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Recientemente observamos el cuestionamiento de personajes puestos en entredicho, y en los casos más extremos han tenido que asumir las consecuencias de sus acciones, que van desde el resarcimiento monetario hasta la privación de libertad como punición.
Otrora estas figuras tenían un aura protectora contra la mirada crítica, exhalaban aires sobrehumanos marcando una diferencia aparente entre su estatus y el de los demás. Se consideraban águilas y miraban desde su supuesta altura al resto de personas, llamándolas algo así como caracoles.
Pero los caracoles resultaron veloces y las águilas se han visto como espantosas gárgolas. El despertar de las conciencias – algunas por lo menos – ha desnudado la falsa apariencia que rodea a estas artificiales luces, dejando ver su fealdad, su verdadera identidad.El mundo es como un gran escenario con muchas puestas en escena, y cada uno de nosotros se convierte en un personaje; y en gran medida, a través del proceso de socialización, nos convierten en personajes conforme a un guión escrito desde hace mucho tiempo, del cual nadie conoce su autoría, pero desde hace generaciones nos hemos sometido a él, procurando que ningún personaje rompa con ese guión, y quien lo hace es visto como un “hijo de Caín”, según canta la banda rock Barón Rojo. Este guión, que dispone un orden metafísico regulador de toda la materia y energía, asigna posiciones privilegiadas, hasta hace poco casi intocables, en ámbitos casi deificados como lo son el religioso, político, gerencial, etc.El guión se ha fracturado con senadores vitalicios (dictadores) perseguidos por la justicia internacional, expresidentes corruptos sentenciados con prisión, curas y afines también en prisión, en fin, estas figuras privilegiadas que alguna vez gozaron de una proyección de imagen que los hacía parecer rectos e intachables, hoy conocen la realidad de ser un personaje más, sin estatus, sin pedestal, lo que podría llevar a un cuestionamiento general de toda forma de autoridad, cuya designación parece entonces carecer de alguna legitimación moral, natural o divina.Sin necesidad de algún Robespierre o de guillotinas, es posible volver a comprender que la autoridad no es una investidura, puede existir por consenso o convenio, pero como entidad en sí nunca ha existido. Este logro sólo podría darse en la medida en que las personas rompamos el guión con el que se ha estructurado nuestro pensamiento, diseñado para que creamos en la falsedad de la autoridad. El pensamiento independiente, libre de prejuicios, mitos y estereotipos es capaz de separarse de la estructura preexistente, y crear una nueva estructura con el uso de la libre voluntad del pensante.El pensamiento independiente lograría derribar los falsos ídolos, la autoridad impuesta, y permitiría establecer mejores formas de organización, según se menciona en administración, estableciendo relaciones de horizontalidad. Serían parte del recuerdo de un triste episodio de la humanidad los odiosos privilegios que vuelven semidioses a muchos de los miembros de nuestra especie.Sería el fin de las águilas y los caracoles, no habrían más personas volando gracias a un falso plumaje, ni habrían millares arrastrándose bajo el peso que imponen los pájaros esos para mantener sus privilegios. Volveríamos a ser personas, erguidas, con los pies sobre la tierra (y la cabeza también) decidiendo el tipo de vida que queremos tener, sin someternos a ningún modelo previamente configurado.
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