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Investigadora alemana pone al descubierto la falta de control y de conocimiento del tema.
La incertidumbre sobre los efectos que puede tener a largo plazo el uso de semillas transgénicas en Costa Rica mantiene preocupados a diversos sectores del país, los cuales abogan por una moratoria ante un manejo “preocupante y negligente” de las autoridades responsables.
Los transgénicos son productos manipulados genéticamente en un laboratorio (mezcla de genes de diversas variedades), los cuales nunca hubieran podido mezclarse de forma natural.
Usualmente los organismos modificados genéticamente son producidos con objetivos precisos como hacer el cultivo más resistente a las plagas o herbicidas o bien lograr mejores rendimientos en el campo.
Sin embargo, aunque mundialmente se ha aceptado el cultivo y consumo de algunas variedades como el maíz, el algodón, la soya o la canola (también conocida como colza), los científicos aún no han podido demostrar que estén libres de efectos perjudiciales para la salud, por lo cual persisten numerosas dudas en muchos grupos de consumidores.
El año pasado, la investigadora alemana Ute Sprenger publicó el libro “La contaminación oculta: semilla transgénica, bioseguridad e intervenciones de la sociedad civil”, donde abordó la situación en Costa Rica.
Esta publicación, de 44 páginas, fue editada por la Red Gen-ética (GeN), Servicio del Desarrollo de la Iglesia Luterana (EED) y la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas para América Latina, Costa Rica (RAP-AL).
El libro responde al trabajo de campo realizado por esta investigadora entre el 2002 y el 2005 como profesional del EED.Dentro de los principales hallazgos, Sprenger asegura que Costa Rica, al igual que otros países como Uruguay, Chile o Sudáfrica, “son utilizados hace muchos años por la industria y la investigación para la reproducción y como campo de experimentación” en cultivos transgénicos.
“Dichos países sirven, entre otros, a los propósitos de multinacionales del sector agrobiotecnológico para la reproducción de su semilla transgénica comercial de maíz, colza, algodón o soya”, afirma la científica.
El estudio de Sprenger revela que desde los años 90, Costa Rica “ha sido utilizado sobre todo por la industria e investigación europea y estadounidense para la producción de semilla transgénica de algodón y soya”.
De acuerdo con la autora, el sector agrobiotecnológico mundial aprovecha en países como Costa Rica “las dependencias políticas, una estructura estatal débil y susceptible a la corrupción, así como la falta de debate en la sociedad civil”.La siembra y comercialización de transgénicos para el mercado costarricense no está permitida oficialmente, pues únicamente se autoriza el cultivo experimental y la reproducción para la reexportación”.
En 1991 se sembraron 0,04 hectáreas de soya transgénica en suelo costarricense, la cual es resistente al herbicida de amplio espectro glifosato, que la compañía estadounidense Monsanto introdujo luego de la siembra experimental en Estados Unidos y después comercializó con el nombre de Roundup Ready” (Ver recuadro “Estudio confirma que el glifosato produce malformaciones”).
Según datos oficiales, entre 1991 y el 2005, más de 40 empresas y universidades extranjeras cultivaron experimental y comercialmente plantas transgénicas en diversos terrenos de Costa Rica, donde principalmente se producen semillas comerciales para exportarlas y venderlas en el mercado mundial.
MANEJO PREOCUPANTE Y NEGLIGENTE
Ute Sprenger asegura que en Costa Rica existe un “manejo preocupante y negligente en cuanto a la vigilancia de las operaciones transgénicas por parte de las autoridades responsables”.
Con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) se pudo determinar “el déficit de recursos técnicos y de personal para la vigilancia y el control, así como la falta de conocimiento y experiencia necesarios para la seguridad biológica» aunque “esto no detuvo a las autoridades el permitir año tras año, desde 1991, experimentos y reproducciones de semillas de plantas transgénicas”.
Sprenger cita como ejemplo que debido al insuficiente cuidado de las empresas productoras de semilla, la situación se descontroló de tal manera que en varios sitios fuera de la plantación (en Guanacaste) aparecen plantas de algodón modificado genéticamente”.
“Estos escapes de plantas de los cultivos de las transnacionales se han convertido ya en malezas y son difícilmente combatibles con los herbicidas habituales”, agrega.
