Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Independientemente de cómo concluya el largometraje “made in Honduras”: Manuel Zelaya contra Roberto Micheletti, los buenos oficios del mediador, el presidente costarricense, Óscar Arias, no pueden dejar de verse desde la perspectiva de los esposos Clinton, impulsores del “Acuerdo de San José”. Este ensayo político sobrepasará a los hondureños.
Por todos es conocidos que la Organización de Estados Americanos (OEA) marcó la cancha de cualquier negociación con quienes militarmente se alzaron con el poder en Honduras: la restitución de Zelaya. De allí parte cualquier negociación diplomática. Hasta ahora, aclaro.
Sin embargo, recordemos algunos puntos del llamado “Acuerdo de San José”: 1) regreso de Zelaya para integrar un gobierno de unidad y reconciliación nacional; 2) una amnistía para delitos políticos; 3) renuncia de Zelaya a reformar la Constitución de Honduras; 4) adelantamiento de las elecciones generales; 5) sujeción de los militares a las próximas elecciones, retorno de los poderes estatales a su integración previa al golpe; 6) integración de una comisión de la verdad, entre otros. Los puntos 1,2 y 4, a mi modesto entender, significan para Zelaya una oportunidad de oro, a fin de que retome su gobierno para despedirse de sus amigos y colaboradores más cercanos.
El “Acuerdo de San José” recogió la restitución de Zelaya, porque fue a lo máximo que llegó la OEA, pero nunca fue prioridad para Micheletti. ¡Era pedirle mucho! Un gobierno de “unidad y reconciliación nacional” y la declaratoria de “amnistía”, lleva, en cambio, la intención de eximir de responsabilidades a quienes concibieron, ejecutaron y legitimaron el golpe de Estado el pasado 28 de junio. Así, en un eventual retorno de Zelaya al poder, él sería neutralizado por los representantes de los diversos partidos políticos, incluyendo la gente de Michelletti, que formarían parte del gobierno de “unidad nacional”. Es llegar al gobierno del que fue elegido con camisa de fuerza.
La fórmula para integrar el Poder Judicial hondureño con el personal de antes del golpe resulta nada imparcial; rescata, sí, la imagen de la supuesta independencia de poderes, muy cuestionada en ese país antes y después del golpe. Guarda, por así decirlo, la imagen inmaculada de los poderes judiciales latinoamericanos que, como sabemos, sus integrantes son nombrados por los partidos políticos, que a la vez responden a intereses muy particulares.
¿De dónde salió entonces la brillante idea del gobierno de “conciliación” y “unidad nacional”, una “amnistía” para los golpistas, un ejército hondureño sin cuestionamiento alguno y renuncia a convocar a una Constituyente? De los “halcones” norteamericanos que empezaron ya a levantar vuelo y a picotearle la cabeza al presidente Barak Obama. Son los mismos que idearon en el pasado leyes de “amnistía” en Chile y Argentina, de “perdón y olvido” en Uruguay y Paraguay, etc.
Pero el golpe de Estado en Honduras es un experimento más sencillo de la cuenta. Ya sondearon la comunidad latinoamericana sobre su reacción. Es una reacción diplomática y nada más. Así que, si mañana resulta otro golpe de Estado en Ecuador, Bolivia o Venezuela, saben que habrá escándalo diplomático nada más. Los “halcones” se reservan el uso militar, porque históricamente, la fuerza diplomática y el ordenamiento jurídico internacional resultaron endebles en Palestina, Irak, Afganistán. Panamá, Guatemala, Cuba, Granada, etc.
Así, la reciente instalación de 7 bases militares en Colombia es una avanzadilla militar de los “halcones” que nada importó a ellos dejar a su gran socio, Alvaro Uribe, como el bufón de la fiesta, cuando anuncian que es para el combate del “terrorismo” y el “narcotráfico”.
A partir de las aventuras de George W. Bush en Iraq – entre el 20 de marzo y el 1 de junio de 2003- y en Afganistán – a partir de 2001- las cosas cambiaron en el patio trasero de la primera potencia mundial. La pregunta es si cambiaron para siempre o en el mediano plazo sus cambios son reversibles.
Un sindicalista, que hasta entonces se creía imposibilitado para gobernar una de las economías más pujante del orbe, se alza con el poder en Brasil; un aborigen aymará es electo presidente en Bolivia; un militar paracaidista, formado bajo la égida estadounidense, da una extraña “vueltereta” y es sentado en la silla presidencial por las masas en Venezuela; un curita, más fogoso de la cuenta, en Paraguay, tira los hábitos y desafía aún a los seguidores de Stroessner; en El Salvador, quienes desde la independencia de ese país creeyéronse ungidos para gobernar siempre, ceden el poder a un periodista, tantas veces visto recorrer las calles de San Salvador en busca de la noticia del día.
Si quiere no me cree, pero las cosas cambiaron en América Latina. Y en Honduras hay más que un golpe de Estado.
Este documento no posee notas.