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El valor de las personas

Costa Rica es un país de licenciados. No tengo nada en contra de anhelar o adquirir un título académico. Pero hay que aclarar el malentendido que consiste en confundir el valor moral de una persona con el título que este posea.

Costa Rica es un país de licenciados. No tengo nada en contra de anhelar o adquirir un título académico. Pero hay que aclarar el malentendido que consiste en confundir el valor moral de una persona con el título que este posea.
Ha estado en el aire desde hace mucho tiempo y todavía hoy la idea de que un hombre que tenga un título académico universitario es una gran persona, una persona con mucho valor moral.
Muchos creen en esto. Otros no piensan así. Otros seguramente no tienen opinión al respecto. Puede ser, puede no ser.
He conocido a licenciados y doctores que no valen nada como seres humanos. Seres humanos egoístas, injustos, crueles, corruptos. Y sin embargo, ante la opinión pública son grandes hombres.
Muchos licenciados y doctores son mediocres personas y mediocres profesionales. ¿Cómo medir o pesar el valor de una persona?
Fui al cine a ver “El lector”, con el título en español de “Una pasión oculta”, y comprendí que trata este problema. La película es justiciera con el pueblo alemán: no todos los alemanes eran nazis. Se han cometido muchas generalizaciones al respecto.
Hanna Schmidt, una muchacha analfabeta alemana que, buscando trabajo, se lo dan de guardia en un campo de concentración, es condenada tiempo después del holocausto a veinte años de prisión.
Algún tiempo después de la guerra Hanna consigue trabajo como recolectora de tiquetes en un tranvía. Conoce y es humanitaria con un muchacho alemán. Nace un romance o vivencia muy bella. La mujer lo introduce en el mundo del amor y la sexualidad. El director se esmera en realizar todo esto. La relación termina. El muchacho entra a estudiar derecho.
Uno de los profesores de la universidad lo lleva a un juicio donde está siendo enjuiciada  Hanna Schmidt. El muchacho alemán es cobarde, hipócrita, traicionero, un Judas. No habla a su favor, no la defiende, a pesar de conocerla bien, de ser un estudiante de derecho, de saber que era analfabeta.
Si él hubiera dicho que Hanna era analfabeta, es muy posible que el veredicto hubiera sido distinto. Se nota la sed de venganza y castigo de muchas personas, la búsqueda de responsables del holocausto. Hanna se convierte en un chivo expiatorio.
El director se mete de lleno en la psicología moral del abogado: culpa, sentimiento de culpabilidad porque él amaba a Hanna. El personaje trata de limpiarse, de purgar su culpa, su traición.
El personaje se ha vuelto un abogado bien colocado. El director examina su conciencia, su valor moral como ser humano, como persona. Ante todos es una buena persona, pero su manera de conducirse o comportarse con Hanna es muy discutible, muy cuestionable. La ironía detrás de todo esto es que es un abogado, es decir, un centinela de la justicia.
Hanna Schmidt, a pesar de ser analfabeta y haber trabajado como guardia en un campo de concentración, es muy valiosa como persona. Lo anterior es lo que quiere decirnos la película, cuyo guion es inspirado en la vida real. “El lector” es cine justiciero, reivindicativo.

  • Héctor Andrés Naranjo Rojas (Profesor de filosofía)
  • Opinión
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