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En la mesa está servido un tema dificil de digerir, la producción y consumo de carnes. Esta cena nos pone un menú con opciones no muy amplias, ni saludables para pensar.
De entrada o aperitivo: la contaminación. La analizamos como el precio dispuesto a pagar, tanto de las empresas productoras, como nosotras y nosotros mismos a la hora de comer algún tipo de carne. Su forma de producción y de consumo tiene actualmente un peso sustancial en los procesos de contaminación mundial. Como indican algunos datos de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) más del 70% de la selva amazónica se deforesta para la producción de carne, además la misma FAO señala que: “El sector de la agricultura animal emerge como el segundo o tercer contribuyente más importante a los problemas ambientales más serios, tanto a escala local como global” (www.fao.org). Esto está ligado directamente con la emisión de gases nocivos, como el CO2, CH4, entre otros que se propagan debido a los sistemas de trasporte, que también participan de la producción, particularmente de la distribución, de las carnes. Hablamos de un armatoste productivo que no solo produce alimentación sino que produce contaminación. Es decir, para producir carne, de la forma que se hace, necesariamente se produce contaminación. Plato fuerte: supervivencia intraespecies. Este tipo de producción extensiva se apropia de grandes áreas territoriales por lo que se elimina espacio para la vida intraespecies, es decir, para que varios animales convivamos creando un sistema ecológico, o mejor dicho con capacidad para albergar y permitir la vida. El depredador, sea el tigre, el águila, u otros, exceptuando al ser humano, no destruye el hábitat , ni de los que caza, ni de los que nada le interesan en su faena de vida, el hábitat del cazado y de los otros que no son cazados terminan siendo el mismo, el hábitat no sucumbe cuando sucumbe la vida de una presa. En cambio los territorios, que son en su nivel más completo hábitats, se convierten, debido a la lógica extensiva de la producción de carnes, en un sistema monológico, el cual tiene como consecuencia la reducción de la capacidad de generación y sostenimiento de vida, incluyendo la nuestra como especie, porque eliminamos fuentes de vida que permiten otras vidas. Los sistemas monológicos son contrarios a los sistemas ecológicos, ya que estos últimos conllevan la posibilidad de la convivencia intraespecies, esa es su consistencia vital. Acompañamiento del plato fuerte: el carroñero humano. Un sistema de producción de carnes que se condiciona por la industrialización de la comida termina por condicionar la alimentación. Esto hace que empecemos a pensar en la idea de un carroñero social. Nuestra forma de producción mediada y monopolizada por mecanismos de control de fuentes de alimento nos impulsa hacia la idea de que somos depósitos de carne, es esto lo que representamos para la industria carnívora, de esto nace así el “carroñero social”, el cual es concebido a partir de la relación entre la tecnificación industrial de la alimentación y el consumo frenético, claramente conectados. Este concepto del carroñero social quiere decir que el humano que consume es un carroñero, debido a que existe una contraparte humana que se dedica a matar, es decir, la mayoría, que somos los consumidores, no somos carnivoros, es decir no cazamos y comemos, sino que, comemos lo ya cazado por otros. En otras partes, buscamos los paquetes y bolsas con lo que queda de los animales, esta dinámica nos ha convertido en consumidores carroñeros. Somos tan consumidores que no pensamos, y menos cuestionamos, lo que consumimos y la forma en que lo hacemos. El velo consumista y goloso trastoca nuestras necesidades de existencia y consumo –tanto biológicas como sociales- para convertirlas en necesidades de consumismo sistémico, es decir, mera repetición de consumir como referente del vivir, sin pensar en la necesidad, biológica y social, que esa apropiación y acción nos proporciona. A diferencia de lo que podríamos llamar un “carroñero natural”, que participa de un equilibrio y de un uso de aquello que se deja como “desperdicio” por otros animales, el carroñero social, en este contexto consumista, es más bien un generador de desechos, tanto en las formas de producción actuales como en sus resultados. El carroñero no mata, sino que come lo que otros animales han matado, los seres humanos hacemos lo mismo: comemos lo que ha quedado de lo que otros han matado, pero agregando de manera fundamental, el que en ese proceso productivo se genera más carroña de la que consumimos.
Esa carroña tiene efectos fatales sobre los los procesos ecológicos, este tipo de producción genera hacia el planeta una problemática global. El vegetarianismo, entre otras ideas y posturas se plantea como una opción para reducir los efectos negativos hacia la vida en el planeta; sin embargo, aquí no pretendemos una conversión hacia el vegetarianismo, sino exhortar a tomar una posición, una posición sobre las formas de producción dominantes, sobre lo que se nos pone enfrente para consumir, sobre cómo es que se lleva a cabo el transcurrir de nuestra existencia para así dar cabida a ideas que nos insten a retomar formas de alimentación y de producción de alimentos en respeto hacia ese otro montón de vida que, al igual que nosotros, respira y comparte la vida en esta inmensidad planetaria; este suena el tipo de postre que como humanos esperamos sea el cierre de nuestras comidas.
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