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Durante años se nos vendió el ideario globalizante como la panacea contra el subdesarrollo. En el mismo proceso, se adjuntó la posmodernidad como la ideología par excellence de esta globalización.
Una posmodernidad que le pasaba lo que al tonto, que en bella noche se le señalaba con un dedo la luna para que la viese y él miraba el dedo.
Así, mientras la globalización impulsaba las exigencias de la economía neoclásica, la academia rezaba irreflexivamente los artículos de fe del judío francés, llamando relictos fósiles a aquellos que manteníamos posiciones de izquierda y ocultando la lucha de clases en nombre de una fenomenología fascista.
Si uno era de izquierda, te decían que estabas cometiendo violencia epistémica. Entonces, según los posmodernos, no era importante pensar en utopías, los pobres eran simples perdedores que no eran dignos de reflexión; parecían ellos pensar en su ignominiosa danza de las identidades.
Desgraciadamente para ellos, el tiempo continúa su marcha y la Historia no muere. Los que ayer fuimos fósiles, hoy estamos de nuevo aquí, producto de la necesidad histórica y no del antojo dominante de la pequeña burguesía academicista. Estamos en una América Latina que se tiñe de rojo de extremo a extremo. La pobreza de millones hace imperativo un cambio que se matiza de necesidad ecológica. La necesidad de hacer ciencia nos obliga a superar el discurso obsceno, oscurantista y oprobioso de la postmodernidad, a la cual nunca le faltaron las risas del bufonesco intelectualismo pro-primer mundo.
Los que ayer fuimos fósiles, hoy somos más que el fantasma que recorre, con sus no-publicitadas críticas, los restos de la globalización-posmodernidad. Hoy, por dicha, no está el Partido para manipular nuestra reflexión. Hoy la reflexión es impuesta por la situación material de nuestro continente.
La izquierda actual tiene un imperativo: despertar. Debemos recrear una ciencia que siga el ideal hinkelammertiano de una ciencia crítica, que limpie los restos que el desastre posmoderno dejó en nuestras academias: ignorancia, histeria y superficialidad. Hoy debemos retomar la política real y presionar a un Estado costarricense, para que abandone la trasnochada idea de seguir creando un modelo de desarrollo suicida, que ya apesta en Wall Street. ¿Vamos nosotros a permitir que se siga con un modelo de desarrollo que ya fracasó? ¿Dejaremos que algunos académicos pequeñoburgueses continúen con su culto a Derrida?
El fracaso del capitalismo bursátil nos impone reflexionar sobre la imperante necesidad de crear un modelo de desarrollo incluyente, una academia que cree conocimiento y un discurso que comprenda el mundo y que no se dedique simplemente a interpretar esquizofrénicamente signos. La antiutopía del Estado gerencial acabó. Hoy se cayó el mito con la intervención estadounidense en el mercado financiero.
La noche ya pasó. Mira el sol, brilla nuevamente. La modernidad simplemente descansaba.
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