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Son dos los tópicos que someramente planteo en este artículo: la tradición subrepticia en el lenguaje político y popular costarricense –cuando suavizamos lo que decimos o empleamos eufemismos para “no herir”- y la necesidad de un signo que diferencie y subraye toda expresión escrita que denote ironía.
Respecto de lo primero, podemos partir del hecho, ampliamente aceptado por la generalidad, de que el tico, como sujeto del lenguaje, es dado a inclinarse por los eufemismos y diminutivos antes que llamar las cosas por su nombre: Suiza centroamericana por república banana, moreno por negro, macho por gringo, persona con discapacidad visual o no vidente por ciega, sociedad civil por pueblo, chiquitico, ropita, fresquito, chuponcito, regáleme en lugar de véndame, indio por agazapado: eso sí, al indio se le llama “indígena”. Detengámonos en el significado del último ejemplo, que involucra adulonamente a nuestros pueblos originarios. ¿Será que el uso del adjetivo “indígena” libera al indio de su naturaleza agazapada, colérica y traicionera, según denota el término en la tradición racista? Con adjetivar a un pueblo y después “sustantivar” el adjetivo (“indígena”), ¿no se le está excluyendo, una vez más, de su derecho a ser llamado por su nombre genérico, aunque éste sea producto de un error histórico (feliz o infeliz) que aludía a las culturas hindúes (o indias de la India)? Si “indígena” es adjetivo derivado del nativo de la India, que puede ser aplicado a la calidad humana de originario de un pueblo en cualquier rincón del Planeta, ¿por qué los individuos de los pueblos que por error heredaron directamente el gentilicio ahora no pueden llamarse “indios”; máxime que en Castellano a los pobladores de la Gran India podemos llamarles “hindúes”? Ahora bien, pasando al segundo aspecto a discutir, diríamos que en idioma español, así como en casi todas las lenguas cuyas raíces históricas hayan sido el latín o el griego, es aceptada y de uso común cierta simbología, la cual refleja necesidades comunicativas, entre ellas estados emocionales, que también deben ser transmitidos literalmente. De manera que la interrogación cuenta con su signo (en castellano se usa al principio y al final de la pregunta; mientras que en otros idiomas, como el inglés y el ruso, se escribe sólo al término de ésta), la exclamación –igual; lo mismo que cuando una palabra, frase, oración o párrafo, cuando corresponden a una cita textual, se encierran entre comillas superiores, o cuando esas mismas figuras gramaticales representan una novedad, ambigüedad o paradoja, o cuando su veracidad sugiere duda; o bien un asterisco que te indica el traslado de una idea a otro lugar del texto, en el cual será ampliada, aclarada o referida (este último caso al pie de la misma página). El guión como signo de continuidad o separación de conceptos y palabras, o de conjunción de términos, generando sustantivos y adjetivos compuestos, o como indicadores de diálogo; además de los paréntesis redondos y cuadrados (corchetes) que encierran contenidos textuales de distintos rangos, etc. Réstame hacer una propuesta que en primera y última instancia involucraría a la Real Academia de la Lengua Española –hoy tan permisiva; y por qué no, si lo quisieran, a academias de otras lenguas vivas que procuran la perfección de su idioma, mejorando así la comunicación. A saber: si como se ha dicho, la interrogación , la exclamación, la duda, novedad o denominación, la referencia, la paradoja, etc., cuentan con su respectiva simbología, ampliamente aceptada, las expresiones de carácter irónico, tan famosas y necesarias desde la antigüedad socrática, en nuestro idioma no han sido dotadas de signo alguno que las acentúe y diferencie de las demás. Para escribir e inferir acerca de la ironía, tanto el escritor como el lector deben hacer malabares semánticos, para los cuales, a menudo, se acude a la tilde de un cuestionamiento sin signos de pregunta o de admiración, o a los puntos suspensivos, o bien a las comillas, que de por sí ya cumplen muchas funciones ortográficas y gramaticales. Un ejemplo que considero adecuado en la ilustración del caso es el chiste cruel que narra la respuesta que dio Jesucristo a Judas cuando éste, al escuchar al “Señor” anunciar la traición que uno de sus discípulos le jugaría, le preguntó: “¿Seré yo, maestro?”, a lo que Jesús le contestó, afirmando irónicamente con la misma frase, pero sin signo de interrogación: “-Seré yo, maestro.” (las comillas aquí sólo indican la textualidad de las palabras de Cristo). Sin ironía la confusión sería tal, que el “maestro” resultaría ser Judas y Jesús anunciaría su autotraición; quedando tras la frase una contradicción lógica. Si convenimos que la ironía se presenta en distintos niveles de intensidad, el ejemplo lo que busca es ilustrarla en su máxima expresión. Ahora bien, con el “signo de la ironía” que sugiero: , usado en lenguaje matemático para indicar “mayor y menor que”, y cómodamente ubicado en el teclado de las computadoras junto al espaciador, dicha respuesta del “maestro” luciría así: . Además, si la argumentación sobre la justedad que representa el uso del “signo de la ironía” exigiese justificación matemática, argüiríamos que en el proceso de reflexión la ironía demanda un mayor esfuerzo racional. Por eso, la ironía siempre estaría ubicada entre dos signos matemáticos que representan el estado cuantitativo de “mayor que”, condición que reflejaría la incidencia cualitativa del pensar. Espero haber demostrado la necesidad de emplear un signo especial en la trasmisión escrita de la “ironía” y el porqué del título de esta reflexión.
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