. Don Tomás Federico califica de “unilateral” mi decisión de 1994. Probablemente estima que la decisión de Miguel Ángel Rodríguez fue multilateral.El obsequio del señor Marshall lo envié al Museo Nacional, donde las galerías no están regidas por el acuerdo que en 1833 ordenó colocar el retrato de don Juan Mora Fernández y en el futuro los de aquellos gobernantes que se hicieren dignos de ello (juicio del Poder Legislativo, no de don Miguel Ángel Rodríguez y don Tomás Federico Arias, aunque actúen conjuntamente). Que los sucesivos Congresos y Asambleas desde 1919 hasta la fecha no hayan considerado a Tinoco digno de estar allí, no es culpa mía.Respecto de la Ley de nulidades, lo cierto, sin filustrías jurídicas, es que de acuerdo con el Laudo Taft, Costa Rica no se vio obligada a hacer efectivo el honorabilísimo giro por dos años de salarios adelantados con que Tinoco favoreció a su hermano y que el Royal Bank of Canadá descontó, ni los bonos de la deuda externa emitidos por Tinoco que algunos ingleses habían comprado.Resumen: 1) La Asamblea Legislativa rechazó por 44 votos contra 1, una moción para colocar ese retrato. 2) Don Miguel Ángel Rodríguez, con sus dos secretarios, resolvió reinstalar lo que nunca había estado instalado, desobedeciendo la resolución del plenario y actuando ilegalmente (pero claro, no unilateralmente, ¿verdad, don Tomás Federico?) 3) El suscrito hizo valer la resolución del plenario, dada la invalidez de los acuerdos de Rodríguez, que hasta de fotografía hablaban. 4) Agrego que los diputados que me armaron un escándalo no aceptaron mi reto de formalizar su indignación mocionando para reinstalar (ahora sí) al dictador de sus simpatías. 5) A raíz del incidente, la Asamblea Legislativa declaró por unanimidad que es el Plenario el que toma las decisiones referentes a la galería.
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