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Siguiendo el artículo de José Luis Vega Carballo titulado “El Neo-institucionalismo: nueva iniciativa de la derecha neoliberal”, el cual me parece muy acertado, me permito ventilar algunos argumentos que se desprenden de este y que encuentran sentido en nuestro comportamiento como ciudadanos y ciudadanas frente al sistema institucional.
En alguna de sus obras el noble educador brasileño Paulo Freire señalaba: “El oprimido aloja al opresor en su conciencia”. Esta sentencia no solo alberga fundamento para determinar las relaciones que pueden darse entre individuos que sobrellevan relaciones de poder desiguales. Sucede lo mismo entre la gente en relación con el sistema institucional.
Por definición las instituciones condensan los procesos socioafectivos que se forjan a lo largo de la historia de los pueblos. En tales acontecimientos las personas depositan en estas sus expectativas de un anhelo de ser que estas habrían de facilitar. Todo sistema institucional refleja la suma de los diversos eventos que se desarrollan de cara a los procesos históricos dando cuenta así de una identidad de país o pueblo. Por eso también las instituciones están contenidas de valores, los que han motivado dichos procesos. El papel que desempeñan, en principio, debería corresponder con esos valores sobre los cuales reposan y que son obra de la gran colectividad social. Sus funciones no son otra cosa que las posibilidades de materializar necesidades demandadas por la gente. Cuanto más eficiente es la institución haciendo posible la realización de los deseos que las subyacen tanto más se abrazan afectivamente a la conciencia de los y las habitantes. Lo anterior explica el significado que se le ha atribuido al Estado Benefactor, en términos de posibilitar oportunidades de desarrollo social y en consecuencia de superación personal. La fundación del denominado Estado Benefactor arrastró consigo acontecimientos que sirvieron de base al levantamiento de este; así los procesos de la historia se enlazan unos con otros. No obstante, con el surgimiento de la globalización y el neoliberalismo se impone un sistema de valores que contrasta, y es incluso antagónico, con los valores que le dieron origen al Estado Benefactor. Valga agregar, valores a-históricos que emergen como producto de la economía de mercado. Pero este acontecimiento no cambia el hecho de que como ciudadanas y ciudadanos nos sigamos comportando igual de cara al conglomerado institucional, tal como lo hacíamos tiempos atrás. Es decir, en relación con la institucionalidad esperamos que estas nos devuelvan lo mismo que esperábamos bajo la protección del Estado Benefactor. Tal como lo plantea José Luis Vega Carballo ese Neo-institucionalismo que surge y que se aloja en los espacios amorfos de la conciencia ciudadana, me parece, no ha sido plenamente reconocido ni cuestionado, pero esa toma de conciencia llegará a suceder. De momento pareciera que no estamos preparados para advertir la presencia nociva de ese nuevo orden de valores, que percibimos como ilegítimos, ajenos e injustos, y que además constituyen la base del nuevo modelo institucional que el actual gobierno busca consolidar. Como es propio de un proceso de transición donde prima la incertidumbre, previo a la búsqueda de una reivindicación consciente de las calidades humanas, se asoma a veces una suerte de confianza ingenua que consiste en esperar que las instituciones respondan a las necesidades de equidad y justicia social afianzadas en el viejo orden. Nuestro propio temor a enfrentarnos al cambio y a la renuncia nos vuelve susceptibles a creer que con algún maquillaje basta para extirpar la marca de lo funesto, no obstante la experiencia y la historia parecen insinuar otra cosa.La lucha contra el “Combo del ICE” y la sublime contienda emprendida para impedir la aplicación de las disposiciones del TLC, marcaron un hito en la historia nacional reciente como esfuerzos por reivindicar derechos e imprimir valores de equidad y solidaridad como los habidos en la figura del Estado Benefactor. El reto en adelante, desde mi punto de vista, consiste en nuestra capacidad como pueblo para reflexionar y romper con esa estrategia siniestra a la que José Luis Vega Carballo llama Neo-institucionalismo. Vía electoral, movilización social o ambas, teñidas de radicalidad, irrumpen como alternativas que pueden convertirse en prueba de que el corazón del No sigue palpitante. Y en definitiva tomar en cuenta que el enemigo opera más eficazmente desde adentro: desde la institucionalidad que llevamos dentro.
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