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Cuando negociar es sinónimo de claudicar

Bien hace el Presidente Constitucional de Honduras, Manuel Zelaya,  en no aceptar los términos de la denominada “Negociación de San José”.

Bien hace el Presidente Constitucional de Honduras, Manuel Zelaya,  en no aceptar los términos de la denominada “Negociación de San José”.
De lo contrario, estaría incurriendo en la más grotesca traición a su pueblo y a las causas de reivindicación social de Latinoamérica. 
Y la razón es muy sencilla, el chantaje, la ignominia, el secuestro, el vasallaje y la fuerza de las bayonetas estarían siendo  premiadas y legitimadas sobre la sociedad civil, las reformas sociales e incluso de la propia Constitución Política.
Amén de la frustración que significaría para quienes empezaban a soñar en una Honduras sin asimetrías, de necesidades básicas satisfechas y de igualdad de oportunidades.
De aceptarse los términos de la negociación, los militares habrían logrado un indiscutible  éxito y se consolidarían como ejemplos vivos por seguir, como paradigmas del quehacer de su país y del futuro latinoamericano.
En la actual coyuntura hondureña intentar desvincular la paz de las reivindicaciones sociales es tan ingenuo como intentar descifrar la racionalidad militar con la lógica de la sociedad civil.  Para quienes verdadera y honestamente esté interesados en comprender el rol que juega ese ejército, lo primero que deben preguntarse es quién y donde lo disciplinaron y adiestran, quien lo avitualla y como se estimula y promueve a sus oficiales, contestado esto, las demás respuestas vendrán por añadidura. 
Lo que nunca imaginamos es que este encaste de militares-empresarios se atreviera a actuar con tal desfachatez a estas alturas de la civilización, en una democracia que recién despuntaba y con un Presidente en el Norte filosóficamente humanista y sin cuyo aval ningún golpe de estado tiene posibilidades de resultar exitoso.  Es decepcionante que el Presidente Barack Obama, pese al repudio unánime de la comunidad internacional, se haya negado a reconocer que se trató de un “golpe militar”, con lo cual se  hubiese visto obligado, de conformidad con la normativa constitucional de ese país, a retirar “ipso facto” toda ayuda económica y militar a los golpistas y por ende a abortar su cometido.
Cuando los latinoamericanos albergábamos la esperanza del advenimiento de una democracia real, de libre albedrío y  escogencia de sus gobernantes, de pronto PUM, regresan las bayonetas y nos despiertan abruptamente del soponcio para recordarnos las reglas del juego, para confrontarnos con los verdaderos amos y señores y para advertirnos que cualquier idea de cambio social es un tema más propio de los filmes de ciencia ficción.  En otras palabras que al igual que en Macondo el ciclo de dominación nos mantiene condenados a perpetuidad.
Pero también imaginamos la vergüenza que debe haber significado para quienes habían blasonado ante el mundo del cambio de brújula en este lado del planeta. Para los Premios Nobel de la Paz que se ufanaban de haber trasplantado una sucursal del paraíso bíblico a nuestro suelo, así como también para quienes consideraban que la OEA era algo más que un tigre con garras de papel.
Qué ridículo para todos esos blasonadores de los logros democráticos en Centroamérica al quedar desenmascarados por quienes continúan teniendo el sartén por el mango y las bayonetas también.  A los militares hondureños y su oligarquía les importa un bledo los Premios Nobel y las OEA, así como que las dos terceras partes de su población vivan en extrema  pobreza.
En esa vergonzosa coyuntura es donde surge como pomada canaria la idea de la “Negociación de San José”, como caída del mismito cielo, como un taparrabo para cubrir las partes impúdicamente expuestas, como proclama al mundo de que no hay tal desnudez, que estos golpes son simples deslices, que son eventos superables con voluntad política y con la transigencia de sus actores, todos al final saldrán  gananciosos, satisfechos y hermanados. Aceptar dócilmente los términos de la negociación es la clave, redunda en convivencia armónica y la paz vuelve a relucir sobre el horizonte de la patria. 
De paso, solo por pura carambola, se habrá logrado la metamorfosis de un Presidente incómodo para convertirlo en un inútil rey noruego, para que cogobierne con un gabinete impoluto y aséptico cual hermanitas de la caridad, en un período de gobierno acortado, incomunicado de las malas juntas y renunciando a cualquier consulta popular amenazante.  Por otro lado se exaltaría la transigencia de Micheletti erguido como héroe en el parque de los próceres, se recuperaría el clima de paz y tranquilidad para las trasnacionales y el ejército podría fanfarronear a los cuatro vientos como los huevos sirven para algo más que acompañar un buen desayuno. 
En la acera del frente, el tercer pueblo más pobre del hemisferio, observaría impávido y descorazonado la negociación de su dignidad, se limitaría a desmantelar sus ranchos y a reversar los títulos de propiedad de las parcelas recién adquiridas.  Despertarían de su fugaz sueño para volver a caer en la pesadilla de su cotidianidad.
Para los interlocutores nombrados por el Departamento de Estado sus buenos oficios serían generosamente recompensados.  Costa Rica sería el primer país con un ciudadano investido dos veces con el Premios Nobel, el Secretario General de la OEA habría logrado el tan esperado espaldarazo para postularse como candidato a la presidencia de su país  y la propia Secretaria de Estado Hillary Clinton tendría renovadas opciones, incluso para disputar la reelección a un frágil Obama, ya no solo con el apoyo de su Partido Demócrata, sino también con el reconocimiento de la ultraderecha liberal, agradecida por retornar del clima de confianza para sus inversionistas.
Ante ese panorama, el restablecimiento de la legalidad en Honduras requiere de una fórmula creativa y constitucionalmente factible. El Presidente  Manuel Zelaya, cuya legitimidad permanece incólume puede reorganizar su gabinete y gobernar en el exilio utilizando como sede cualquiera de sus embajadas.
Tiene la absoluta potestad para rehabilitar la titularidad de su investidura y ejercer “motu proprio” las atribuciones que le confiere el artículo 245 de su Carta Magna, entre otras, las que establecen los incisos 11. Emitir acuerdos y decretos y expedir reglamentos y resoluciones conforme a la ley; 12. Dirigir la política y las relaciones internacionales; 13. Celebrar tratados y convenios…14. Nombrar los jefes de misión diplomática y consular de conformidad con la ley del Servicio Exterior… 15. Recibir a los jefes de misiones diplomáticas extranjeras, a los representantes de organizaciones internacionales…24. Indultar y conmutar las penas conforme a la ley; 25. Conferir condecoraciones conforme a la ley; 41. Velar por la armonía entre el capital y el trabajo; 42. Revisar y fijar el salario mínimo de conformidad con la Ley.
De esta forma no solo estaría evitando caer en la indignidad, sino también que sus seguidores se inmolen inútilmente ante la barbarie militar que le adversa.  Igualmente estaría acreditando ante el mundo de la fragilidad de foros internacionales como el OEA, desacreditaría la hipócrita política exterior de los EE.UU. y dejaría que la llaga enconada y sangrante de las repúblicas bananeras continúe exhibiéndose ante el mundo. A la postre la vergüenza redundará en mayores beneficios que  en un pusilánime autoengaño.
 

  • Adonay Arrieta Piedra (Profesor Derecho UCR)
  • Opinión
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