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La prensa informó que un grupo encabezado por reconocidos legisladores de izquierda maniobraron para aligerar el abortista proyecto de ley # 16.887, que lleva el engañoso nombre pro “salud sexual.”
Esto trajo a mi memoria el comentario de un docente universitario quien me relató asombrado, que debió confrontar a algunos universitarios -que relativizando el derecho a la vida-, justificaban cierta actividad terrorista y otros hechos similares como el genocidio nazi. Algo de lo que también he sido testigo en mi experiencia docente de tiempos recientes.
Y es que en algunos sectores activistas, se ha venido manifestando una feroz resistencia contra esos consensos usuales que vagamente llamamos valores costarricenses. Es una nueva intolerancia que arremete contra todo lo que ose defender la existencia de verdades morales objetivas, tal y como históricamente lo han logrado las ancestrales convicciones de nuestra nacionalidad. Se justifican en una mal entendida tolerancia. La tolerancia es respeto a la disensión, sin que ello implique que -por complacencia-, debamos subyugar los principios colectivos ante la acción que contraviene la ética reconocida en pro del beneficio general. Ese disenso es hijo putativo de la cultura postmoderna y sus códigos importados. Es la tendencia que relativiza y justifica todo, reemplazando los conceptos de lo correcto y lo incorrecto, por lo que “conviene” o “sienta bien”. Es desatender la dirección donde apunta la luz del faro moral, en el ánimo de preservar solo lo que alimente los apetitos; cuando la conciencia deja de ser norte de nuestras decisiones morales y la reducimos a un mero termómetro sumergido en las ciénagas del hedonismo colectivo. Lo que hoy ha relativizado, por ejemplo, consensos que para el costarricense eran otrora indiscutibles, como la defensa de la vida –legitimando prácticas abortivas-, o la protección del estado natural de la familia. Relativo todo. Es la demolición de un concepto: la verdad. Aunque muchos no tenemos plena conciencia de ello, eso que llamamos “valores costarricenses”, no son sino los mismos que -por milenios y a costa de la sangre de sus mártires-, dieron fundamento a la cultura occidental: la herencia judeocristiana. La influencia de los ideales cristianos permanece en capas ocultas tal como lo hace el petróleo en la piedra pómez, hasta que -recurrentemente- irrumpen en el escenario de la historia para reencaminarla, como ocurrió en Europa del Este, cuando su influencia provocó el derrumbe del comunismo estalinista. Cual corrientes subterráneas que fluyen dando vida a manantiales, así fluyen del subsuelo de la cultura occidental, los siglos de forja de los valores cristianos. Desde la antigüedad, su aporte fue demoledor en la difusión de un concepto para entonces revolucionario: el de la dignidad humana, que se derivó de la convicción de que hemos sido creados a imagen y semejanza de un Ser ético. Banderazo de salida del largo camino que llevó a la creación del sistema internacional de protección de los derechos humanos en el siglo XX, hijo irrefutable de aquellos valores y piedra angular del constitucionalismo. Cuando vemos cómo son promovidos proyectos que atentan contra la vida o la familia, sabemos que Occidente decae porque -como en “El Peregrino” de Bunyan-, sus más caros ideales se subastan en la “Feria de las vanidades”. Es lamentable que en nuestro hemisferio, entidades como la IPPF, con sus funcionarios inmiscuidos en las antesalas de la ONU, y en Costa Rica -sus filiales-, resulten entusiastas corifeos de la subasta. En lo esencial de todo esto no hay novedad. Desde el siglo XVIII Voltaire se obsesionaba con una moral sin Dios para Europa. Lo que era impensable, es que la profecía orteguiana -depositada en su “Rebelión de las masas”-, sería mediante el voraz apetito de las abortivas industrias farmacéuticas. Y en España la polémica ha dado para tragicomedias. El 19 de mayo anterior, la ministra de salud Bibiana Aído, se dejó decir que un bebé con trece semanas de gestado es un ser vivo, pero NO un ser humano. Entonces unos ingeniosos empresarios de su país fabricaron un muñeco simulacro de dicha edad. Para sonrojo de la funcionaria, la réplica –de respetable tamañito-, ¡se ha vendido bien en la Madre Patria! Le llaman “el bebé Aído”. Por ello, sobre el tema particular del aborto, el intelectual ibérico Luis María Ansón -de la Real Academia-, espetó una acusación implacable a la izquierda defensora del aborto: “Frente a la progresía de salón, la del caviar y el domperignon, se alza el verdadero progresista, el que está a favor del débil contra los abusos del fuerte… me pongo, por eso, al lado del débil en el debate del aborto.”
2-Set-09
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