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En un artículo de Darío Chinchilla publicado el 9 de abril de 2008 en La Nación, titulado “Nuestros abuelos vistos desde el Norte”, se relata cómo el habitante centroamericano de mediados del siglo XIX era identificado como “un ser estúpido, indolente, vago, católico, que merece ser colonizado…”.
La generalización hecha por esos autores denota por supuesto falta de información y muy mala memoria. No me extraña, proviniendo principalmente de un grupo de “gringos”. Imagino que esos “señores” pertenecían a un grupo de pedantes con dinero que se olvidaron de su origen.
Lo extraño es que, al compararlos con ellos mismos de finales del siglo XX, más de cien años después, parece no existir mayor diferencia.
Los Estados Unidos de América están mal en educación; en pruebas intercolegiales entre estudiantes de muchas regiones del mundo, han quedado en último lugar en álgebra y química.
Los alumnos de segunda enseñanza no gustan estudiar y a muy pocos gusta la matemática. Muchos adultos no son conscientes de que el “último” dinosaurio murió antes que emergiera el Homo sapiens sapiens. El 75 % no sabe que los antibióticos no matan virus; no saben que los electrones son más pequeños que el átomo; no saben que la tierra gira alrededor del Sol ni que éste es una estrella (estudiantes de Cornell) y que esto tarda…un año.
Algunos de ellos dicen que nuestro planeta está inmóvil y que se encuentra en el centro del Universo. Muchas personas se sienten ofendidas por nuestro origen como especie y no saben que el ADN lo proclama.
Estas realidades no son fruto de mi investigación, sino del recordado Carl Sagan, científico estadounidense que recibiera muchas distinciones de su patria.
En su libro “El Mundo y sus demonios”, 1995, cuya lectura recomiendo, hace gala de un concepto moral que debería ser emulado por muchos de sus compatriotas y que dice “no critiques las faltas de los demás, critica las tuyas” (Confucio).
Es así como esos “señores” de ambos (y cuántos más) siglos, cuya diferencia estriba solamente en el cambio de fecha, no en la educación ni la actitud, deberían retomar algo de su propia historia para aprender a respetar a las otras culturas.
Fundamentalmente, la historia trata de hacernos recordar nuestro pasado, nuestro origen, en particular recordar que vinieron a este continente con telas de araña en los opuestos del tracto digestivo. “Señores”, hace muchos siglos una cultura permitió establecer que “más vale un hombre sin dinero que dinero sin hombre” (Temístocles).
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