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Cuestionan proyecto que puso collares a dantas en Corcovado

Un proyecto que puso collares a dantas en el  parque Corcovado, evidencia escasos controles a investigaciones en áreas de conservación.

Un proyecto que puso collares a dantas en el  parque Corcovado, evidencia escasos controles a investigaciones en áreas de conservación.
Biólogos y vecinos del Parque Nacional Corcovado cuestionan la investigación de una estudiante estadounidense que puso collares con transmisores a una docena de dantas y que después dejó abandonado el proyecto, lo cual podría haber provocado la muerte de algunos de estos animales.
El malestar de estas personas al parecer influyó para que Kendra Bauer, estudiante de doctorado de la Universidad de Texas –en la ciudad de Austin, Estados Unidos- fuera llamada para que viniera en días pasados a quitarle el dispositivo radiolocalizador a estos animales, conocidos también como tapires (Tapirus bairdii ), al tiempo que le cancelaron el permiso de estudio.
Aunque no hay casos de muertes confirmadas de esta especie en peligro de extinción, guías que llevan turistas al parque Corcovado (42.469 hectáreas de extensión) y personas vecinas a esta área de conservación, dicen que han visto dantas con el cuello lastimado por el roce de los collares, los cuales fueron puestos cuando estaban de menor tamaño.
La voz de alerta por lo ocurre con estos animales comenzó a darla en marzo José Antonio Vargas Elizondo, vicepresidente de la Asociación de Desarrollo Integral de Drake –comunidad costera del cantón de Osa-, quien recibió los reportes de algunos guías turísticos.
Aunque vecinos de la región aseguran que las dantas marcadas superan la veintena, la investigadora Bauer detalla en una página en Internet sobre su proyecto (http://savetapirs.org) que son 12 las estudiadas (véase recuadro “Dantas con collares”).
Eduardo Carrillo, biólogo de la Universidad Nacional en Heredia (UNA) e investigador durante 19 años en el Parque Nacional Corcovado, criticó la forma en que se ha manejado este proyecto y los pocos controles que llevan a cabo los funcionarios del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC), adscrito al Ministerio de Ambiente, Energía y Telecomunicaciones (MINAET). Debido a que también ha recibido varias denuncias, el Colegio de Biólogos le pidió cuentas en una carta del 30 de marzo a la directora del Área de Conservación Osa (ACOSA), Etilma Morales, sin que haya recibido respuesta al cierre de esta edición (11 de mayo), informaron en esa entidad.
Mientras tanto, las indagaciones de UNIVERSIDAD sobre este tema confirmaron el  descontrol mencionado, ya que funcionarios del Área de Conservación Osa –en donde se ubica el Parque Corcovado- y de las oficinas centrales del SINAC en San José, se atribuyeron uno a otro la responsabilidad de supervisar investigaciones como la referida.
Eliécer Arce, director del parque, dijo desconocer el detalle del proyecto y para obtener mayores datos remitió a este Semanario al encargado de investigación del SINAC, Javier Guevara, quien a la vez hizo ver que algunas informaciones debían ser atendidas por otros funcionarios.
De este ir y venir quedó patente la duda de los lugareños, en torno a si se beneficia Costa Rica con la venida de investigadores extranjeros, que sin ninguna explicación dejan abandonados sus trabajos y tampoco se sabe si entregan informes de sus estudios a las áreas de conservación, aspectos que fueron acuerpados por el biólogo Carrillo.
COLLARES ¿DAÑINOS?
La preocupación de los vecinos de Corcovado por los tapires se incrementó desde marzo pasado, luego de que la vicepresidenta de la Asociación de Guías Naturalistas de Drake (AGUINADRA), Elia González, expuso ante la Asociación de Desarrollo Integral los resultados de una conversación que tuvo con el director del parque, Eliécer Arce.
Según recordó el vicepresidente de la Asociación de Desarrollo –José Antonio Vargas Elizondo-, González le externó al funcionario su preocupación porque les fueron colocados collares con un radiotransmisor a dantas pequeñas, sin que se le diera seguimiento al proyecto y con el peligro de que el dispositivo pudiera ahogarlas al crecer.
