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Más allá del problema de enfoque –contrastar a una mujer activa en la política como Laura Chinchilla con una mujer ausente como Epsy Campbell– y del simplismo de asegurar que el “Elemento mujer podría pesar en decisión electoral“, el artículo de UNIVERSIDAD bajo ese mismo título (edición 1830) debería llevarnos, más bien, a plantear un fenómeno casi generalizado que venimos observando en los últimos años en nuestra América Latina: el de los regímenes representativos que se vienen continuando en el poder a través de la elección democrática de sus dirigentes.
Tras décadas de dictaduras militares propagadas por casi todo el continente, con el fin del Siglo XX nos llegó el surgimiento de gobiernos de representación popular designados en elecciones libres. Hoy, lo nuevo está en que los elegidos en esos procesos aspiran a continuar en el poder como forma de darle continuidad a sus políticas económicas, sociales y culturales que, afirman, sirven a sus pueblos para el mejoramiento material y social. La polémica no ha tardado en desatarse alrededor de este fenómeno político y resulta común escuchar y leer cómo se tilda a estos dirigentes de autoritarios o de dictadores. En nuestro medio, “la dictadura de los Arias” se ha convertido en frase clisé de sindicalistas, aspirantes y dirigentes opositores, pese a ser el nuestro un país donde cada cuatro años los gobernantes de turno se someten al escrutinio público por medio del sufragio. Lo mismo pontifican otros contra los Chaves, los Evo y los Uribe. En el contexto de nuestra actual campaña política la candidatura de Laura Chinchilla, más allá de su condición de mujer, encaja como anillo al dedo en cuanto a ese afán de continuidad de un proyecto de gobierno liberacionista. En tal escenario, por tanto, todo análisis debería enfocarse sobre las propuestas económicas, sociales y culturales –incluida por supuesto la viabilidad de llevarlas a la práctica– que tanto ella como sus contendores le ofrecen al electorado.Y es aquí, a mi juicio, donde Chinchilla toma ventaja. A lo largo de toda la administración Arias las mediciones de opinión pública de las firmas encuestadoras –instancias universitarias incluidas– han sido contestes en el respaldo que el grueso de la población manifiesta hacia la gestión gubernamental, particularmente en cuanto al manejo de la economía doméstica a lo largo del mandato con énfasis durante la crisis mundial del último año. Llama la atención, por tanto, que el primer mensaje para descalificar a la candidata Chinchilla por parte de sus opositores haya girado alrededor del concepto peyorativo “continuismo”, que desde una óptica de comunicación política (hipótesis periodística) fue asimilado por el gran público como “continuidad”. Y en lógica cartesiana, por qué no darle “continuismo/continuidad” a una política económica que la sociedad considera favorable para el país en cabeza de aquella candidata que pareciera garantizarla? En tal escenario, la esperanza que decanta de la figura de Laura Chinchilla se origina no solo por su condición de mujer como sostiene Faviola Alonso, o porque sea la “menos mala” a decir de Jorge Portronieri: Se trata, simplemente, de la esperanza/ilusión que deriva del intuir de los electores de que con ella habrá continuidad de los programas buenos y rectificación de aquellos –como seguridad ciudadana y medio ambiente– en los cuales queda mucho por recorrer. Sobre la palabra “ilusión”, una reflexión semántica: según el DRAE (acepción 2) se trata de «Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo». No es poco en estos tiempos de grandes desilusiones, en los que es deseable ilusionar a las gentes. Muy próximo fonéticamente, pero muy lejano en cuanto a su significado, está el término «ilusorio», pues lo ilusorio sí que es «lo engañoso, lo irreal, lo ficticio». Ahí también se marca diferencia entre ella y los otros candidatos.
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