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Todos los oficios y las profesiones descansan sobre una cierta habilidad particular, clave para el desempeño y que está a la base de su credibilidad. Parte de esas habilidades clave, en el caso de los periodistas, es la confirmación de sus fuentes.
En días recientes, recibí un correo electrónico que decía que en una fecha cercana, virtud a una supuesta cercanía excepcionalmente grande del planeta Marte a la Tierra, podríamos ver al planeta rojo del tamaño de una “segunda luna”.
De inmediato corroboré la veracidad de tal correo, y una corta visita (no más de dos minutos) a Google me reveló que se trataba de una “leyenda urbana” más, carente de toda cientificidad.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando veo que Telenoticias le da tratamiento de noticia al correo electrónico de marras, y la nota fue pasada al aire y consignada en la página de Internet del citado noticiero. La directora del medio se vio obligada, al día siguiente, a ofrecer disculpas a sus televidentes ante la información falsa y anticientífica que ofrecieron al público. Un poco de sentido común haría pensar que una visita a cualquier buscador de Internet hubiera salvado al noticiero de su papelón. Para no mencionar que un periodista debería contar en su arsenal profesional con innúmeros contactos para asegurarse de que la información que publica en el ejercicio de la responsabilidad social de la información colectiva sea veraz. Hasta aquí la anécdota. No obstante, esta situación debería hacernos reflexionar, como consumidores de la comunicación colectiva, acerca de la calidad del producto comunicativo que consumimos. Esta nota en particular revela un vicio tristemente extendido: la falta de rigor y de equilibrio en la verificación de las fuentes de información, y la resultante falta de credibilidad de la información ofrecida. Debemos decirlo con todas sus letras: un periodista debe garantizar que sus fuentes sean fidedignas. En eso se basa el ejercicio de la noble ciencia periodística. No hacerlo, es innoble, engañoso e irresponsable. El “periodismo corrongo”, como lo llamó Carlos Morales en su célebre artículo de 1991, es aquel periodismo “que comporta entre sus moldes edulcorados una carga ideológica que puede conducir a la alienación, a la acriticidad y a la manipulación -por pasivas- de las democracias vigentes”. Elevar a la palestra de la información colectiva un rumor de Internet, que ha circulado (según mi brevísima búsqueda en Google) desde 2003, es simple y llanamente irresponsable e injustificable. Creo que el ejercicio profesional ha caído en la crisis lamentable en que se encuentra (como ya lo acusó brillantemente Donald Schön en su paradigmático artículo “La crisis del conocimiento profesional y la búsqueda de una epistemología de la práctica”), en parte por esta falta de rigor, por esta auto-complacencia pseudo-justificatoria en que cae el profesional, refugiado en la nociva tautología de: “si lo digo yo es, cierto… y es cierto porque lo digo yo”. El ejercicio periodístico, formador de opinión, debe ser particularmente riguroso si desea cumplir con su mandato de responsabilidad colectiva. O, por lo menos, consultar Google con mayor frecuencia.
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