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La universidad catedralicia

Desde el tiempo de Carlomagno, las primeras universidades occidentales (sin mencionar las academias de Roma y particularmente Atenas),  han estado correlacionadas con un “sentido reclusivo” de la praxis del conocimiento.

Desde el tiempo de Carlomagno, las primeras universidades occidentales (sin mencionar las academias de Roma y particularmente Atenas),  han estado correlacionadas con un “sentido reclusivo” de la praxis del conocimiento.
En las catedrales del medioevo y luego en las ciudades fortalezas como la Universidad de París, el concepto del recinto universitario ha ido mano a mano con el concepto de vocación al estudio y a la investigación.
Desde luego el entrenamiento profesional de médicos, farmacéuticos, abogados, filósofos y teólogos, jugaron un papel fundamental desde el puro principio. Los alumnos se graduaban y se iban del recinto. Las universidades medievales así como la nuestra en el presente, siempre han buscado ofrecerles un profesorado a los alumnos más destacados.
Posteriormente le otorgan becas al extranjero. La universidad del recinto catedralicio o de la ciudad universitaria, logró siempre moldear las culturas y civilizaciones en aquellos tiempos pasados. Pocas posiciones más honorables han existido en la historia occidental, que el de ser un profesor universitario. Solamente los mejores eran escogidos en Salamanca, en París, en Oxford, en Bolonia y tantos otros centros del conocimiento e investigación occidental. Cuando un profesor se destacaba o un científico descubría lo nuevo, llegaba a crear la conciencia innovadora de su mundo. Casi todos los avances humanos han sido debidos a estos verdaderos  guerreros  de la civilización  y de la cultura.
Durante los años 70, en América Latina se consideró fundamental el invertir en ciencia y cultura. Se invirtió en los CONICIT, en las universidades y en las instituciones de investigación de los diversos países. Los años 80 comenzaron a  sentir la influencia  de los programas empresariales del pensamiento y de sus paradigmas que denegaban, la inversión pública  en las universidades.
La década de los 90 vio el surgir de las universidades privadas y la disminución lenta pero progresiva de la financiación de las universidades públicas. Lo universitario como negocio se fue lentamente imponiendo sobre los ideales anteriores del conocimiento y de la ciencia, esenciales estos para salir del subdesarrollo. 
El paradigma del negocio obliga al profesor a repetir una lección en X cantidad de tiempo y nada más. Como la investigación no se considera importante, a la formación de masas de profesionales, pues no se invierte en ello. Es el paradigma de la empresa privada. Mediocre y anodino. La libre competencia como modelo de la educación, es una perversión de nuestras tradiciones occidentales y de  sus raíces históricas. El mercadeo de la educación es una tergiversación de la sabiduría y del conocimiento.
Conozco universidades privadas que expulsan profesores, porque orientan al estudiante a una interpretación más latinoamericana de la realidad. Realmente no se puede hablar de miseria o pobreza en esos lugares, pues se considera innecesario al entrenamiento acéfalo de las  cotizadas masas de futuros “profesionales”.  De hecho, una parte de América Latina, ha comenzado a reaccionar contra este planteo.
Pero en Costa Rica, los gobiernos de los “golden boys” neoliberales, mantienen  que se puede desfinanciar el recinto universitario y que cada universidad pública se debe defender cobrando más en matrícula por estudiante. Aun en los Estados Unidos, este planteo ha producido gigantescas brechas humanas en la educación. Cuando yo estudiaba ahí, pertenecer a una universidad  era un  honor, pues las universidades eran verdaderos centros de sabiduría. 
Se tomaba en cuenta la condición socioeconómica para otorgar becas y préstamos.  Eso ha desaparecido. Hoy en día, con los programas del capitalismo no regulado de competencia abierta, se ha convertido en ideología, el restringir la ayuda al necesitado y al  capaz. Ni la condición de pobreza, ni la condición de habilidad intelectual, valen para justificar una educación universitaria.
Solamente vale la condición de riqueza. Volviendo a Costa Rica, me pregunto si  basta solamente con un SINAES, que aprueba la excelencia o si no se debería también  indagar más a fondo sobre los programas educativos de tantos  centros privados, de forma más rigurosa. En otras palabras el Ministerio de Educación debería tomar mayor parte en el asunto de la aprobación de dichas carreras universitarias.
Por otra parte, los colegios profesionales si deberían incluir exámenes de incorporación de licenciados y de bachilleres. Si se llegara a una desfinanciación de las universidades públicas, siguiendo ese esquema  de la libre competencia, nuestro país volverá a las cavernas.  Al menos nuestras raíces históricas en la universidad catedralicia son incompatibles con  ese planteo neoliberal. Las universidades deben ser recintos adonde se estudia, se enseña y se investiga por  vocación al conocimiento y a la ciencia. No un negocio salvaje que busca cotizar la sabiduría y despide a los profesores más capacitados, solamente porque quieren hablar de una América Latina verdadera.
El mayor bochorno es que en algunas de esas  universidades privadas se recontratan a los profesores cada cinco semanas, para así evitar  toda responsabilidad patronal. ¡Qué barbaridad!  Eso es  explotación laboral, no una universidad. Se está asesinando  en Costa Rica  la tradición de la educación superior.
No sé cómo se permite que dichos lugares continúen funcionando, si están violando toda tradición académica.¡Qué salvajismo! Después de 20 años de estar pensionado, vuelvo a un mundo donde el barbarismo impera. ¡Ojalá nuestra universidad proteste ante ese tipo de incultura  antiacadémica!
 

  • Carlos Ml. Quirce Balma (Catedrático/Investigador UCR)
  • Opinión
Capitalism
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