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“Berlusconi ha ido más lejos; tan lejos que podría haber abandonado el cada vez más deteriorado espacio del Estado de derecho italiano y estar adentrándose en el territorio de la discriminación y la xenofobia.”
Así se pronunciaba el Diario Español El País en su editorial del pasado 18 de Mayo en el que mostró su posición sobre la reciente Ley de Seguridad aprobada por el parlamento italiano e impulsada por el Primer Ministro Silvio Berlusconi, y sobre el deseo de este gobernante, de pedir una cumbre a la Unión Europea con el fin de detener la “criminal” inmigración irregular.
La nueva Ley de Seguridad solo suma al clima de intolerancia y xenofobia sobre el cual la derecha italiana ha venido cabalgando. En dicha ley, entre otras cosas, se permite inclusive a la ciudadanía formar patrullas para denunciar “situaciones de peligro” (lo que sea que esto signifique) en las cuales se vean involucrados inmigrantes.
Es evidente que el actual gobierno de Italia se encuentra en una coyuntura de intolerancia y odio. Luego de negar que a los inmigrantes se les tratara de formas inhumanas, el Ministro Italiano de Defensa Ignazio la Ruzza decía “es más humanitario devolverlos que dejarlos meses y meses en centro de internamiento, donde se les trata pésimo”.
Días antes la Ruzza había tenido también cándidas palabras para el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR): “es una organización inhumana y criminal”; así se pronunció cuando este órgano de la ONU denunció el trato a los migrantes. Por último y, para culminar con el discurso que se acerca al de la Italia fascista, el propio Berlusconi tuvo la guinda a la actuación xenófoba de su gobierno cuándo dijo: «Italia no será una sociedad multiétnica».
Decía Eduardo Galeano que “el sistema se encuentra en guerra contra los pobres y no contra la pobreza”. Parafraseando en parte a Galeano, la derecha italiana dirigida por Berlusconi parece que se ha puesto en guerra contra los inmigrantes y no contra las causas que producen la inmigración. Lo verdaderamente preocupante es que pareciera que el mundo desarrollado no censura a Berlusconi, o al menos no se pronuncia contra él con la vehemencia que la intolerancia de don Silvio merece. Tristemente el accionar de la nueva Italia de ultra derecha nos recuerda la historia reciente de la humanidad, cuando a casi ningún gobernante de las potencias industrializadas se le ocurre cuestionarse cuáles son las causas de la masiva inmigración hacía sus países; y más bien deciden crear leyes o medidas tipo “garrote” para combatir un problema, que sin duda alguna, no se remite al patrullaje o cierre de una frontera.
No hay que ser un genio para notar que la inmigración en el mundo de hoy en día es: o de desplazados por conflictos internos o de migrantes económicos escapando de sus paupérrimas economías. Pero la respuesta del primer mundo sigue siendo la misma: intolerancia. Intolerancia que se viene repitiendo sistemáticamente, bien vale la pena recordar al supremacista Haider en Austria o al infame muro de Bush en la frontera de EE.UU. con México.
Lo cierto es que Berlusconi es peligroso, criminaliza la inmigración y no le cruza por la mente pensar en integración y menos aún en inclusión. Sus respuestas son las de viejos nacionalismos intolerantes que alguna vez pudimos haber pensado estaban en proceso de extinción. Pero lo más peligroso que tiene Berlusconi es que se le imite en otros países del mundo y ahora sí, de una vez por todas, se combata a los inmigrantes y no a las causas de la inmigración.
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