La investigadora asegura que el proceder de las autoridades costarricenses “es difícilmente comprensible, ya que no se puede descartar una polinización cruzada no intencionada de los transgénicos con las plantas silvestres y cultivadas”.
En ese sentido, la publicación reconoce que para la ciudadanía costarricense “el nivel de conocimiento sobre la tecnología genética es, en general, muy reducido”.
DUDAS Y CONFUSIONES
La complejidad de tema de los transgénicos propicia que se generen numerosas dudas y confusiones en torno a este tema.El pasado 17 de abril, durante un foro impulsado por la Red de Mujeres Rurales en la Universidad Nacional (UNA), varias campesinas interpelaron a la gerente general del Instituto de Desarrollo Agrario (IDA), Annie Saborío, sobre el hecho de que esa institución estaría repartiendo semillas transgénicas a familias campesinas.
Consultada al respecto, Saborío explicó a UNIVERSIDAD que lo que entidad ha hecho es repartir semillas “híbridas” como parte del Plan Integral de Alimentos (PIS) ante un supuesto faltante de semillas criollas en arroz, frijoles y maíz para poder enfrentar la crisis de alimentos que se advirtió se daría en el mundo desde el 2008.
La funcionaria aclaró que las semillas híbridas son distintas a las transgénicas y dijo que el IDA nunca ha repartido estas últimas.
“Nosotros no usamos transgénicos, pues éstos están prohibidos en el país”, aclaró la funcionaria.Consultado al respecto, Jaime García, investigador del Centro de Educación Ambiental de la Universidad Estatal a Distancia (UNED), confirmó a UNIVERSIDAD que la semilla híbrida es diferente a la transgénica, pues la primera se hace mezclando diferentes variedades de un grano como el maíz pero de forma natural, mientras que la segunda se hace en un laboratorio.
“La gente a menudo confunde eso, pero yo dudaría que el IDA se atreva a dar semilla transgénica sabiendo que hay una legislación que dice que, para ello, debe recibir el visto bueno fitosanitario del Estado”.
García advirtió sobre el riesgo de “incertidumbre” que genera la existencia de cultivos transgénicos, pues no se conocen los impactos reales en la salud y el ambiente.
Por su parte, Ana Julia Arana, representante de la Federación Costarricense para la Conservación del Ambiente (FECON) ante la Comisión de Bioseguridad del Estado y residente en Cañas (Guanacaste), dijo a UNIVERSIDAD que cualquier alerta de la presencia de transgénicos hay que verificarla, aunque siempre se debe dudar, pues “uno no sabe hasta qué punto se esta jugando con el hambre de la gente”.
“Lo que sí tenemos claro acá en Guanacaste y ya tenemos identificada es la siembra de algodón y soya transgénica” en alrededor de dos hectáreas, declaró Arana, quien agregó que “algunas semillas de maíz” puede ser que estén contaminadas transgénicamente porque son importadas”.
Confirman que glifosato produce malformaciones
El glifosato, un agrotóxico básico en la industria de la soya, produce malformaciones neuronales, intestinales y cardíacas, aun en dosis muy inferiores a las utilizadas en agricultura, según confirmó un estudio, realizado en embriones, el cual refuta la supuesta inocuidad del herbicida.
La información fue publicada el pasado 13 de abril en el diario argentino Página 12 (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-123111-2009-04-13.html), el cual hizo alusión a un estudio realizado por el Laboratorio de Embriología Molecular del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet)-Universidad de Buenos Aires (UBA).
Con dosis hasta 1.500 veces inferiores a las utilizadas en las fumigaciones de soya, el estudio “comprobó trastornos intestinales y cardíacos, malformaciones y alteraciones neuronales”. “Concentraciones ínfimas de glifosato, respecto de las usadas en agricultura, son capaces de producir efectos negativos en la morfología del embrión, sugiriendo la posibilidad de que se estén interfiriendo mecanismos normales del desarrollo embrionario”, afirma el estudio, el cual alertó sobre la urgente necesidad de limitar el uso del agrotóxico e investigar sus consecuencias en el largo plazo.
El herbicida más utilizado a base de glifosato se comercializa bajo el nombre de Roundup, de la compañía Monsanto, líder mundial de los agronegocios.
La soya sembrada en Argentina ocupa 17 millones de hectáreas de diez provincias y es comercializada por la empresa Monsanto, que vende las semillas y el agrotóxico Roundup, al cual clasifica como inofensivo para el hombre.
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