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Luego de la buena racha de los premios Óscar, que nos llevó a disfrutar de maravillas como “Quisiera ser millonario”, “Una pasión secreta” y “El sustituto”, ahora coinciden en cartelera tres filmes tan distintos como excepcionales, que se yerguen entre el estrépito de entretenimientos potables y otros mediocres y hasta el insoportable Mathew MacConaughey en otra de sus necedades narcisistas (“Los fantasmas de mis ex”).
“Gomorra”, “Milk” y “Ángeles y demonios” son tres relatos que recuerdan cuán rico y diverso puede ser el sétimo arte.La Sala Garbo provoca con “Gomorra”, una mirada devastadora que ya había visto cautivar a miles de cinéfilos en el último festival de La Habana y había despertado la polémica en Cannes. Basado en el bestseller de no-ficción de Roberto Saviano (vive bajo protección policial, amenazado de muerte), Mateo Garrone cuenta cómo se sobrevive en unos suburbios –complejos de apartamentos- dominados por la Camorra, esa mafia que se inició en el siglo XIX y es responsable de 4.000 asesinatos en las últimas tres décadas.
Considerado el filme más fidedigno que se haya realizado sobre la mafia, se aleja de la estilización de las grandes obras de Coppola, Scorsese y De Palma, para pintar con sobriedad y naturalismo ese mundo desde adentro. Cómo la vida cotidiana se engarza con una economía abiertamente criminal y deja muy pocas opciones de otro destino. Cercano al legendario neorrealismo, no es tanto lo que dice, mas cómo lo dice. Ahora que es tan evidente el señoreo del crimen organizado en nuestro país, ésta es una bofetada aleccionadora que nos pone contra la pared.
Las actuaciones tan creíbles, la cámara que revela la intimidad signada por la violencia, generalizada como el pan de cada día; ésta es una ficción que vale por cien documentales. Por cierto, en la misma línea temática y crítica, preparamos el preestreno de “Sin nombre”, de Cary Fukunaga, que trata el crimen organizado de los de abajo (las maras) en nuestro propio istmo.
Harvey “Milk” es el frustrado ejecutivo que, en sus cuarenta, sin querer queriendo, se convierte en eficaz líder de las comunidades gay y lésbica en San Francisco de California, adonde fueron a construir su sueño de libertad y prosperidad las víctimas de la intolerancia, como un siglo antes los vaqueros y mineros en su viaje a la frontera del Oeste. En un barrio de irlandeses católicos (los mismos que en su país de origen enfrentan estos días el recuento de los abusos laborales y sexuales de las congregaciones católicas), se levanta en los 70 un nuevo Barrio Castro, baluarte de la diversidad sexual. El notable realizador Gus van Sant (gay, él mismo) cuenta con destreza y sapiencia la vida y obra de éste mártir, el primer funcionario público abiertamente homosexual en ser elegido en los Estados Unidos.
Sean Penn, en una de las mejores interpretaciones, encarna la complejidad del hombre y el líder, cuya mayor virtud fuer su amor a la vida en su magnífica diversidad. Un ejemplo admirable. Una obra de arte indispensable hoy y aquí cuando, a propósito del proyecto de ley sobre las uniones civiles, en muchas iglesias se predica miedo, ignorancia y odio hacia gays y lesbianas, traicionando el mensaje de amor de los Evangelios.
Disfruté “Ángeles y demonios” en el Cine Magaly y fue una delicia. Ya el libro me había interesado mucho. Luego de la malograda adaptación de “El código da Vinci”, tenía mis reservas, pero esta vez Ron Howard logra un “thriller” ágil y emocionante que mantiene el interés.
El talentoso Tom Hanks es un convincente académico que mantiene su racionalidad crítica con gran dignidad. Pese a que el Vaticano no prestó los lugares auténticos, el filme ofrece riqueza deslumbrante en sus escenarios, y es un placer la destreza con que está fotografiado y editado. Como entretenimiento, de lo mejor. Como crítica a la Iglesia Católica (que también tiene sus grandes méritos) es muy válido y oportuno. Y sobre el concepto de Dios, su enfoque es respetuoso y prudente.
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