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“La decisión más difícil” es un filme muy interesante, pero con algunos altibajos, que adapta con acierto la novela de Jodi Picoult.
Obra de Nick Cassavettes, hijo de un realizador legendario pero no tan popular (John) y de la notable actriz Gena Rowlands. La trayectoria de Nick como actor y realizador se vincula y asemeja a la de su padre, icono del cine independiente estadounidense, aunque la de Nick es menos relevante. Por cierto, su filme “The Notebook” es favorito de mis estudiantes de cine.
Observamos a una familia cuya vida acomodada se trastorna debido a la leucemia de la hija. El hijo mayor se pierde en vicios y conductas antisociales, lo que en el filme se minimiza. Para la enferma la vida es un calvario que un episodio ausente en la novela hace más soportable; un fugaz encuentro erótico con un muchacho también enfermo de cáncer.
Si bien el condescendiente álbum de recortes de la mayor domina el desenlace, ambas giran en derredor de la segunda hija, Anna, la que es concebida en vitro para que sea donante idónea de su hermana mayor. Así, desde muy pequeña, ella es usada para obtener tejidos que sirven para la sobrevivencia de la otra, con quien establece intensos lazos afectivos. Por eso el nombre original en inglés es tan adecuado, y no el cursi de la traducción al castellano (esto de las traducciones casi siempre es una pesadilla). “My Sister’s Keeper” se puede entender tanto como la que mantiene, como la que cuida o protege a su hermana.
A sus trece años, al darse cuenta de que deberá donar un riñón, Anna se rebela y contrata un abogado, popular en los medios, para demandar a sus padres y emanciparse médicamente (el abogado, que accede a trabajar pro bono, puede asumir la patria potestad ad litem).
Dos subtemas bien integrados a la trama destacan en el filme. Hacia el final se llega a descubrir que ese abogado sufre de una discapacidad no evidente que lo hace comprender el horror de no controlar el propio cuerpo. Casi todos damos por sentado ese manejo del cuerpo y por eso tendemos a no valorarlo. El estupendo filme “Mar adentro”, precisamente reflexiona sobre el suicidio asistido en el caso de un hombre casi totalmente paralizado.
Asimismo, el extraordinario coraje y madurez demostrados por el deportista Lobito Fonseca, en la entrevista publicada recientemente, da otra perspectiva sobre este tema tan difícil; siento la más profunda admiración por su valor. El otro es que la jueza que lleva el caso sufrió la pérdida de su hija en un accidente de tránsito, lo que le brinda empatía con la chica. Por cierto, que la jueza considere esta simpatía sería muy criticado por los republicanos reaccionarios que se opusieron a la feliz designación de Sonia Sotomayor como miembro de la Corte Suprema de los Estados Unidos. Cameron Díaz hace un estupendo trabajo como la madre, verdaderamente histérica, que se obsesiona por ayudar a la enferma, en una de esas refinadas muestras de egoísmo que pasan por lo contrario. Ella lo sacrifica todo: su trabajo como abogada, su matrimonio y sus otros dos hijos, para regodearse en un auténtico masoquismo anclado a una sola (sin)razón, mantener con vida a la enferma, aun contra la voluntad de ella.
Y peor aún, ese único y desesperado sentido que le otorgó a su vida la lleva a justificar el uso y abuso de los demás en el altar de su obsesión.
Si bien un giro sorpresivo varía las razones de la demandante, es muy oportuna la discusión que facilita sobre el derecho al propio cuerpo (la salud, la sexualidad), amenazado por la pretensión de que una persona de trece años no sabe qué le conviene.
Además, el retrato de esa madre dominante, tan espantosa como frecuente, está bien dibujado y expuesto en sus numerosas implicaciones. La escena del viaje a la playa, cuando la familia por fin se sacude del abuso, es muy esclarecedora. Es una película muy bien realizada, aunque bordea el sentimentalismo; un notable Alec Baldwin, y una impresionante Abigail Breslin (“Pequeña Miss Sunshine”), redondean una obra que se disfruta de manera agridulce y que conviene meditar.
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