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Sobre la película del Che

Leí un artículo hace algún tiempo sobre una película sobre el Che e inmediatamente quise responderlo. En ese momento no había visto ninguna de las películas, así que corrí a comprarlas.

Leí un artículo hace algún tiempo sobre una película sobre el Che e inmediatamente quise responderlo. En ese momento no había visto ninguna de las películas, así que corrí a comprarlas.
I Parte
Que me disculpen los grandes estudios, pero me las compré pirateadas. Respecto de los detalles cinematográficos de los filmes podré decir muy poco, pues nunca pertenecí a la Academia.
Desde mi muy lego punto de vista, las actuaciones me parecen bastante teatrales. Al personaje principal le falta emanar esa especie de energía que dicen (según las distintas biografías que he leído) caracterizaba a Ernesto. Llámenlo “don de gentes” o “carisma”, y justifíquenlo como les guste, quienes lo conocieron atestiguan que atraía a la gente. Tampoco me chupo el dedo, bien sé que pocos iban a hablar mal de un muerto o, en este caso, de El Muerto. Pero seamos realistas, hay que tener liderazgo para mover a la gente de la manera que lo hizo él, aunque me digan que eran campesinos (que, si paramos a pensar, son aún más desconfiados). Pero no es de esa característica de la que quiero hablar, quiero referirme a una cualidad, que está ligada a aquella porque me parece que es una de sus causas, y en la película la percibí un poco. Me refiero a la de entregarse por entero. Dar todo de sí en lo que se está haciendo. Vivir por algo y para algo a tal punto que moriríamos por ello, pues la vida sin ello carece de sentido, me parece que es la característica per se que define a un rebelde1.
La película tiene un ritmo que me hace pensar en esa virtud (véase desde ya que la tomo como un rasgo positivo, a la rebeldía me refiero). En ella se nota la pesadez de la existencia, de los guerrilleros, de la Sierra Maestra, de la selva boliviana, del día a día. Un día a día como el nuestro, que pasa y pasa y no se explica ni, mucho menos, se justifica. Ese día a día letárgico que no amenaza al orden imperante. O mejor dicho a Lo Imperante pues, puede ser caos o puede ser cosmos, como puede ser La Nada.
Sólo sabemos que Es, con mayúscula, y el Rebelde, con mayúscula también, lo enfrenta. Este precisa justificarse, aunque sea ante sí mismo. Necesita la respuesta de un ¿Por qué? Y no se conforma con el silencio, cómplice de lo estático. Si no recibe respuesta, la busca o la inventa; si no le gusta la que recibe, la trata de cambiar. Y aquí está el quid del asunto, prefiere morir intentando cambiarla que vivir sabiendo que su pasividad vindica tácitamente un estado de cosas del que no gusta.  
Al ver la película no pude evitar pensar en eso. Me imaginaba al Che en el medio de los árboles y las matas, al Che que ya había conseguido ser presidente del Banco Nacional de Cuba (cargo en el que renunció a su salario), el que había conseguido un estatus y un reconocimiento mundial, que podía estar fumando un habano detrás de un gran escritorio de teca, el Che con el cual los intelectuales querían reunirse, el Che que discursaba en la ONU; en el medio de la selva jugándose el pellejo por un ideal. ¡Un ideal! Un quimera, una no-realidad, existente solamente en la imaginación de unos cuantos. Hacer este tipo de renuncia va más allá de nuestra comprensión. Nosotros, frente a ese tipo de sacrificio, seremos simples conformistas cuyas luchas nunca pasarán de pocos frentes, pero nunca arriesgaremos a perderlo todo.
Muchos podrán pensar que sólo un nihilista, o un anarquista, pueden luchar bajo esas condiciones. Existe una fundamental diferencia: el rebelde ve un futuro. El orden dominante lo subyuga, pero no busca simplemente destruirlo. Si lo enfrenta, si procura aniquilar ese orden, es para empezar a construir, porque imagina que las cosas pueden ser mejores.
Dejemos de lado el debate político que conlleva el pensar en si las cosas pueden mejorar o no. Enfoquémonos en la idea del hombre (o mujer), del ser humano que se avoca la imposible tarea de cambiar el mundo, por lo menos en lo ámbitos en los que sus posibilidades se lo permiten. “Tipo fracasado”, lo llaman en el artículo, y muchos de sus otros detractores. Claro que fracasó, en la lucha material de oponerse a un sistema que se nos impone y nos dicta como debemos ser. Fracasó, pues el sistema sigue imperando.

  • Jonathan Elizondo Orozco (Magíster Filosofía del Derecho UCR)
  • Opinión
GuerrillerosNihilism
Notas

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