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Por supuesto, las chirigotas acerca de dichos chinos que el presidente de Costa Rica no comprende o, peor, sí comprende, son punta de iceberg, por decirlo en tópico.
Lo que sedujo a Arias fue “ilustrar” a los otros presidentes de la Cumbre, con un mucho de ironía/sarcasmo, acerca de que los asiáticos dejaron de fascinarse, en la transición entre siglos, con los “ismos” negativos (nombró capitalismo, socialismo, comunismo, libera-lismo, neoliberalismo, social-cristianismo) al encontrar un “ismo” bueno: el pragmatismo (LN: 26/04/09).
Arias, el chancero, quiere creer que el pragmatismo no es filosofía y visión de mundo (moderna y capitalista) que puede plasmarse en una o varias ideologías: por ejemplo la de poderosos que aprecian el mundo desde sus rentas particulares. La estudió la sociología estadounidense.
La roma percepción del ‘intelectual’ Arias no la comparte, por ejemplo, Amy Gutmann (catedrática en Princeton, nada sospechosa de frivolidad o comunismo). En su discusión con M. Ignatieff sobre un cimiento pragmático para derechos humanos, apuntado por este último, Gutmann acentúa que ‘Ignatieff insiste en separar su criterio ‘pragmático’ (el principio de agencia) de fundamentos morales/metafísicos y en considerarlo un denominador común entre diversos puntos de vista’, pero quienes lo adversan estiman que esto no es factible y que el juicio pragmático contiene un determinado posi-cionamiento moral y hasta metafísico’. De modo que el “hallazgo asiático” coreado por Arias resulta al menos polémico. Y esto en Occidente, inventor del pragmatismo. Gut-mann subraya: “… los fundamentos pragmáticos también resultan ser morales” (Dere-chos humanos como política e idolatría, p. 18).
Arias defiende su opción por el gatesco pragmatismo asiático diciendo que China cre-ce económicamente un 13% anual y ha sacado a 300 millones de habitantes de la pobre-za mientras en América Latina se sigue discutiendo sobre ideologías. Es la tesis de un libro de A. Oppenheimer (“Cuentos chinos”) quien regresó de unos días en China exul-tante no sólo porque algunos chinos hablaban inglés sino por su crecimiento económico y su total desdén por derechos humanos y legislación social. Quizá Arias no leyó el libro completo (es farsante y vulgar) o tal vez su ‘viveza’ lo lleva a escamotear la segunda parte de la tesis. El gato chino (un tipo de capitalismo) no solo es eficaz cazando ratones sino que también es ultra eficaz atormentando a una población que agradece la saquen del hambre biológica, única que por el momento parece experimentar.
La búsqueda solo del crecimiento y no del desarrollo es por lo demás parte de la es-trategia del Consenso de Washington saludado en su momento, década de los noventa, con orgasmos por los neoliberales (por algo se excitarían) y que todavía constituye, pese a su fracaso, el programa de acción de la mayoría de los gobiernos del área. A lo que parece el colorido gato chino no caza ratones en América Latina.
Arias añadió azote a sus pares presidenciales por insistir en los “ismos” precisamente cuando en Estados Unidos, Alemania y Francia se discute qué tipo de capitalismo es compatible con la actual globalización. Mientras pontificaba, la televisión captó que Obama se despojó cautamente de los audífonos para traducción múltiple y, con la cabe-za gacha, mascullaba. De su gruñir no hubo versión oficial. Pero cuando Arias terminó, aplaudió con entusiasmo.
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