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Fue a mediados de los 70, cuando recién dábamos nuestros primeros pasos por el freudomarxismo, que entramos en contacto con la obra de Carlos Castilla del Pino, psiquiatra español nacido en 1922 y muerto recién el 15 de mayo de este año, miembro hasta inicios de los 80 del partido comunista y luego del partido socialista, conocido como el psiquiatra rojo, principal impulsor español del movimiento por la humanización del tratamiento del enfermo mental y por sus investigaciones sobre la depresión y la incomunicación.
“Psicoanálisis y Marxismo” fue esa primera obra que conocimos. Publicada en 1969, reunía varios ensayos en que trataba de las relaciones entre estas dos grandes tradiciones del pensamiento occidental, iniciando por los equívocos que se habían suscitado alrededor del planteamiento de la relación misma entre ambas, sus orígenes, desarrollos y usos. Castilla del Pino mostraba un especial interés por separar el valor cognoscitivo de la función ideológica en las vicisitudes experimentadas, no sólo por el Psicoanálisis, sino también por el Marxismo.Destacaban en esta contrastación los problemas de la oposición entre ciencia e ideología y dialéctica y ciencias particulares o positivas, así como la cuestión siempre presente en la Psicología del papel de los niveles neurofisiológico, psicológico y sociocultural en el comportamiento o actividad humana. ¿Debería de insertarse el Psicoanálisis como región parcial del continente teórico del marxismo, o trataban ellos de dos objetos por entero diversos, el de la necesidad una, el del deseo la otra? Castilla del Pino, si bien parecía promover, más que una integración del Psicoanálisis al Marxismo, una conjunción de ambos en una antropología dialéctica, daba por sentado que no había más ciencia base que el Marxismo. De ahí que planteara reiteradamente la existencia de insuficiencias epistémicas en Freud para poder incorporar el Psicoanálisis a una visión dialéctico materialista. No obstante, esta perspectiva de pensar el Psicoanálisis desde el marco gnoseológico del materialismo histórico no impidió a Castilla del Pino interrogarse a propósito de los alcances y límites del marxismo. Si bien se mostraba mucho más reverente ante Marx que ante Freud, no por ello resultaban menos interesantes sus reflexiones en torno a la existencia o no en Marx de una antropología general y, concomitantemente, de una teoría general de las relaciones humanas, o si, por el contrario, se restringiría la propuesta marxista a una teoría del valor económico en la sociedad burguesa. Ya a finales de esa inolvidable década de los 70 recurrimos a “Dialéctica de la persona, dialéctica de las situación”, como fuente en la elaboración de un trabajo sobre psicología dialéctica en el marco de un curso de Epistemología psicológica que iniciaba Arnoldo Mora en el programa de licenciatura en Psicología de la UCR. En dicho trabajo, junto con Danilo Pérez, nos dimos a la tarea de establecer algunos principios de la lógica dialéctica que considerábamos de pertinencia a la intervención terapéutica.En esta obra, encontramos algunos de esos principios: la importancia que en el desarrollo de las patologías y su curación tenía el contexto social, político, filosófico y económico, en consecuencia, la consideración de la situación terapéutica como parte de una realidad objetiva.Lo que nuestro autor pretendía era que la estructura social fuese integrada tanto en la teoría como en la praxis, saltando sobre la asepsia psicoanalítica que, según él, no pasaba de ser «pretendida asepsia», pues la intromisión del terapeuta en el mundo del paciente era inevitable por la índole misma de la situación analítica. La tercera ocasión en que entramos en contacto con la obra de Castilla del Pino fue a mediados de los 80, de la mano de Ignacio Martín-Baró y su “Problemas de la Psicología social en América Latina”, donde publicara un pequeño ensayo de Castilla del Pino intitulado “Para una sociogénesis del resentimiento”.En este ensayo se rescataba el valor sociohistórico del resentimiento, concepto que, contrario a la descalificación estigmatizadora de que ha sido objeto por las clases dominantes de todos los tiempos, tendría hondas raíces sociogénicas en las condiciones de expoliación e inequidad y constituiría un importante insumo de la conciencia reivindicativa y universalista. El último encuentro con la obra de Castilla del Pino lo tendríamos a finales de los 80, en momentos de una fuerte actitud anarquista, posestructuralista y posmoderna que nos aquejaba. El texto era nuevamente un pequeño ensayo, “Epistemología de topos y epistemología de procesos en el Psicoanálisis”, en el que abordaba los fundamentos psicoanalíticos en el marco más actual de la teoría del sujeto que la escuela lacaniana venía impulsando y los cuestionamientos que dicha teoría implicaba con respecto a las formulaciones originarias de la Metapsicología y del aparato psíquico hechas por Freud.A diferencia del concepto de aparato psíquico, el de sujeto, proponía, no remitiría a una concepción mecanicista topológica, sino a una visión de procesos centrada en las diversas relaciones objetales. Punto de vista central a nuestras consideraciones de entonces sobre el sujeto como efecto de prácticas sociales y de la Psicología social como estudio de la relación del sujeto, su actividad y la ideología, que hasta muy recientemente hemos suscrito.
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