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Por espacio de varios años atrás sonó el timbre de mi casa de lunes a viernes a las 4:45 de la mañana, así comenzábamos la rutina diaria con la caminata de rigor, tomábamos como rumbo el Este, cerca de la entrada de Microbiología.
El Irazú aún oscuro fue testigo de la cotidianidad de tantos pasos con los que nos ejercitábamos en esas tres “vueltitas” alrededor del campus de la Universidad de Costa Rica.
Al inicio, cuando íbamos Violeta y yo como sonámbulas, nos llenábamos de avemarías y padrenuestros con muchas peticiones por esto, por aquello, por lo de más allá, así cubríamos nuestras necesidades de pedir por nos o por los demás desde buen temprano.
En la segunda ronda ya podíamos ver las torres de las televisoras y de las radioemisoras en la montaña, escuchar los cantos de las viuditas y los yigüirros siempre presentes y más tarde a los pericos con su reloj biológico a las 5:45 en punto.
Nos apropiábamos del área universitaria todos y todas caminantes que poco a poco nos encontrábamos de un lado a otro de las vías. En algunos casos con un cordial ¡Buenos días! O simplemente nada…Llegó a ser una práctica rutinaria, necesaria para cargar baterías.
Compartimos alegrías y tristezas, esperanzas y desesperanzas en medio de la caminata…Conocedora del tema, ella me relató muchas historias de mis ancestros heredianos Baudrit y se entusiasmaba al contar sobre su parentela desde tiempos de Juanito Mora.
Entre los robles sabana, las jacarandas, las llamas del bosque, los árboles de manzana rosa, las hojas de tigre, los bambúes, se mantienen todas esas historias de los antepasados y de los contemporáneos.
Son los ciclos vitales tan intensos y tan inciertos…
Viole, mi compañera de caminata, con sus hijos grandes, planeó otra carrera y así sacó su licenciatura, continuó con su trabajo como administrativa de la U y lo complementó como docente en Estudios Generales.
La tomó de sorpresa un quebranto de salud y como todas sus cosas, lo enfrentó con tanta valentía que lo contaba como una historia más y lo estaba venciendo por lo menos ante los ojos de los demás.
Volvió a retomar sus actividades después de dolorosas operaciones y tratamientos. La vimos siempre con el entusiasmo y ese optimismo que la caracterizó.
“Volví a pintar”, me comentó un día, “me pensionaré pronto y asumiré otras actividades”.
Su dolencia continuó y no perdió su jovialidad. En medio de su gravedad recibí un mensaje suyo con caricaturas vacilonas sobre el antes y el después de las mamografías, de mujeres con siliconas y sin ellas, en donde me alertaba sobre el cuidado de este aspecto y hacérselo ver a mis hijas, hermanas, amigas, vecinas, mujeres y más mujeres. Fue un mensaje rosado, con la cinta rosada y con el dolor rosado…
El 2 de noviembre tomé de mi jardín una rosa rosada que había florecido hacia abajo. ¡Qué raro! Pensé, quizá por tanto aguacero. Aún así, la puse en un lugar especial.
Ana Violeta Murillo Roldán murió, víctima de cáncer de mama, el día de los difuntos del 2008.
Con el marco de las montañas, de las Tres Marías, de la Cruz de Alajuelita, del Irazú centinela, permanecerán muchas vivencias, no sólo académicas si no otras más dentro de las que están historias como esta de quienes nos empoderamos de la U al amanecer, en algún momento de nuestro ciclo vital.
Te extrañamos Viole, las y los caminantes que continuamos en esa marcha cotidiana allí o por otros rumbos, por otras montañas…
Queda tu espíritu como ejemplo de mujer luchadora, alegre y consecuente con vos misma, fuiste ejemplo de esta generación de mujeres de mitad del siglo pasado que enfrentamos al nuevo milenio con todas sus consecuencias.
Gracias Viole por tu sencillez, tu bondad y tu entusiasmo por la vida.
Es así como expreso a John Eric, Kevin, Talita, Erland, a Berta, al piojo y las piojas (su nieto y sus nietas) y para quienes la conocieron, un tributo a una mujer universitaria extraordinaria, que engrandece con su memoria la plenitud que se respira en el campus Rodrigo Facio.
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