Cuando este artículo vea la luz, probablemente el hermano pueblo hondureño, en su lucha, habrá hecho lo mismo.
Una vez presentada la denuncia 43204 ante la Defensoría de los Habitantes contra el Nobel Arias, por promover el ingreso impune a Costa Rica del golpista Micheletti, criminal condenado por el mundo civilizado, – que al frente de la cúpula oligárquica, eclesiástica y militar ha usurpado el poder en Honduras desde el 28 de junio pasado – considero haber dado un paso en defensa de la justa legalidad, tan necesaria cuando se busca la paz y la armonía social.
Desde la fuente material de todo derecho, la política, se divisa en el horizonte centroamericano un intento anacrónico por revivir regímenes de facto liderados por una falange execrable y añeja que sueña con volver a las catacumbas oprobiosas del poder impuesto a base de garrote y fuego. Gracias a extrañas maniobras diplomáticas y fuerzas subterráneas de un pasado reciente, que con violencia se resiste a desaparecer de nuestro sufrido continente indolatino. 
Cuando escribo estas líneas los golpistas ya cumplen el decimosexto día de gobernar a base de toques de queda y ensañamiento furibundo contra un gobierno legítimamente escogido por el pueblo y contra la ciudadanía que reclama el regreso al orden constitucional.
Respecto del papel que el gobierno de Costa Rica viene jugando en el marco de la tragedia institucional que hoy sufre el pueblo hondureño, surgen algunas interrogantes que quisiera decodificar en aras de la verdad: ¿Cómo pudo aterrizar intempestivamente en el Aeropuerto Juan Santamaría un avión cuya carga comprendía a un mandatario constitucional de una nación hermana, quien fue compelido forzosamente a abandonar su país, y acto seguido el furtivo pájaro de acero haya salido de la misma forma que entró, dejando abandonado al Presidente Zelaya de Honduras?, ¿será que en territorio de nuestro emporio democrático cualquier avión puede descender con el cargamento que a sus tripulantes, aun militares cuando se les antoje?.
¿Por qué Óscar Arias, si iba a investirse pro témpore al SICA en Managua al día siguiente del secuestro de Zelaya?  ¿Porqué no acompañó a su colega en el avión venezolano que Hugo Chávez le envió para su traslado inmediato a Nicaragua? ¿Por qué el sábado siguiente, en la Asamblea general extraordinaria de la OEA en Washington, Óscar Arias se apartó del criterio de la gran mayoría de gobiernos americanos y aconsejó al Presidente Zelaya no viajar el domingo 5 de julio a su tierra, donde lo esperaba su pueblo enfrentado al ejército y a la policía? ¿Por qué el gobierno usamericano corrió en apoyo de la tesis de Arias en el foro de la OEA? ¿Por qué después de haberse reunido las partes en conflicto con autoridades estadunidenses, Arias resultó “mediador” y la brasa de EE.UU. pasó a Costa Rica?
¿Por qué Óscar Arias insiste en que el proceso de “diálogo” entre las partes será prolongado? ¿Qué diálogo puede derivarse a partir de un hecho político deleznable condenado por la comunidad internacional, en donde un grupo de facinerosos oligarcas y militares agreden a un pueblo desarmado? ¿Por qué el Nobel de la paz no reúne al Presidente Zelaya y a Micheletti en Tegucigalpa? ¿Qué tipo de democracia defiende Arias?
Ya lo dijimos en un artículo anterior (Universidad No. 1808): la OEA se está jugando sus últimas cartas. Ojalá en ésta evite sacrificar al pueblo de Honduras y a su democracia en ciernes.
Según nuestros pueblos, las frases célebres de la historia continental nunca pudieron salir de los labios que no fueran de Bolívar, San Martín, Juárez, Morazán, Mora, Martí, Sandino o el Che, entre otros. La consigna que aceleradamente van abrigando los pueblos latinoamericanos con eco profundo en Centroamérica y en Honduras en aciagos días: “socialismo o barbarie”, ¿será del Che?