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“En todas partes he vistocaravanas de tristezasoberbios y melancólicosborrachos de sombra negra.”De un poema de Machado
La sociedad del capitalismo contemporáneo, neoliberal y globalizado, impulsa estrategias de exterminio basadas en la destrucción de los vínculos afectivos que tienden al desarrollo de potencialidades humanas productivas.
Como Fromm decía, cuando el tejido social que se construye mediante toda forma de actividad humana no contribuye a desarrollar formas óptimas de crecimiento social y personal, emerge entonces el desenvolvimiento de potencialidades humanas que conducen a la destrucción, al suicidio y a la reafirmación de la muerte como actitud ante la vida. En esto consistía la respuesta que Fromm, conocido por cierto como el último humanista, daba a Freud (1856-1939) cuando aquél escribió “Más allá del Principio del Placer” en cuya obra afirmaba que el “Thanatos” o instinto de muerte está por encima del “Eros” o instinto de vida. Señalaba que Freud se equivocaba escribiendo influenciado por el peso de su senectud, de su enfermedad y afectado por la incidencia en su vida de las grandes guerras mundiales, la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la que recién se avecinaba (1939-1945) con el ascenso del Fascismo al poder.
Tal como lo sugiere E. Fromm los afectos están vinculados a las formas de relaciones humanas que se construyen en cada contexto social. Las relaciones humanas a su vez están influenciadas por las políticas públicas y las formas de hacer gobierno. En nuestro país desde el arribo de los Programas de Ajuste Estructural, pasando por todos los procesos de apertura comercial, la consolidación de la Globalización como sistema unificador del mundo y culminando con la aplicación de políticas neoliberales, han traído como consecuencia una distorsión significativa y alarmante en el ámbito de distribución y manejo de los afectos.La sociedad moderna costarricense se encuentra ahora atravesada por la implementación de políticas sociales que generan desarraigo y fragmentación social, las cuales son acompañadas de sentimientos de ajenidad, impotencia y desesperación, más que en ninguna otra época de nuestra historia. Esto debido a que las formas de hacer gobierno se sustentan en valores ligados a las prácticas comerciales propias de la sociedad de mercado que ponen énfasis en la apropiación y concentración de la riqueza. Los sentimientos, los afectos o las emociones no constituyen estructuras estáticas del organismo. Por el contrario, la subjetividad se construye en forma dinámica, incluye una relación del sujeto frente a sí mismo, del individuo en relación con los otros y de éste y los otros en concordancia con la estructura social.En el escenario de la realidad más inmediata donde se llevan a cabo la expresión de relaciones humanas e interpersonales se deja sentir la influencia de estos valores que comporta la sociedad capitalista moderna. En este sentido aprendemos a amar de forma posesiva y simbiótica. Nuestra socialización motiva a relacionarnos con los demás, con la naturaleza, con la Patria y con Dios del mismo modo que lo hacemos con el dinero o su engendro: la mercancía. Es decir, tratando de apropiarse y de usufructuar del otro. El vacío y la frustración que se experimentan en razón de permanecer a expensas de gratificaciones espurias, carentes de humanismo y cargadas de pasión esnobista, como las que devienen de una materialidad efímera, o de anhelos inalcanzables desemboca en actitudes suicidas y colmadas de sufrimiento. Decía E. Fromm que amar es un aprendizaje y que además implica un esfuerzo y una dedicación tenaz. Incorporo a esta reflexión que las imágenes de lo que comúnmente creemos que es amor vienen impresas en las partituras ideológicas que descienden desde las políticas públicas, gubernamentales y las disposiciones contenidas en los acuerdos comerciales. Todos aspectos que contribuyen a la abolición del amor y a perpetuar la sociedad del sufrimiento, que funciona como una suerte de estrategia macabra de exterminio masivo. Este modelo imperante de sociedad es apabullante y arrasador, por todas partes todo el mundo sufre, desconociendo qué es realmente lo que duele y de dónde viene el dolor. Sin saber que la raíz del mal radica en las oscilaciones de los procesos estructurales de orden político que determinan imposiciones sobre el comportamiento y las actitudes de las personas. En última instancia definiendo el rumbo de lo cotidiano. Por eso el sufrimiento se expande en proporción a las ansias de consumir. Se sirve de expectativas irrealizables que engullen miedos y defecan síntomas. Hoy por hoy aprender a amar, como manifestación de una iniciativa individual, no basta, esto es algo que no depende solo de un esfuerzo exclusivo de la persona, sino de cómo organizados en sociedad, articulamos un nuevo tejido social que permita la puesta en marcha del amor en libertad. La posibilidad de amar implica en todo momento un proceso liberador que se relaciona con condiciones subjetivas y personales pero también de alcance socio-político. De esto se desprende que el amor es una categoría política y la capacidad de amar supone un acto político como tal, en la medida en que la práctica del amor debe ser un proceso consciente y dirigido hacia la búsqueda de estabilidad emocional en un contexto socio-político que lo permita. Vivimos en un modelo de sociedad que niega condiciones para ejercitar la práctica del amor en libertad, una sociedad donde descienden vertiginosamente los índices de salud mental y en una sociedad bajo riesgo de sucumbir a causa de esa imposibilidad de amar, y que como un paciente terminal en desavenencia consigo mismo se reviste de sufrimiento esperando con horror la venida de la Parca.
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