Arce le habría respondido a González que si la investigadora no mandaba una autorización, funcionarios del parque no podrían quitarles los collares, aun cuando peligrara la vida de estos mamíferos.
Si bien Vargas Elizondo envió a algunos medios de comunicación una denuncia al respecto, esta no tuvo acogida, aunque el Colegio de Biólogos sí acordó pedir la intervención del MINAET.
Al final, las gestiones de los vecinos de Drake al parecer fructificaron, pues la investigadora Bauer tuvo que desplazarse hasta el puesto de Sirena en el parque Corcovado, para quitarle los collares a los tapires. El director Arce no precisó la fecha de esta acción, pero calculó que fue hace un mes.
Consultada la bióloga y presidenta de la AGUINADRA, Rebeca Quirós Herrera, explicó que la problemática de los tapires se ha dado porque la investigadora de la Universidad de Texas dejó abandonado su trabajo. La consecuencia es que a algunos ejemplares juveniles se les ve con el cuello apretado por los collares y en un periodo de tres meses murieron unos 6 animales –de ellos dos con collares-, sin que se precisaran las causas.
La guía naturalista recordó que en enero pasado, funcionarios del parque dijeron que ya habían solicitado a Bauer regresar a quitarles los collares, lo cual hizo en abril. Sin embargo, el encargado de investigación en la Estación Biológica de Sirena –Alejandro Azofeifa- le comentó que esto no ocurrió con todos los animales marcados, posiblemente porque no le dio tiempo de ubicarlos durante su visita.
Por su parte, el biólogo y guía turístico Roy Sancho Rojas, respaldó lo dicho por Quirós Herrera, y agregó que una de las dantas que acostumbraban ver durante los recorridos con turistas por la zona de Sirena, tenía el cuello encarnado por el collar. No la volvieron a ver y aparentemente se murió, sin que puedan afirmar que fue culpa del dispositivo, aunque ven como muy probable esta razón, acotó.
Sancho opinó que lo cuestionable de todo esto es que la investigadora dejara abandonado el proyecto, después de obtener con él beneficios académicos y de otro tipo. “Es el colmo que si no hubiera sido por la queja de Antonio Vargas, de nosotros, y de todo lo que pasó, estos animales todavía andarían con los collares pegados”.
Otro aspecto que objetó el biólogo, es que nadie habría supervisado la labor de la investigadora a la hora de quitarles el collar a los tapires, para determinar si se aplicó  un procedimiento correcto y las adecuadas dosis de anestesia. Esto, por cuanto el encargado de investigación en Sirena –Alejandro Azofeifa-, estuvo de vacaciones los días en que Bauer efectuó esa tarea.
Por otro lado, la bióloga Quirós destacó la necesidad de que a Bauer se le pida entregar informes sobre su investigación, para que al menos le quede algo al país y para el conocimiento de futuros investigadores. Los guías de turismo se quejaron porque mientras a ellos los funcionarios del parque los amenazan con suspenderles los permisos si se salen de los senderos cuando realizan recorridos con los turistas, “a estos investigadores los dejan que hagan lo que les da la gana”.
Los miembros de AGUINADRA (30 asociados) señalaron que, además de la importancia biológica de esta especie, las dantas son uno de los principales atractivos para los visitantes, por lo que es vital su protección.
INVESTIGACIONES DESCUIDADAS
Por su lado, Eduardo Carrillo, quien realiza investigaciones con jaguares y saínos (“chanchos de monte”) en Corcovado, mediante la técnica de los radiolocalizadores, reprochó que se dejaran con collares a tapires durante un año, sin que se les diera seguimiento, con el agravante de que fueron marcados ejemplares en etapa juvenil.
“Uno sabe que nunca se deben marcar con collares animales juveniles, porque cuando van creciendo les apretará más. Lo que se hace es marcar animales adultos”, enfatizó el investigador.
En su opinión, la administración del parque hizo bien al cancelarle el permiso a la estadounidense y obligarla a regresar a quitarles los collares.
