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Periodista brasileño narra que dentro de la embajada brasileña hay todo “un cerco militar muy severo”.
Fabiano Maisonnave, 34 años, corresponsal en Caracas del periódico brasileño Folha de São Paulo, está hace casi un mes en la embajada de Brasil en Tegucigalpa. Es el periodista que más tiempo ha acompañado a Manuel Zelaya en la embajada, desde que el mandatario se refugió allí, el 21 de septiembre pasado.
Maisonnave fue el periodista que le hizo una entrevista en la que Zelaya reivindicaba su derecho a promover reformas constitucionales en Honduras. La entrevista había sido hecha antes de conocerse el “Acuerdo de San José”, pero fue publicada precisamente cuando se negociaba aquí esa propuesta que, entre otras cosas, prohibía cualquier iniciativa para reformar la constitución hondureña. Eso sirvió de pretexto para que el gobierno de facto rompiera las negociaciones que se llevaban a cabo en aquél momento, argumentando que Zelaya no pretendía cumplir el acuerdo. Desde entonces, Maisonnave ha seguido de cerca la crisis hondureña. Cuando supo que Zelaya había ingresado en la embajada de Brasil en Tegucigalpa, viajó nuevamente a Honduras y logró entrar también en la representación diplomática, donde permanece hasta hoy.UNIVERSIDAD conversó largamente con él desde San José, en la noche del 20 de octubre, para conocer cómo se desarrolla la vida diaria en la embajada, donde, en el momento de la entrevista, permanecían 46 personas, incluyendo al mandatario y su esposa. Maisonnave habló de la convivencia en el interior de la embajada y de las difíciles relaciones con el exterior, ya sea para comprar comida o para dormir en paz.El relato que sigue es una transcripción ordenada de esa conversación, es el relato del periodista sobre su vida diaria, sobre sus relaciones con Zelaya, y también su apreciación sobre el futuro de las negociaciones entre ambas partes.
LA LLEGADA
“Llegué a la embajada en la noche del 25 de septiembre, cuatro días después de la llegada de Zelaya. Zelaya llegó un lunes, yo entré a la embajada un viernes. Fui el único periodista brasileño aquí durante una semana, hasta que llegaron otros.Pero, para entrar a la embajada, tuve que negociar una autorización con el gobierno de Micheletti. Había ingresado a Honduras por tierra, desde El Salvador, pero tuve que esperar ocho horas un salvoconducto. “En este momento hay 46 personas en la casa: Zelaya y su esposa, y tres asesores políticos (el sacerdote Andrés Tamayo; el expresidente de CONATEL, Razel Tomé; y el dirigente liberal Carlos Reina). Hay varios hombres de la seguridad –por lo menos unos seis, que trajeron 17 pistolas, que ahora están en poder de la embajada–, además de periodistas y partidarios del mandatario.
EL DÍA A DÍA
“Para comer, los periodistas compramos la comida juntos. Hay una cocinera, de un restaurante, aquí cerca, que la prepara. Luego la lleva a las Naciones Unidas, o a una ONG de derechos humanos, que son los únicos que pueden entrar aquí.“Nosotros pagamos al restaurante con la ayuda de una periodista amiga que está afuera. Ella dejó pagada la comida hasta el sábado. Después, tengo que ver qué hago. Es un “pool” para los periodistas, que se reparten eso. Cada comida cuesta 200 lempiras, unos $10. Hoy comimos una sopa con carne y pollo con arroz. “La comida tiene que venir en una caja de estereofón para llevarla a revisión. Luego los perros huelen la comida. A veces no dejan pasar gaseosas, a veces la policía se roba el postre.“El problema ahora es el desayuno. El desayuno era Gatorade (bebida utilizada por deportistas) con galletas, pero la policía empezó a prohibir el ingreso de estos productos. Estamos hace tres días sin desayuno. Lo que queda son unas cajitas pequeñas de leche descremada, que sobraron aquí.“Estamos esperando que se flexibilice la entrada, pero cada día es de una manera. La semana pasada prohibieron la entrada de frutas. Solo podían entrar con prescripción médica. Ahora se puede, otra vez. De repente prohíben la pasta de dientes. Los bombillos solo pueden entrar si devolvemos el que se quemó. Nunca sabemos qué van a hacer.“La seguridad está a cargo de policiales y militares, pero quien revisa la comida es la policía. Se acordó que el territorio brasileño va hasta el final de la acera. Eso nos permite salir para recibir la comida y, a veces, en ese momento, conversamos con el comandante Pagoaga. Pero es siempre una conversación tensa.
