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Mi intención no es declararle una guerra de críticas a las metodologías actuales en la enseñanza del inglés del Ministerio de Educación Pública.
En su lugar, incentivo a los colegas y los aprendices de este idioma a la creación de su propio diseño metodológico, entrelazando la lingüística, la psicología y la cultura.
Antes y ahora. Hace un par de años, sentado en un pupitre en una universidad estadounidense, me reía en silencio cuando me explicaban metodologías ‘novedosas’ en la enseñanza del inglés, las cuales ya había aprendido –sin el afán de ser pretencioso- desde finales de los años 80, tiempo en el que empecé a serle infiel al español y enamorarme, sin darme cuenta, de la gramática y la fonética inglesa. En este momento pienso que algunos lingüistas, lejos de armonizar el proceso enseñanza-aprendizaje, alejan a aquellos valientes guerreros que toman el ‘toro por los cuernos’ y se lanzan a la aventura de ‘masticar’ palabras, oraciones y preguntas en otro idioma distinto al propio, sin importar los recurrentes errores, las odiosas malinterpretaciones culturales y los caminos torcidos de la pronunciación.El mito de la gramática. Allá entre los años 80 y los 90, cuando el inglés competía junto con el francés por un poco de fama, los textos pedagógicos que existían solo exponían la gramática sin mucho atractivo visual. Su uso no hacía distinción entre la educación privada, semiprivada o pública en aquellas épocas de adolescencia. ¿Qué ha pasado con la pasión de aprender inglés? Mi conclusión recae en que la creatividad y el ímpetu de los docentes y de los aprendices han perdido fuerza. Si en la actualidad se tiene una mejor calidad y un sinfín de recursos académicos y no académicos para dominar este idioma de forma pronta y efectiva, sin obviar las oportunidades de viajes de muchos, ¿a qué se debe que los estudiantes gasten horas-escritorio para no articular correctamente en inglés al final del ciclo lectivo? Aparte de preocuparse de los elementos básicos en la instrucción, por ejemplo, la etimología de las palabras, los paradigmas verbales y la pronunciación, por citar algunos, el profesor debe entretejer su propia estrategia con astucia. Más allá de la motivación. El reconocido lingüista estadounidense, Noam Chomsky, aplaudiría la idea de que ‘la motivación’ sea el ingrediente natural en el tiempo-clase. Sin embargo, este elemento psicopedagógico se queda corto. Es tarea permanente del instructor materializar la creatividad y aumentar los niveles de exigencia hacia sus estudiantes dentro y fuera del aula. Cincuenta-cincuenta. La apertura de los candidatos al bilingüismo va de la mano con su diario vivir, a su personalidad y al compromiso personal y grupal por superar obstáculos. El consenso entre profesionales, tanto en lingüística inglesa como de la enseñanza, apunta a que la balanza no debe estar cargada solo hacia los docentes, sino también a los aprendices. A éstos también les corresponde hacer un esfuerzo por llevarse bien con el inglés. Ante el crítico panorama económico y el auge de oportunidades laborales en los ‘call centers,’ este proceso de aprendizaje-enseñanza es una necesidad profesional. La búsqueda de una auto-metodología o la combinación de varios métodos (a saber, la gramática pura, el constructivismo, la traducción contextual, la sociolingüística, entre otros) permite anular el miedo escénico de los estudiantes en su intento de hablar inglés exitosamente.
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