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Sobre los orígenes y las causas del subdesarrollo en los países de la América Latina de todo se ha dicho. La pobreza, la violencia y la fragilidad de nuestros sistemas democráticos parecieran un mal eterno, lo que nos ha convertido, querámoslo o no, en una eterna expectativa de mejora, que difícilmente se concreta.
Hemos probado todas las recetas económicas que nos han “sugerido”, y sin embargo seguimos encabezando los índices de los países más pobres y menos desarrollados del planeta.Con el café; el banano, el azúcar y el petróleo, nos incorporamos mal al comercio mundial, acumulándose la riqueza en pocos, alimentando dictaduras y ejércitos vergonzosos, empobreciéndose las grandes mayorías, con algunas poquísimas excepciones, como el caso costarricense, gracias al esfuerzo y la visión de ilustres compatriotas. Mientras tanto la revolución industrial y el desarrollo científico y tecnológico que se convertirían muy pronto en prosperidad y riqueza, se gestaban en otros lados, mientras acá pocos se dieron cuenta. En casi toda la región, los procesos electorales solían desarrollarse para elegir a las personas más acaudaladas, y eso nos parecía lo más normal. En este contexto, la ecuación latinoamericana para el progreso ha sido perversa, ya que nuestra “competitividad” ha dependido históricamente; de pagarles salarios de hambre a nuestros ciudadanos y vender a precios de primer mundo. Cafetaleros paseando a sus hijos por todas las universidades de Europa, mientras miles no tenían lo más mínimo, era lo común en la región.A diferencia de los países más prósperos del planeta, lo nuestro ha sido: la depredación irracional de nuestros recursos naturales en nombre del progreso; invertir muy poco en educación y desarrollo; no ver en la ciencia y la investigación el futuro; ser oportunistas a más no poder; creer en “gallinitas de los huevos de oro” como el turismo, y en exportar lo que sea, con tal de mostrar unas cifras convincentes, las cuales están muy lejos de reflejar un amplio bienestar en la región.Al preguntársele a líderes chinos, hindúes o norteamericanos por qué Latinoamérica no les preocupa como competencia, suelen responder sin dudar: “Porque nuestros sistemas educativos y productivos están enfocados en la ciencia, la investigación y la tecnología, mientras que los de ustedes no”.Y si en alguna variable ello es notorio, es en nuestro total fracaso en reducir la pobreza; es este el ingreso per cápita de cualquier país latinoamericano. Ridículo y vergonzoso parámetro de nuestra pobreza. Dicho esto, recientemente un diputado y un grupo de parlamentarios y parlamentarias costarricenses, ingenuamente quiso replantear el cálculo del salario mínimo. Su pecado fue tomar como parámetro la canasta básica, más el pago de los servicios básicos de luz, agua, electricidad y teléfono, e inmediatamente salió a florecer el argumento incuestionable en la región, diciendo los que “si saben”, que si se aprobaba semejante “ocurrencia” seríamos menos competitivos, se perderían empleos, las inversiones se fugarían, los capitales se esfumarían, el Apocalipsis vendría y siga usted contando la lista de consecuencias. Tremendo error el del legislador y legisladora, ya que trataron de quebrar vía legal, la ecuación latinoamericana que a través de los siglos, tanto “bienestar” nos ha dejado. Salarios de hambre dispersados por toda la región forzando a miles de hermanos y hermanas a mendigar visas y reformas migratorias, países con extrema pobreza que invierten millones en armamento, obreros calificados con salarios risibles solo para ser más “competitivos”, luz verde a inversionistas que prácticamente no pagan impuestos, incentivos fiscales y cuanta prebenda exista, porque sino, “nos vamos para otras tierras”, nos dicen en forma amenazante los “generadores de empleo”.Y el país que vea a ver cómo hace, porque también le exigen a sus gobernantes infraestructura de primer mundo .
Mientras tanto, si con los salarios no alcanzaba para pagar la canasta básica y la inflación era alta o baja, eso no importaba ni era prioridad. En el plan económico de muy pocos gobiernos de la región, no existe al menos en el papel, el sincero deseo de aumentar el ingreso per cápita en los próximos diez o veinte años. Eso no es prioritario ni requiere un plan estratégico porque resta “competitividad” y así nuestros líderes, sueñan con el ansiado desarrollo. Resultado: seguiremos hoy mañana y siempre dentro de esa perversa ecuación, los proveedores de mano de obra barata del mundo y los socios pobres de todos los tratados de libre comercio, porque pocos están dispuestos en el mundo global, a seguir nuestra grandiosa fórmula.La ecuación latinoamericana debería ser en prácticamente toda la región para algunos “expertos”: salarios bajos, incentivos fiscales de todo tipo, menos controles, y distorsiones como: el aguinaldo, convenciones colectivas, libertad sindical, necedades como SETENA o un tribunal ambiental, además de la “urgencia” de contar con un derecho laboral débil y permisible a más no poder, acorde con los vientos de cambio. Lo extraño es que todo este cóctel de “primerísima calidad”, es lo que precisamente no hacen los países más competitivos del planeta. En el supuesto país icono de la libertad y el free market. hoy el Estado y los controles son más fuertes, después de experimentar durante décadas con una magia, que ha dejado más de 40.000.000 de personas sin acceso a una cobertura médica decente, millones sin vivienda, un sistema financiero colapsado donde nadie encuentra ni a los culpables, ni a los sofisticados instrumentos que se utilizaron para arruinarlo, junto a miles de ciudadanos preguntándose; ¿en qué momento los vaivenes de la “bolsa” les arrebató el esfuerzo de toda una vida? Así que mientras sigamos pensando que ser competitivos es sinónimo de hacer lo que los países más prósperos, ni por broma estarían dispuestos a considerar, la ecuación latinoamericana supondrá muchos y muchos más años de subdesarrollo y pobreza para las futuras generaciones.
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