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Tocar públicamente temas de sexualidad en este país de gentes tan pacatas, ha dejado de ser, afortunadamente cada vez menos, el tabú que antes fue.
Y si, por añadidura, se menciona algo relativo a la homosexualidad, entonces el escándalo, el estigma, la discriminación sin dar la cara y el chisme, son moneda de lo más corriente.
Por eso es de alabar la claridad con que se expresa en un artículo homónimo en el Semanario, el colega de filosofía, don Héctor A. Naranjo.
Lo cual no quiere decir que mi visión sea la misma. Traer a colación escuelas y nombres de ilustres filósofos griegos del pasado está muy bien como rasgo cultural, eso sí, sin dejar de tomar en cuenta toda el agua que ha corrido desde entonces. Incluso, si a los griegos acudimos, también deberíamos recordar que ni siquiera conocían la palabra “homosexualidad”, ya que para ellos, y hablando de manera general, el sexo nunca representó un problema: se entregaban al deleite carnal obedeciendo al impulsos natural, sin que el sexo de la otra parte fuera lo importante. Para ellos, era lo que es natural sin calificativos innecesarios: el sexo. Los conceptos de heterosexualidad y homosexualidad llegaron más tarde, cuando el cristianismo impuso su visión estrecha e inhumana convirtiendo la vida sexual en la principal fuente de vergüenza, pecado, culpa y hasta persecución con penas de muerte para quienes se alejaran de su ortodoxia moral. Los griegos, no olvidemos, integraron de tal manera la homosexualidad a la educación que la relación entre un adulto y un joven (¡no un niño!) era estimulada como fuente de conocimientos y destrezas, así como de los altos valores cívicos que hicieron tan grande a esta civilización. Sin ahondar en el tema, todo esto se refleja en la vida y la obra de muchos de los grandes personajes griegos, fueran ellos políticos, filósofos, legisladores, escritores o guerreros, sin que alardearan de ello, tan natural como les era ese estado de cosas, puesto que “cumplían con la patria” dando hijos a Grecia llegada la madurez. La lectura de El Banquete, de Platón, no deja lugar a dudas de lo que llamaban pederastia, aunque para escándalo de los hipócritas venideros, que hablaban del “vicio griego”. Y la existencia de la Legión Tebana, formada por 150 parejas de amantes comprometidos a ayudarse y defenderse a muerte, como ocurrió en la batalla de Queronea (año -338), es otra muestra inequívoca de que para los griegos la homosexualidad no era un “problema” sino otra faceta más de la personalidad humana, digna de tomarse en cuenta y cultivarse para un fin superior: la plena realización.Por otra parte, no confundir homosexualidad con pedofilia. Da la impresión de que el articulista cree que todo homosexual es un pedófilo y viceversa: muchos pedófilos son heterosexuales y sus víctimas, niñas. Tampoco un homosexual es neceariamente afeminado, ni viceversa. Ni se siente frustrado por no ser mujer. Y puede ser feliz si se lo propone, sin “remordimientos” ni “problemas de conciencia”, como apunta el articulista. Porque eso de la culpa, la vergüenza, el pecado y otras zarandajas, no son otra cosa que el resultado de larguísimos siglos de exclusión, persecución, intolerancia y afán de imponer rígidas normas moralistas allí donde la misma Naturaleza está manifestándose como amplia, variada y persistente. La homosexualidad en sí, no es un problema: el problema lo crea la misma sociedad tratando de imponer un modelo único de sexualidad, para lo que cuenta con todos los medios posibles. Cabría entonces preguntarse por qué, a pesar de lo anterior, la homosexualidad aparece en todas las culturas y en todos los tiempos. Sin olvidar que son las parejas heterosexuales las que traen al mundo hijos e hijas homosexuales…
Y no, don Héctor: no meta a la homosexualidad en ningún infierno. Ya ha estado bastante allí y ahora, gracias a los derechos humanos, va a plantar batalla como nunca.
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