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No cabe la menor duda que en la película Náufrago, dirigida por Robert Zemeckis, uno de los personajes principales aparte de Chuck Noland (Tom Hanks), es Wilson, una bola de voleibol.
La relación de afecto y dependencia que se genera no sé si entre ambos personajes, o al menos entre Chuck y Wilson es notable y hasta dramática.
Pero Wilson también es posible encontrarlo personificado como el “amigo invisible” en los niños pequeños, que casi siempre están ausentes de pares que los acompañen en sus viajes lúdicos por sus mundos imaginarios; quizá más de un padre le ha tocado la noble tarea de apartar una silla vacía en la mesa a la hora de comer, sitio claro para el “amigo invisible” de algún solitario niño. Lo nuestro y de manera ineludible es la vida en sociedad, no existe el “ser humano” sino los “seres humanos”. El asunto es más profundo de lo que a veces se ve, sin la presencia de otro humano no podemos llegar a ser nosotros mismos. Nuestra especie se desarrolló siempre en sociedad, y sabemos que los que tienen la mala fortuna de haber vivido aislados de los otros humanos por muchos años, terminan afectados física, psicológica, emocional y lingüísticamente en algún nivel. Si el abandono es en etapas tempranas de la infancia, los problemas pueden ser tan graves como el caso de los llamados “niños salvajes” o “niños ferales”; tales los casos más sonados de Víctor de Aveyron (en Francia, 1799) y Genie la niña Californiana que estuvo hasta los 13 años sin contacto con el mundo social; alejados, sin duda, de la realidad benévola de Tarzán o el Mowgli el niño de la selva, personajes que no muestran el atrofiado desarrollo que en la realidad sufren las personas cuando están alejados por muchos años de los demás humanos.La privación de afecto resulta igualmente letal que el abandono social; esto lo muestran investigaciones en donde se usan escáners y se revelan las atrofias cerebrales de los niños que han recibido poco afecto. La forma en que desarrollamos los humanos nuestra identidad, no es por la vía de fortalecer la individualidad sino por la socialización, por el apartar un poco la atención de nuestro centro yoico y visitar el mundo mental, emocional corporal y lingüístico de los otros. Para llegar a ser “inteligentes”, cualquiera que sea su definición, debemos ser amados; sin apego no hay empatía y sin esta nos convertimos en sádicos. Aprendemos en gran medida porque nos enseñan, y si nos enseñan con amor, respeto; fomentando los vínculos sociales los resultados en nuestra capacidad de memorizar dinámicamente son más sólidos. La competencia para resolver problemas es más efectiva y la posibilidad de ser felices es mayor en los niños acompañados socialmente y atendidos con respeto y amor, que en los niños que son vistos como un número más, por ejemplo en un gran grupo de un aula escolar estándar; esto no es un invento nuestro ya muchos estudios lo dicen. Lo anterior no vale solo para la escuela sino, según numerosas investigaciones, es también válido para la universidad. Hay lamentablemente en muchos contextos educativos un marcado énfasis o en lo individual, competitivo o en lo masivo y asocial. Por otro lado, se está dando un fuerte acento al uso no reflexionado, ni mediado de las famosas Tecnologías de la Información y Comunicación en el campo educativo, sin meditar en la naturaleza social del ser humano. ¿Será que en nuestro sistema educativo desde la etapa preescolar hasta la universitaria se nos ha olvidado algo? Pero aparte de la situación educativa antes mencionada; ya se ven los tentáculos de los monstruos en los hogares, los cuales ya no salen de los roperos o de debajo de las camas, sino que lamentablemente llevan los nombres de los propios padres o cuidadores de los niños. El problema es que con cada vez más frecuencia nos damos cuenta de que el peligro no solo está afuera del hogar sino terriblemente en el propio seno de este; mientras nuestros niños siguen engrosando las estadísticas de lo indecible en el tema del maltrato, y siguen viviendo en la impotencia del día a día, nosotros seguimos muy preocupados por si la selección de futbol de Costa Rica clasifica al mundial, o si va a ganar algún candidato político, si el estado se hace laico o si ya empezó algún programilla malucón de la televisión. La indiferencia es solo comparable con el nivel de superficialidad moral en el que hemos caído los costarricenses frente a los verdaderos y profundos problemas sociales. Tal parece que no queremos a nuestros niños y niñas.
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