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Lapsos democráticos

Podría decirse que el hombre mismo ha condenado a las futuras generaciones a la imposibilidad de alcanzar un sistema de vida democrático que garantice sus derechos fundamentales, es decir, a convivir en una sociedad donde los habitantes compartan la vida en igualdad de condiciones con sus semejantes (sin explotación social, laboral ni económica); una sociedad caracterizada por la justa distribución de la riqueza (con plena satisfacción de las necesidades vitales, sin hambre); una sociedad que comparta las libertades humanas en paz y armonía.

Podría decirse que el hombre mismo ha condenado a las futuras generaciones a la imposibilidad de alcanzar un sistema de vida democrático que garantice sus derechos fundamentales, es decir, a convivir en una sociedad donde los habitantes compartan la vida en igualdad de condiciones con sus semejantes (sin explotación social, laboral ni económica); una sociedad caracterizada por la justa distribución de la riqueza (con plena satisfacción de las necesidades vitales, sin hambre); una sociedad que comparta las libertades humanas en paz y armonía.
Tal sociedad es imposible de alcanzar básicamente por dos razones: los líderes dominantes del sistema capitalista jamás lo permitirían y alegarían que tal propuesta es de orientación comunista y con eso haría temblar los prejuicios de los pueblos domesticados; además, la ostentación de poder, el egoísmo, la prepotencia, la vanidad y los bajos instintos característicos del ser capitalista son las semillas que nutren la desigualdad entre los hombres y acentúan sus divergencias irreconciliables.
No obstante, en ocasiones en que los pueblos han sido azotados por gobernantes autoritarios o por las deficiencias y desequilibrios propios del sistema, han demandado cambios políticos alternativos al capitalismo salvaje.  Estos momentos coyunturales los concibo como “lapsos democráticos” y se presentan en situaciones de efervescencia política y de grandes conflictos sociales. Por ejemplo, a inicios de este siglo se gestó la lucha contra el “combo ICE” por parte de una gran mayoría de ciudadanos costarricenses que pretendían evitar la privatización de esa institución. La lucha fue tan ardua y polarizada que llegó a paralizar todas las actividades nacionales (políticas, económicas, comerciales, sociales y culturales) mediante el cierre de carreteras en todas las provincias del país. Tanto ha querido el tico al ICE que tomó la decisión soberana de conservarlo en manos del Estado.  El país se paralizó; solamente una promesa gubernamental prometiendo negociar y mantener al ICE como la institución de desarrollo que siempre fue, permitió deponer la huelga para que Costa Rica retomara su vida cotidiana.La paralización del quehacer nacional provocó un “lapso democrático” porque el pueblo ejerció la soberanía por encima de los administradores del Estado que habían fallado con respecto a satisfacer las demandas de la voluntad popular. Por desgracia, la población ha carecido de una propuesta alternativa para exigir que se respetaran sus justas demandas; tampoco han surgido líderes representativos de las mayorías que lleven a cabo una negociación en igualdad de condiciones ante la ley entre las partes en conflicto.  Precisamente en ese tipo de coyunturas históricas es donde se evidencia la ausencia de verdaderos líderes y guías que impulsen el cambio.  Esa carencia ha provocado el desvanecimiento de enormes esfuerzos humanos tendientes a rescatar el planeta de su caótico curso y a negarle a la convivencia humana un sentido en equilibrio con la naturaleza, más humano, más digno, apegado a la moral y a la justicia.Así como el ex presidente, héroe y benemérito de la Patria Juanito Mora fue traicionado por una cúpula de costarricenses y fusilado cobardemente después de haber conducido al país a la victoria sobre los filibusteros encabezados por William Walker, en la guerra Centroamericana de 1856 y 1857, así también fue traicionada la voluntad popular que se levantó contra el “combo ICE” cuando los gobernantes de turno irrespetaron la decisión soberana; más bien la revirtieron guiados por su avaricia y las ansias de un poder mayor.
La huelga bananera de 1934 generó otro lapso democrático nacional, así como también la lucha que emprendieron diversos sectores sociales alrededor de la Comisión Nacional de Enlace (CNE) contra el Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, República Dominicana y Estados Unidos (CAFTA).  En este proceso se consolidó la unión de diversas fuerzas sociales en oposición al TLC que amenazaba con destruir la solidaridad social.  Este movimiento social alcanzó tales dimensiones que el gobierno se vio forzado a constituir una comisión en el seno de la Asamblea Legislativa con la participación de todos los sectores sociales en disputa, para suscribir los acuerdos tomados en negociaciones afines. Pero de nuevo, la voluntad popular fue burlada, engañada y la comisión boicoteada, dado que la autoridad fue impuesta por la mayoría de diputados del partido gobernante: los miembros civiles de la comisión no tenían derecho al voto, solo al berreo. El poder y la autoridad política concentrada pisotearon los argumentos racionales de la CNE.
Duele saber que la historia del capitalismo ha sido conducida por agrupaciones políticas preocupadas por mantener los privilegios de una clase social poderosa económica y políticamente, y que ese interés se transformó en corrupción hacia todos los estratos y referentes sociales, sin embargo es comprensible desde su perspectiva egoísta, vanidosa y prepotente que orienta los fines maquiavélicos de la extrema derecha en perenne crisis.  Pero es más doloroso aún saber que quienes han tenido la oportunidad de mejorar el destino de su pueblo, hayan optado por seguir los mismos pasos de sus adversarios.Los partidos políticos que conformaron el movimiento patriótico contra el TLC con Estados Unidos se unieron bajo una misma bandera, pero hoy se encuentran en casas y banderas separadas disputando las justas electorales nacionales.  Lo inconcebible es que estos “líderes” que se hacen llamar de izquierda rompieran la unión que los identificó como la gran fuerza patriótica contra el TLC.
Posdata: A mis 59 años nunca he votado en las elecciones presidenciales porque sé que esa práctica ayuda a legitimar los gobiernos corruptos, traidores y vende-patria; por otro lado, los partidos políticos de ideología “opuesta” me incitan a desconfiar de ellos por asumir que lo individual es más importante que lo social, lo comunitario y lo solidario.
 

  • Edwin Fernández Gamboa (Filósofo)
  • Opinión
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