Carrillo aclaró que la muerte de dantas no se le debe atribuir exclusivamente a los collares, dado que también podría deberse a enfermedades que estas padecen o al ataque de felinos.
En los últimos meses ha visto cuatro muertas y solo una tenía collar, mientras que observó una viva que sí tenía encarnado el cuello por el dispositivo, otra con uno similar se veía muy enferma y a una juvenil le apretaba el cuello visiblemente.
La forma descuidada en que la investigadora manejó este proyecto, causó extrañeza al biólogo de la UNA, en vista de que un estudio como este es caro, si se toma en cuenta que el costo de cada collar es de $500 y los receptores oscilan entre $1.200 y $1.500; los aparatos tienen una duración de dos años aproximadamente. “Tal vez lo que hace falta es un poco de control”, añadió.
Carrillo lamentó que “a veces nosotros pensamos en este país, que los investigadores son únicamente los extranjeros y cuando vienen a plantear algo, se les dice: Bienvenidos, no los cuestionamos. Cuando somos nacionales, a pesar de que tengamos años de trabajar en algo, tenemos más dificultades. Todavía vivimos con esa cultura”.
A su parecer, un problema es que parques nacionales como el de Corcovado,  deberían de tener un comité científico con conocimientos en diferentes campos, que pueda evaluar cada proyecto y autorizarlo bajo ciertas condiciones.
Estos señalamientos fueron tomados en cuenta por el Colegio de Biólogos, en la carta enviada a la encargada del ACOSA –Etilma Morales- luego de recibir denuncias de Ileana Moreira, directora de proyectos del Instituto Tecnológico de Costa Rica, y de Alberto Hamer Salazar Rodríguez, director del Recinto de Tacares –Grecia- de la Universidad de Costa Rica.
La misiva en referencia, que aún no ha generado respuestas, la envió Carmen Roldán –presidenta del Colegio de Biólogos- con copia al jerarca del MINAET, Jorge Rodríguez; al director del SINAC, Ronald Vargas; y a José Calvo, del Programa de Vida Silvestre del SINAC.
“Al Colegio le preocupa la supuesta indefensión en que pueda encontrarse la población de dantas. Como ente público no estatal, nos preocupan los procedimientos, mecanismo y/o protocolos, que emplea la Administración del SINAC para: 1) verificar la idoneidad de una persona que solicita permiso de investigación, 2) para fiscalizar la correcta gestión de un investigador, 3) para aplicar sanciones a investigadores extranjeros, con permanencia temporal en el país, en muchos casos con visa de turista”.
De igual manera, aparte de pedir un informe sobre lo expuesto, “solicitamos que la Administración se sirva realizar las acciones pertinentes para asegurar la debida fiscalización, tanto de los investigadores extranjeros, como de los nacionales no inscritos en un colegio profesional, a quienes se les autoriza investigar con la biodiversidad de Costa Rica”.
MANEJO CONFUSO
Al solicitar este Semanario información a los funcionarios del SINAC sobre el proyecto, quedó la sensación de que entre ellos hay un manejo confuso y desordenado de las responsabilidades que atañen a unos y otros.
El director del parque, Eliécer Arce, supo el nombre, pero no el apellido de la investigadora, aunque sí aseveró que ya le habían suspendido el permiso para investigar en Corcovado y que al quitarles los collares a los tapires “la cosa se normalizó”.
Al preguntársele por qué Bauer abandonó la investigación, dijo desconocer la razón y agregó que el mismo estudio se hace en otras áreas silvestres, como en Santa Rosa –Guanacaste- y La Selva –en Sarapiquí-. No pudo precisar si ella provenía de la Universidad de Texas, ni cuántos animales tenían collar.
Arce sostuvo que el permiso para este proyecto nunca pasó por manos de la Administración del Parque Nacional Corcovado, y por desarrollarse en otras áreas protegidas la decisión la tomaron en las oficinas centrales del SINAC.
“Se supone que tienen que dejar un informe final del proyecto y hacer avances, pero entiendo que eso no está estipulado en la ley (…), habría que preguntarle también a Javier Guevara, para ver cómo anda eso”, añadió.