EN LA EMBAJADA
“Hay tres clases sociales aquí: el presidente y su familia (ahora solo está su esposa). Está con ella Doris García, exministra de la Mujer, que es la asistente de la Primera Dama.“La clase B son los periodistas y algunos asesores, y la clase C son otros asesores y militantes. Algunos duermen en colchonetas, otros duermen sobre cartones.(Aquí se interrumpe la conversación. Se oye a Maisonnave conversar con algún colega en la embajada, sobre su lugar para dormir esta noche. Resuelto el problema, se retoma el diálogo).“Somos seis periodistas: dos de AP, uno de Reuter, un fotógrafo de AFP. De periódicos solo estoy yo. Un fotógrafo del periódico Estado de São Paulo, Wilson Pedrosa, se fue hoy.“La embajada es una casa de dos pisos, con unos 400 metros cuadrados. Hay espacio. El embajador estaba ausente cuando volvió Zelaya. Esta era la casa del poeta João Cabral de Mello Neto, que fue embajador de Brasil aquí. Después se tornó embajada, que estaba a cargo del encargado de negocios Francisco Catunda. Pero él casi no viene. La cancillería brasileña, el Itamaraty, mandó al ministro Consejero en la OEA, Irineu de Paula, para que se hiciera cargo de la situación.“Nosotros dormimos en una sala muy amplia, al lado del cuarto donde duerme el matrimonio Zelaya. Cuando yo llegué había unas 75 personas. Dormíamos unas 15 o 20 en esta sala. Hoy somos solo seis personas durmiendo en este lugar. Todos tienen un colchón inflable. Hasta anteayer yo compartía el colchón con Pedrosa. Es un colchón que la gente de Telesur, que ya se fue, dejó aquí. Son los colchones de los periodistas.“Hay una muchacha que nos lava ropa, pero no plancha. Antes yo le pagaba con cigarrillos; pero ahora el pago son 100 lempiras ($5) en tiempo de celular, para lavar unas seis piezas de ropa.
LA PRESIÓN
“Es un cerco militar muy severo en torno a la embajada. Las casas vecinas han sido desalojadas. La calle está totalmente aislada. No sé para dónde se fueron los vecinos. El bloqueo está instalado a dos cuadras de la embajada con fuerte presencia militar y policial y cercos de alambre, pero algunas veces dejan pasar algún carro.“Anoche estuvo tranquilo, pero el fin de semana, de jueves a domingo, hicieron mucho ruido durante la madrugada y noche. Los militares y policías imitaban voces de animales. Una noche tocaron corneta y trombón durante una hora, de cuatro a cinco de la mañana. Todas las noches ponen dos focos muy potentes sobre la embajada. Quienes duermen en el garaje sufren más. Para tratar de evitar el efecto de la luz pusieron cartones y ahora improvisaron una cortina. Pero aun así la luz es muy fuerte. Nuestro cuarto también queda muy claro. Hace ya diez días que lo hacen.“Para entrar a la embajada, las personas son revisadas cuidadosamente. Puede durar hasta una hora esa revisión. Los policías y militares andan con pasamontañas. Hay mucha intimidación, graban todo, toman fotos…(Para conmemorar el primer mes de llegada de Zelaya a la embajada, la noche del 21 fue particularmente agitada. Maisonnave lo cuenta en su blog: “Cuatro horas de ‘música’, himno de la fuerza armada, pitos y flautas. Comenzó a las dos de la mañana y solo terminó a la seis. Una verdadera tortura”.)
ZELAYA
“Yo veo todos los días Zelaya. Él tiene buen humor, habla con nosotros, le encanta contar chistes. Casi siempre está con la misma ropa: camisa blanca, el chaleco negro y su sombrero. A veces usa guayabera. El acceso a él es fácil, todas las veces que pedí hablar con él lo logré. “Después de tanto tiempo, el ambiente es de informalidad. El otro día estábamos viendo el partido entre Brasil y Ghana, por la final del campeonato mundial sub-20, y entró la comisión que representa a Zelaya en las negociaciones. Nosotros solo les pedimos que tuvieran cuidado para no patear el cable de la televisión. Ese es el clima, de informalidad.“Zelaya es realmente muy estable. Hay momentos en que parece cansado, pero no explota. Difícilmente cambia de humor, ni en los mejores, ni en los peores momentos. Lo que él más temía, al principio, era por su seguridad. Las dos primeras semanas casi no salía, quedaba entre cuatro paredes. Pero eso mejoró ahora. Los domingos va al garaje, para asistir a misa.
LAS NEGOCIACIONES
“En cuanto a las negociaciones, Zelaya solo acepta su regreso a la presidencia. Cualquier otra propuesta la rechaza. Quiere una restitución inmediata. No parece dispuesto a flexibilizar eso. Pero acepta un retorno condicionado a la presidencia. Siempre dice que desconfía de Micheletti, que sus propuestas son prácticas dilatorias.“El momento más decepcionante para él fue cuando vino la delegación de la OEA, hace dos semanas. Él creía que los diplomáticos de la OEA iban a lograr un acuerdo. Él pensaba que era mejor que no hubiesen venido si no tenían algo ya adelantado. Pero no fue lo que pasó.“Cuando se dio cuenta de que no habría acuerdo dio una entrevista muy dura, acusando a la OEA de ser complaciente con Micheletti. Cuando pasó por nosotros, afirmó que todo eso era una farsa. La gran decepción de él fue esa. “La semana pasada se mostró más desconfiado, pero el viernes esperaba un acuerdo que tampoco llegó. Su esposa inclusive se arregló para salir de la embajada.“Es difícil prever lo que va a pasar. Lo que podemos percibir es que Micheletti quiere postergar un acuerdo todo lo que pueda. Pero le interesa mucho que las elecciones sean reconocidas fuera de Honduras. Mucho de lo que pueda pasar depende de eso, sobre todo la posición de Estados Unidos, que continúa muy ambigua sobre el tema. Cuando Estados Unidos se defina sobre eso, las cosas quedarán más claras.“Nadie se arriesga a prever una salida. Las negociaciones están paralizadas. La gente de Zelaya está ahora muy pesimista, cree que esto no se resuelve pronto. Zelaya nos dijo, en broma, que nos preparáramos para pasar la Navidad aquí. Hoy vino Arturo Corrales, delegado de Micheletti pero amigo de Zelaya, hablar con él. Eso parece indicar que, por lo menos, todavía mantienen algún tipo de contacto”.
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