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El golpe en Honduras ha generado temor de que se reinicie la ola rupturas constitucionales como en el pasado.
Divididos por la crisis hondureña, los países del hemisferio no pueden ponerse de acuerdo frente a una situación que les recuerda su pasado y les hace temer por su futuro.
¿Habrá empezado una nueva ola de ruptura constitucional para hacer frente al resurgimiento de diversas propuestas de reformas que experimenta la región?Ese parece ser el principal temor del gobierno de Brasil, cuyo presidente, Luis Inácio Lula da Silva, mantuvo el más firme rechazo al reconocimiento de las elecciones del pasado 29 de noviembre, en la Cumbre Iberoamericana que se llevó a cabo en la ciudad portuguesa de Estoril. Su asesor para asuntos internacionales, Marco Aurélio Garcia, no descartó cambios en la posición brasileña, si el candidato que obtuvo la mayor cantidad de votos en los comicios, el conservador Porfirio Lobo, realiza algunos gestos, que no especificó.La posición de dicha nación ha sido acompañada de cerca por las presidentas de Argentina y Chile, además de los países integrantes del ALBA, el proyecto de integración propuesto por el presidente venezolano Hugo Chávez.Del otro lado, la posición a favor del reconocimiento de las elecciones es encabezada por Estados Unidos, seguido luego por los gobiernos más conservadores, como Colombia, Panamá, Perú y la misma Costa Rica, cuyo presidente, Óscar Arias, sumó su voz a la de quienes no ven con desagrado la desaparición del escenario político regional de una figura del amplio bloque de gobiernos que buscan diversos caminos de reformas para sus países.
GRAN ESCEPTICISMO
La coyuntura política hondureña vino en un mal momento para la administración Obama, obligada a actuar cuando todavía no había asentado a todas sus figuras en los cargos claves para el manejo de su política regional. “Al anunciar que reconocerá las elecciones de Honduras, asumiendo que se desarrollen normalmente, el presidente Barack Obama puso en jaque mate todas las esperanzas que generó en la región su llegada a la Casa Blanca. El optimismo que pudo observarse durante la Cumbre de las Américas, que tuvo lugar en Trinidad y Tobago en abril, se ha evaporado. Reina un gran escepticismo. Se habla de la nueva doctrina estadounidense de los «golpes preventivos». ¿Por qué? ¿Qué pasó?”, se preguntó Ana Barón, corresponsal en Washington del diario argentino Clarín.En su opinión, “en el duro enfrentamiento entre oficialismo y oposición que generó el golpe hondureño en Washington, ganaron los sectores más conservadores de la oposición republicana que trabajaron enérgica y consistentemente desde un principio a favor del golpe”.En Estoril, otro escenario sin la presencia estadounidense, Iberoamérica trataba de encontrar un denominador común que se pudiera expresar en una declaración.“No se puede negar que hay más de una posición sobre ese tema, pero hay que ver cómo se manifiesta en los hechos concretos. Es cierto que hay quienes quieren insistir con la fórmula original de que el proceso no es legítimo y hay otros que piensan que esto es una etapa y no hay que cerrar la puerta a continuar la negociación”, dijo el Secretario General Iberoamericano, Enrique Iglesias, en vísperas de la cita.Pero a solo 24 horas de la conclusión de la cumbre, la discrepancia tornaba difícil la tarea del país anfitrión, Portugal, de encontrar los términos adecuados para esa declaración.Arias, junto con sus colegas panameño y colombiano, asumieron la tarea de pedir reconocimiento para Lobo, y barrer así para debajo de la alfombra los antecedentes golpistas que sirvieron de marco para las elecciones.Además de la incomodidad que eso genera en países que salieron no hace mucho de dictaduras militares, cuya crueldad y conservadurismo todavía no olvidan, la propuesta obliga a la Organización de Estados Americanos (OEA) a estirar los conceptos de su flamante “Carta Democrática”, sobre cuyos principios el Secretario General, José Miguel Insulza, pretendía basar sus acciones en el cargo.Marginado del proceso de solución, con la OEA dividida, y la Carta atropellada, la situación del Secretario General no es confortable y la división incidirá, sin duda, en la actividad del organismo que dirige.Lo cierto es que diversos países latinoamericanos se miran en el espejo de Honduras, y la imagen que ven, no les gusta. Por otro lado, si el cuarto de siglo de “rebelión conservadora”, iniciado a mediados de los años 60 con el golpe militar en Brasil tenía como pretexto la lucha contra el “comunismo” y terminó encontrando en el modelo neolberal su proyecto económico, una nueva oleada conservadora no tiene ninguno de los dos pretextos en qué sustentar su proyecto. ¿Lo irá a hacer solo con la fuerza bruta?, se preguntan quienes critican esa propuesta.
HONDURAS Y URUGUAY
La jornada electoral del domingo 29 de noviembre no habría despertado tanto interés en América Latina y el mundo, sin el escenario de crisis creado por el golpe hondureño.En Honduras, en un escenario de total control político de los golpistas, con emisoras intervenidas o cerradas, y el ejército en las calles, el resultado electoral no provocó ninguna sorpresa. El conservador Porfirio Lobo, el Partido Nacional –el más cercano a los militares– obtenía 52% de los votos, frente a 36% de su principal rival, el liberal Elvin Santos, según datos del Tribunal Supremo Electoral, un órgano que también se sumó a la arquitectura del golpe de Estado contra el presidente depuesto Manuel Zelaya.Pero interesaba más el porcentaje de abstención, que podría poner en duda el proceso electoral, aun para aquellos que veían en ese proceso una alternativa para solucionar el conflicto político.Los primeros datos del Tribunal hablaban de un 61% de participación, cifra algo suprior a la de los comicios anteriores y que podría bajar, finalmente, a 57% o 58%. Pero eso ha sido puesto en duda por Zelaya y sus partidarios, que hablan de hasta 75% de abstención. Los datos, probablemente se ubiquen entre una y otra cifra, pero solo con el tiempo se tendrá algo confiable, depurado de los agregados que, sin duda, presentará el Tribunal.Además de las elecciones en ese país, también se llevó a cabo la segunda ronda electoral en Uruguay. Y aunque ahí el problema es muy distinto, y nadie cuestiona el proceso, lo cierto es que la victoria del candidato del Frente Amplio, José Mujica, de casi diez puntos sobre su rival conservador (mayor que la prevista inicialmente), muestra también un país dividido y difícil de gobernar. Mujica, en exguerrillero sometido a crueles torturas durante 13 años de prisión, ha llamado a la unidad nacional, sin la que cualquier proyecto de gobierno se hace muy difícil. Pero esa unidad tampoco es sencilla cuando se empiecen a definir las medidas para hacer frente a los problemas nacionales, no muy distintos de los demás países de la región, entre ellos la pobreza y la inseguridad.No faltan, dentro del mismo Frente Amplio, quienes ven con cierto temor esa insistencia en la unidad, del mismo modo que en el Conservador Partido Nacional, derrotado en las elecciones, surgen voces dispuestas al diálogo, para también quienes prefieren una oposición más dura.Al parecer será el otro candidato conservador, Pedro Bordaberry, hijo del dictador del mismo nombre y líder del Partido Clorado, será quien lleve la voz de la oposición en un diálogo con el presidente electo.
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