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El editor de Áncora, el dominical anexo ‘culto’ del periódico de mayor circulación del país, señor Víctor Hurtado Oviedo, le confiere a la artista/cantante/actriz mexicana Chavela Vargas los siguientes caracteres (en orden de aparición): voz raspada, ideas peligrosas, odios viejos.
Ética racista, asalto criollo a la razón, alucinante egolatría. Pequeñez prejuiciosa, cobardía, siniestro machismo, odio a países y pueblos enteros, tenaz resentimiento en el cauce de un delirio tembloroso (quiere decir “borracha patética”). Delirio fascista. Mente obtusa, violadora de Aristóteles, recetaria de crematorios. Partidaria o militante de la ‘solución final’, o sea hitleriana. Carcelera de Auschwitz, promotora de genocidas, nazi (LN: 17/05/09).
El artículo de Hurtado es breve. Las señas que asigna a Chavela Vargas aparecen en todos sus párrafos, algunas de ellas reiteradas. Al editor cultural no le simpatiza Vargas. No le tiene paciencia.
La causa próxima de los sentimientos del señor Hurtado está en una entrevista que se le realizó a la anciana artista y que, publicada en “El País Internacional”, España, fue reproducida en el suplemento Viva del mismo periódico para el que trabaja Hurtado Oviedo. En la entrevista, extensa (35 preguntas), cuatro remitieron a Costa Rica, sitio donde nació La Vargas, y en solo dos la artista se refirió al país. A ese par de respuestas responde la caracterización de Hurtado.
Lo primero a señalar es que se está ante una entrevista periodística. O sea producida por el entrevistador (Pablo Ordaz) y, en este caso, re-producida como “extracto” por la editora de Vida (Doriam Díaz). Su texto no necesariamente dice las opiniones efectivas de La Vargas, ni da cuenta del ritmo y tonalidad del diálogo. La observación, elemental, no busca excusar a la artista. Por el contrario. Tal vez ella, por ejemplo, nombró a la costarricense que considera “prostituta” (efectiva o simbólica) y a quien se honra en Costa Rica, pero quizás en alguna de las versiones impresas se eliminó el nombre por irrelevante o por razones legales. Por el texto de Viva (fuente de Hurtado) no es posible saberlo. Y es su base para llamar “machista” y “cobarde” a La Vargas.
Un segundo punto es que Chavela Vargas tiene prestigio como artista, no por sus juicios sobre Costa Rica o por sus análisis sociales. En estas áreas tiene opiniones personales. Ellas pueden irritar o generar discrepancia. Pero de aquí a llamarla “fascista” hay distancia.
En especial si se adulteran (o falsean) sus dichos. Por ejemplo: Hurtado escribe que Vargas padece de “alucinante egolatría” en tanto afirma que ella no busca a los grandes sino que los grandes la buscan a ella. Autosatisfecho, Hurtado arremete, en despoblado: “Bien: los polos opuestos se atraen”. Pero lo que Vargas dice en el texto es que ella no busca a los “importantes” (la gente con poder, presidentes, etc.) sino que ellos la buscaron cuando sintieron tristeza. Y agrega: “Se acercan a mí (los importantes). Y es la tristeza la que te hace buscar al amigo, que siempre está presente”. Vargas reserva el título de “grandes” a artistas como Pedro Infante o Pedro Vargas. Y dice que al lado de ellos “la luchó”. Hurtado o no quiso leer o quiso inventarle la egolatría para quedar como “ingenioso”.
La Vargas nació en la particular Costa Rica que le correspondió socialmente y su impresión fue la de ese su entorno inserto en la Costa Rica oficial, dominante. De ella resintió su catolicismo hipócrita, su conservadurismo machista, su mezquindad. Tampoco desea sepultar a los costarricenses. Dice sería un buen negocio instalar aquí una tienda de ataúdes e invitar a los suicidas de todo el mundo a residir en Costa Rica. Opinión semejante a la de Carlos Cortés en “Cruz de olvido”. Seguro La Vargas no lo ha leído porque está algo ciega. Ambos hacen referencia a la mediocridad de la cultura ‘oficial’. Es su criterio. Desde él se filtra humana desazón y amor por Costa Rica. Nada de fascismo.
Es fácil ilustrar el final de esta historia. Con su poder vesánico, La Vargas hace llegar a su entrevistador el texto de Hurtado antes de que éste lo escriba. Asombrado, Ordaz lo presenta a Chavela. La anciana, ciega tras sus gafas oscuras, simula leerlo. Con una sonrisa se lo retorna: “¿Ve?”, apunta, “Se lo dije”.
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