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“Nadie confía en nadie. Solo que nosotros lo admitimos.”
Él o ella en el filme.
Urge llamar la atención de los cinéfilos sobre este notable filme en cartelera: Duplicity, que ha sido opacado entre dos tipos de películas muy llamativas.
De una parte, dos obras diferentes y excelentes que en tono casi documental desentrañan temas clave de nuestro tiempo, nos referimos por supuesto a Gomorra, sobre el crimen organizado en Italia y a Milk, sobre las luchas de las minorías por sus derechos humanos, en este caso la comunidad gay y lesbiana en los Estados Unidos. Ambas siguen se exhiben en la Sala Garbo y el Lawrence Olivier.
Por el otro lado, entretenimientos de alto calibre como las últimas versiones de Terminator y de Star Trek atraen la atención del grueso de los espectadores, deseosos de propuestas espectaculares.
kcumple con los valores de unos y otros; aunque me temo que su doble mérito haya sido evidente para muchos.
La serie de Jason Bourne, con Matt Damon huyendo no sabe de qué (ni en quién confiar), no me atrajo inicialmente. Temí que fuese una necedad como Ocean’s Eleven. Pero luego descubrí unos relatos bien interesantes en muchos sentidos.
Michael Clayton es un complejo filme que denuncia con vigor la mentalidad y el accionar corporativo. Tan sugestivo como difícil de asimilar, fue ampliamente valorado por la crítica. Tony Gilroy, guionista de los dos Bourne y realizador de Michael Clayton es, pues, digno de atención.
Ahora vuelve a tratar el tema corporativo en Duplicidad, con más eficacia que con Clayton/Clooney. Pareciera no ser tan dura su crítica, pero solo pareciera; pues es más de fondo, menos obvia.
Ésta vez consigue hacer una sagaz disección de una cultura y una mentalidad que se van imponiendo en el mundo. Logra un memorable haz de relatos brillantemente urdidos.
Con el estilo clásico hollywoodense digno de admirar, hace un sobrio derroche, valga la paradoja, de atractivas locaciones, magnífica fotografía, oportuna edición y sonido, junto a convincentes interpretaciones, tanto protagónicas como secundarias, para ofrecernos un filme tan elegante como inquietante, tan placentero como profundo.
Gilroy hilvana una estupenda trama de espionaje como pocas se han visto. La filma con una pericia indudable. Dirige con solvencia a varios intérpretes cuya sola presencia cautiva al público, como Julia Roberts y el dramático galán de Niños del hombre, Clive Owen –vaya par–, junto a dos estupendos actores de carácter, Tom Wilkinson y Paul Giammetti, que se comen la pantalla como los tipos que se quieren comer el mundo.
La escena inicial, de antología, hasta recuerda al genio de culto Peter Greenaway, como también lo hace el audaz uso de pantallas divididas. Gilroy va más allá de la usual crítica al mero afán de lucro de las corporaciones y sugiere inquietantes cambios de paradigma.
Y aún falta lo mejor, para mí, una deliciosa y angustiosa reflexión filosófica sobre la verdad, la mentira y la (imposible) confianza como eje de las relaciones humanas. Un tema que la falta de espacio me impide explorar más, y sobre el que deseo escribir tomos dada su insoportable trascendencia.
Por cierto, en el sitio web Rotten Tomatoes, que resume la crítica de cine norteamericana, señalan que el consenso entre los comentaristas es que Duplicidad “es un filme ingenioso, bien construido, con frecuencia divertido, pero más cerebral que visceral, con demasiados giros argumentales.”
Sí, coincido; solo que lo ellos que ven como defecto yo lo disfruto como virtud. Es pecado de la cultura estadounidense predominante una superficialidad y una vocación por el entretenimiento que les hace difícil digerir una obra más seria y profunda, o lo que de eso tenga.
Por eso también me gustan Cortázar y Carpentier, Grass y Camus: el placer de pensar. Bueno, ahí la tienen, se las recomiendo.
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