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Avanza ya el segundo mes desde que fue depuesto inconstitucionalmente el presidente de Honduras José Manuel Zelaya por una conspiración político/empresarial/clerical con protagonismo de los aparatos militares.
En este tiempo ya se han perfilado con claridad los actores, los escenarios del conflicto y las ventajas relativas con que cada uno de ellos aspira a salirse con la suya.
Sin duda, con independencia de Zelaya, que aún se resiste pero despertando cada vez menos atención y simpatía, el actor más disminuido es la Organización de Estados Americanos y más específicamente su todavía joven Carta Democrática Interamericana (2001). La razón es sencilla: ese documento se preparó y firmó cuando los diversos Estados parecían coincidir en las líneas básicas del Consenso de Washington.
Es decir, territorios, poblaciones y recursos naturales del subcontinente pasarían a quedar ordenados y determinados (e irreversiblemente “pacificados”) por la lógica de la acumulación global instrumentada a favor de transnacionales y oligarquías y neoligarquías locales.
El 2009 respira otro aire. Emergieron con rapidez fenómenos ambiguos pero de signo integracionista y latinoamericano: el ALBA de inspiración bolivariana (2004) y la Unión de Naciones Sudamericanas (2004-2008) más tecnocráticamente favorable a la integración global pero cautelosa respecto a sus procedimientos.
Al mismo tiempo se dieron, vía el sufragio, derrumbes estrepitosos de regímenes tradicionales de dominación en el área. De esta manera, Venezuela, Bolivia, donde los sucesos alcanzaron dramatismo, pasaron a formar parte, con Ecuador y una no derrotada Cuba, de un “Eje del Mal” subcontinental. ‘La’ democracia oligárquica y neoligárquica, ligada a los “buenos negocios”, y cuyas diversificadas expresiones más “puras” son Chile, Colombia y México, dejó de ser modelo único. Surgió el reclamo, para nada heterodoxo, de mayor participación ciudadana y social.
El último punto rompía con el paradigma que identifica los valores democráticos con la exclusiva competencia de los ‘partidos políticos pragmáticos’ y el dinero.
La trizadura se relaciona directamente con el dominio geopolítico de EUA en el hemisferio. La OEA puede adoptar las resoluciones que le parezcan, incluyendo el voto ‘oficial’ de EUA, pero carece de capacidad para hacer cumplir sus demandas si este último Estado no asume materialmente el compromiso.
Es el caso actual: Honduras parece interesar de tal manera a la geopolítica estadounidense (reservas petrolíferas, control militar, enfrentar y derrotar a Venezuela, disciplinar a la OEA) que, paralela a su declaración de “aceptar solo a Manuel Zelaya como gobernante legítimo de Honduras” impulsó una ‘mediación’ que despoja de todo poder efectivo a éste y promueve la impunidad de todos los actores golpistas. Es decir, aquí no ha pasado nada, “gracias a Dios”.
Así, Zelaya puede “concluir su mandato” y se envía un mensaje clarísimo a las oligarquías del subcontinente y a los militares: pueden dar golpes de Estado que favorezcan al dominio global del capital y a los intereses estadounidenses. De estos golpes surgirán “democracias armónicas”.
A diferencia de los regímenes de Seguridad Nacional, estas ‘nuevas democracias’ tendrán dirección empresarial y bendición clerical. El mercado global fragmenta, expulsa y aterroriza gentes sin rozar siquiera, según el libreto oficial, sus derechos humanos.
En este sentido, los gobiernos torturadores sobran. Mercado “libre”, medios masivos, iglesias y tecnócratas producirán y consolarán la angustia e incertidumbre de mayorías. Hoy las tropas hondureñas se desempeñan solo como un tipo especial de sicarios. La tortura se reserva y propagandiza contra la “amenaza terrorista”.
Esta la excepción de Colombia y sus bases militares imperiales, pero es que allí existen varias guerras y una de ellas la encabezan insurgentes. La otra cara tendrían que testimoniarla organizados y fieros sectores populares, pero donde no existen o son insuficientes, como en Honduras, las gentes deberán conformarse saciándose con gotas de agua bendita y besando con unción la imagen de esa virgen piadosa que no falla nunca y a la que se celebra con lágrimas.
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