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¡No Cuba, no …!

Buscando en la televisión, me topé con el sonriente Oppenheimer, quien gusta más de imponer su opinión que de preguntar a sus interlocutores.

Buscando en la televisión, me topé con el sonriente Oppenheimer, quien gusta más de imponer su opinión que de preguntar a sus interlocutores.
El tema recurrente: las relaciones EE. UU.  y América Latina, dentro del cual es novedad el posible retorno de Cuba al ministerio gringo de las colonias, eufemística y oficialmente  conocido como Organización de Estados Americanos (OEA).
Ahora que Cuba se yergue victoriosa de una lucha cincuentenaria, y que con su ejemplo de dignidad y sabiduría encabeza el movimiento revolucionario que recorre las inmensidades del continente cobrizo, sin exportar más que su ejemplo fortalecido con cientos de médicos, maestros, deportistas, artistas  y científicos dispuestos al sacrificio solidario en beneficio de los más empobrecidos de la Patria Grande, voces corren de norte a sur clamando por su retorno al seno de la OEA.
¿Quiénes abogan por insertar nuevamente a Cuba en la “comunidad” hemisférica? De los interesados escogeremos tres, en orden descendente, más los oppenheimers, que no sacan pelo sin sangre.
El más interesado, consideramos, es el imperio, cuyo sistema socioeconómico hace aguas y ha perdido hegemonía continental, topando incluso con el escollo del bloqueo a Cuba ante posibles arreglos políticos con sus socios históricos: gobiernos latinoamericanos que hoy representan los intereses de sus pueblos y no los del amo en Washington.
Entonces es urgente tratar de mantener cierta unidad continental conservando, por lo menos, el liderazgo económico; aparte de que el bloqueo a Cuba no sólo golpea al pueblo cubano, sino que, además, su mantenimiento es oneroso para el agresor. La guerra fría –que es el caso de marras- es costosa, ha hecho infelices a los pueblos involucrados y ha tumbado muros y gobiernos, pudiendo precipitar el ocaso de sistemas políticos económicamente injustos y genocidas.
El segundo interesado es parte del primero, que como demiurgo –el  mercado capitalista (ahora neoliberal)-, ha extendido su mano invisible por todo el hemisferio y llora sobre la leche derramada por cincuenta años de no hacer negocios con la Isla rebelde, que otrora fuera emporio de la “libertad” mercantil y paraíso hedonista de los magnates gringos.
Los contactos comerciales limitados que durante el bloqueo ha habido entre EEUU y Cuba son resultado de la presión que los agentes económicos ejercen sobre los gobiernos norteamericanos de turno.
El tercer elemento interesado en el acercamiento con Cuba desde la OEA lo componen, llamémosles, los nostálgicos y apesadumbrados políticos latinoamericanos, que habiendo sido cómplices con o fieles al imperio, callaron una y mil veces las atrocidades que en nombre de la democracia se cometían contra el pueblo caribeño, tan sólo por querer éste construir su propio destino. Su posición, se presume, sigue siendo faldera.
Nadie, de pueblos, gobiernos o personas que hayamos sentido la bota opresora del panamericanismo en la figura de la OEA, debería estar interesado en que se utilice al pueblo cubano y su Revolución para revivir al moribundo que tanto daño ha ocasionado a Cuba desde 1962 y al continente latinindio, desde su fundación en 1948.
¿Qué objetivos fundacionales ha cumplido la OEA? Que respondan los pueblos que en vez de democracia recibieron muerte, garrote y exclusión desde las dictaduras impuestas y sostenidas por el imperialismo yanqui a partir de los años 50. Que conteste Argentina desde su experiencia en la guerra de las Malvinas, cuando desangrada por una dictadura militar, fue derrotada por una potencia europea en 1982. Que atestigüen Guatemala, Nicaragua y El Salvador con sus dictaduras sangrientas e invasiones promovidas por el país sede de la OEA; o Panamá bombardeada por los gringos en 1989; o las invasiones en República Dominicana (1965) y Granada (1983); o el golpe de Estado al Presidente Allende planeado por la CIA y ejecutado por sus lacayos; o la golpiza de Estado sufrida por Bolivia a vista y paciencia del organismo continental; o el más reciente, recetado al presidente Hugo Chávez en abril de 2002. Hablen los pueblos que como el  colombiano aún hoy sufren el terrorismo de Estado y una guerra fraticida que supera la edad de la OEA y que los gobiernos burgueses han sostenido gracias al apoyo de Estados Unidos; y los que siguen aguantando el peso del colonialismo y de la intervención extranjera en los asuntos regionales a pesar de la OEA, que nada hace por defender al débil, como es el caso de Puerto Rico, “ala rota del pájaro de las Antillas mayores”, en manos del único país colonialista miembro de la OEA; o los territorios guayaneses en litigios con potencias europeas y otros que continúan siendo colonias como la Guayana Francesa, Antillas menores en el Caribe y las Malvinas en Argentina.
Sin Cuba la OEA no se sostiene, y Cuba, por justicia cósmica y decoro de su pueblo emulado por Martí, jamás debería aceptar su reincorporación a un organismo hemisférico burocrático, viciado de corrupción (recordemos al breve Secretario General de la OEA, que tuvo que renunciar a su cargo para salir esposado del avión que le conducía de Washington a Costa Rica hace algunos años) y políticamente inviable en el nuevo orden continental, cuando por fin los pueblos del Sur han ido superando los obstáculos en la búsqueda de su propio destino, el que Cuba, con sangre y sacrificio, escogió hace 50 años, y por lo cual fue castigada por la OEA. Y menos aún, Comandante Fidel, si todavía se escuchan alaridos, como los de Oppenheimer, que tras que deben cobran, cuando insisten, irrespetando al pueblo cubano, en que Cuba es gobernada por una dictadura personalista al estilo OEA y en que Cuba debe ceder soberanía a cambio de asistir al funeral del nefasto organismo interamericano.
En el espíritu de Bolívar y el Che, hoy se ilumina el Continente con el ALBA de la Revolución Bolivariana de Venezuela, cuyos rayos de hermandad, justicia y solidaridad ya se proyectan hasta los mismos EE.UU.; además, otras iniciativas integradoras en los campos político, económico y de seguridad, como el Grupo de Río, UNASUR, MERCOSUR, CODESUR y otros, demuestran que el proceso integrador de nuestros pueblos camina en sentido contrario con respecto al que históricamente ha sido conducido por la OEA.

  • Tito Méndez, Profesor
  • Opinión
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