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La clase trabajadora carga sobre sus espaldas los principales costos de crisis global, mientras los empresarios y banqueros responsables de la debacle siguen disfrutando de grandes privilegios.
Caso 1: Jorge Aparicio Maldonado, ingeniero en construcción
Jorge es un joven ingeniero que trabaja como responsable de proyectos para una prestigiosa empresa constructora. Aunque tiene cinco años de labor continua, su patrón no lo ha incluido en planilla, no cotiza para la seguridad social, ni tiene acceso a las garantías sociales que por ley le corresponden. Con su propio vehículo visita clientes y proveedores, además de desplazarse a los proyectos dispersos en varias provincias. De su salario saca para la gasolina, el mantenimiento de su auto y los viáticos. Trabaja seis días a la semana.
Estas condiciones no son nuevas por la crisis, es el modelo de contratación que muchas compañías imponen a los profesionales en Costa Rica, en clara violación de las normas establecidas. No hay margen de negociación, o aceptan estas condiciones o no consiguen empleo. Las cámaras empresariales son cómplices de esto.
Así trataban a Jorge durante la época de las “vacas gordas”, cuando había un auge en el sector y los empresarios estaban engordando sus bolsillos, ahora con la excusa de la crisis la situación es peor. El patrón “propuso” al joven ingeniero que a partir del siguiente mes reducirían su jornada semanal a la mitad, consecuentemente el salario bajaría a la mitad. El chantaje estaba puesto sobre la mesa: o acepta las condiciones o pierde del todo su fuente de ingresos. Eso sí, la reducción de la jornada laboral no implica que sólo trabaje tres días jornada completa, sino que Jorge debe ir todos los días a los proyectos, ya no de 8:00 a.m. a 7:00 p.m., sino hasta las 2:00 p.m. o a la hora que le cite un cliente. ¡Brillante negocio!, el patrón se garantiza la atención cotidiana de sus proyectos y el ingeniero ahora debe asumir las mismas responsabilidades y los mismos costos de desplazamiento, pero ganando la mitad. A esto el gobierno le llama Plan Escudo.
Caso 2: María Fernanda Morales, operaria industrial.
María tiene siete años de trabajar para una maquiladora de textiles, que exporta al mercado norteamericano. Gana el salario mínimo para el puesto de operaria. César, su cónyuge, es un inmigrante nicaragüense que labora como peón de construcción. Los sueldos de ambos apenas alcanzan para el alquiler de un rancho en Rincón Grande de Pavas y para comprar el arroz y los frijoles con que alimentar una familia de tres niños. Algunos sábados logran juntar unos pesitos para comprar verduras en la feria del agricultor. Pollo, carne y pescado dejaron de ser parte de su dieta desde hace años, por el encarecimiento de los productos alimenticios.
Anoche María llegó a casa cansada después de una extenuante y mecánica jornada laboral, se sentó junto a su esposo y le contó que en la fábrica anunciaron que a partir de la próxima quincena le aplicarán algo que no entendió bien, pero que el patrón llama “flexibilidad laboral”. Lo que sí comprendió es que le bajarán el salario a la mitad. Su marido la miró con los ojos llenos de lágrimas y le contó que en la construcción los mandaron para la casa hasta nuevo aviso, que incluso al ingeniero Jorge le rebajaron el sueldo.
Las cabezas de ambos estaban a punto de estallar, esa noche no durmieron, en silencio se preguntaban cómo pagarán el alquiler del rancho, a cuál de los hijos sacarán de la escuela, qué les darán de comer, si será mejor devolverse a Nicaragua…
Caso 3: Manuel Arias, empresario de la construcción y William Spencer, banquero
Como en todas las vacaciones de semana santa, los rayos del sol caen de forma perpendicular sobre la enorme piscina del hotel cinco estrellas, ubicado en el Golfo de Papagayo, en una famosa playa “privada” de la provincia de Guanacaste. Manuel mueve suavemente su vaso de whisky, los hielos tintinean como resistiéndose a desaparecer por el calor. Su esposa acompaña al hijo mayor a sus primeras clases de golf en la siempre verde cancha del hotel. Extrañamente las comunidades aledañas no tienen agua potable.
Sin conocerse, Manuel comparte la barra del bar con William, un alto ejecutivo de Lehman Brothers, de esos que por corrupción y enriquecimiento ilícito hicieron quebrar todo el sistema financiero global, provocaron algunos infartos en Wall Street y recibieron como premio otros 700 mil millones de dólares para que mantengan su fino estilo de vida. La crisis no parece afectarles, no han tenido que vender sus yates y autos de lujo, tampoco renunciaron a sus compras de boutique.
Ambos tienen en común el cinismo neoliberal que Ignacio Ramonet (profesor de La Sorbona) describió muy bien: se privatizan los beneficios pero se socializan las pérdidas. Se hace pagar a los pobres las excentricidades de los banqueros. En casa de María y César prevalece la incertidumbre, la tristeza, la mesa de comida casi vacía. Un único bombillo batalla contra la penumbra para que el hijo menor haga la tarea escolar. Su hermano, que apenas alcanza los trece años ya le dijo adiós a la escuela, no ha llegado del lavacar donde acaba de empezar a trabajar.
Jorge y su esposa tuvieron que pasarse a una casa de alquiler más barata, de un solo dormitorio, en el que duermen con sus dos hijas pequeñas. Aunque es ingeniero y ha construido viviendas para otros, ningún banco le ha querido financiar su propio techo porque no puede demostrar un salario estable. Ya consumieron los ahorritos que a duras penas guardaron durante años y se esfumaron los sueños de educación privada para las hijas.
Los rugidos de los motores de los aviones en el aeropuerto internacional Daniel Oduber, anuncian el final de las vacaciones. En primera clase y colorado como un tomate retorna a su país el gringo Spencer. Al frente de su 4 X 4 de lujo Manuel Arias se enrumba hacia la capital, no usa chofer porque eso es cosa de mujeres y viejos. Desde su “BlackBerry” de conectividad satelital intenta comunicarse con dos diputados amigos, uno de ellos primo del presidente de la República, para pedirles que aceleren las reformas al Código de Trabajo, pues el país necesita el sacrificio de todos para superar la crisis. En el asiento de atrás un niño juega con una pelota de golf y pregunta: ¿cuál crisis, papá?
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