Entretanto, Guevara –encargado de investigación del SINAC- manifestó que el dato sobre cuántas dantas fueron marcadas lo sabía José Quirós, responsable del área de vida silvestre del ACOSA, área a la cual además le correspondió la aprobación de este  proyecto, que se ha realizado solamente allí y no en otros parques, como afirmó Arce.
De acuerdo con Guevara, hay obligación de los investigadores de entregar informes de sus estudios y el caso de los tapires debían dejarse en Corcovado.
Respecto del permiso de Bauer, negó que se le hubiera cancelado, tal como dijo Arce. “Simplemente ella no tenía tiempo para continuar con la investigación; entonces, se le aprobó un último permiso para eliminar los collares de los animales”, puntualizó.
 

Dantas con collares
La estudiante de la Universidad de Texas, Kendra Bauer, lo que hizo en Costa Rica hace un par de años fue darle continuidad a la investigación con dantas iniciada en 1994 por Charles Foerster, según explica ella en la página en Internet: http://savetapirs.org .
Los collares con radiolocalizadores se los instaló a doce tapires, con el fin de estudiar sus hábitos y de esta forma la información ayude a conservar mejor esta especie.
Según Bauer, estos collares se fabrican con materiales resistentes al quehacer de estos mamíferos, que acostumbran pasar muchas horas dentro del agua o barro, y a lo largo de 12 años los dispositivos no han mostrado efectos negativos sobre ellos. La duración de los aparatos va de 2.5 años a 3, por lo que al cabo de este tiempo tienen que anestesiarlos mediante la utilización de un dardo y cambiárselos.
Cuando los adormecen, aprovechan para quitarles las garrapatas, le extraen un pequeño trozo de piel para analizarlo, le sacan un molde de la dentadura y le toman las medidas del cuerpo.
La página mencionada también dispone de una sección destinada a donaciones para financiar la investigación con tapires en Corcovado. Así, $10 sirven para pagar un dardo tranquilizante; $200 financian una antena de telemetría, $500 un collar, o $6.000 un collar con GPS (sistema de posicionamiento global).
 

Vecinos de Drake temen comercio de drogas
La comunidad de Drake, con una población inferior al millar de personas, tiene una preocupación que no difiere de la de otros sitios del país: el consumo y tráfico de drogas.
Itzel Arias Vega, directora de la Escuela de Drake, tiene encendida la luz de alarma desde abril pasado, cuando la madre de un niño le puso la queja de que había compartido con otros estudiantes mientras fumaban en un sitio, sin saber si era un cigarro corriente o marihuana.
El 27 de abril hicieron una reunión en la escuela con los padres de familia para hablar sobre posibles casos de drogas y abusos deshonestos. Allí ellos externaron su preocupación porque saben que la situación con las drogas está presente entre personas jóvenes y adultas del lugar.
La Directora dijo que a partir de lo conversado en la reunión se redactaría una carta, en la que se recogerían las inquietudes de estas personas y se la enviarán a la delegación policial, con el propósito de que sus miembros se comprometan a ejercer una mejor vigilancia en los alrededores de la escuela, que cuenta con unos 85 estudiantes.
Al consultarle al policía Nelson Cerdas Barquero si conocía de los problemas expuestos por Itzel Arias, explicó que de acuerdo con información de la Fuerza Pública, la zona de Drake está expuesta al tráfico de droga en razón de que muchos de los narcotraficantes que se mueven en lanchas desde Colombia, tienen que abastecerse de combustible en alguno de esos puntos de la costa.
Con un año y seis meses de laborar en Drake, Cerdas Barquero aseguró que hasta hace poco tiempo la comunidad no tenía casos por drogas, mientras que ahora con cálculos conservadores el 80% de la población las consume.
El funcionario policial afirmó contar con solamente tres policías para atender un área muy extensa y apenas una moto. Detalló que entre diciembre del año pasado y abril han pasado a los tribunales de justicia a unas cinco personas por posesión de drogas.

  • Eduardo Ramírez 
  • País
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