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Mi voto primero

Desde inicios de los años 90 los costarricenses somos mudos testigos de un proceso destructivo de la arquitectura política del país. 

Desde inicios de los años 90 los costarricenses somos mudos testigos de un proceso destructivo de la arquitectura política del país. 
El exterminio de los partidos políticos de la tradición costarricense acabó con la celebración de la fiesta conmemorativa del sufragio, cuando pasó a un sistema político y a una institucionalidad diseñada a la medida de intereses en concentrar el poder económico en un solo eje, con rumbo en una sola dirección irreversible e invariable,  en la que el pueblo, las grandes mayorías marginales, están excluidas.
Se acabaron los estadistas de gran visión y proyección de las máximas aspiraciones del ser costarricense, con arraigo en lo nacional, con un espíritu noble de servicio al país, con esa idiosincrasia  caracterizada por los valores de una humildad de labriego sencillo.  Abundan hoy protagonistas “politiqueros” con ojos y garras de águila, dispuestos solo a tomar la República por gran presa, sin visión ni proyección social alguna salvo el espurio ofrecimiento de dádivas gratuitas a cambio de un voto.
En este proceso destructivo (por  no decir “deconstructivo”) hemos sido también testigos del exterminio del liderazgo del personalismo político, dando paso a la beligerancia de fuerzas ocultas en cofradías que deciden los destinos del país.  No son meras casualidades o coincidencias el mal recordado “pacto Figueres-Calderón”, la caída de  los hijos de “caudillos” y de importantes figuras políticas en resonantes y vergonzosos casos de pseudo-corrupción, que acabaron en cárcel, autodestierros y condenas penales casi el propio día de los “santos difuntos”, a modo de epílogo fúnebre de la muerte anunciada de otro partido político.
Pero no todo acaba ahí; es tal la voracidad del poder que la división y fragmentación interna de los partidos políticos  llega a escenarios impensables en la conciencia del tico.  La estrategia divisionista la encontramos  hasta en las esferas del propio partido social demócrata en el poder, el mismo que desencadenó nuevos partidos políticos, que en el próximo escrutinio verán con sorpresa la resultante de las tácticas “destructivas” utilizando grupos políticos mediáticos emergentes -que no sería nada extraño hayan sido financiados por el mismo eje central de poder económico- para cumplir con el objetivo de acabar con las nuevas opciones políticas.El costarricense debería hacer el ejercicio del “Top Ten” de los ticos más ricos, sean personas físicas o jurídicas (personalizadas en sus juntas directivas familiares), para obtener un retrato de quiénes verdaderamente mandan en este país; no me refiero a los protagonistas que han ejercido la autoridad sino a quienes detentan el dominio del poder público que, por lo general, nunca aparecen en la escena social, política ni económica, puesto que sus intereses están protegidos por el mismo sistema y la tan mal llamada por cautiva “institucionalidad” del Estado social de derecho.Para superar el desencanto y la incertidumbre presente y futura, nuestra conciencia debe experimentar un vuelco radical hacia una renovada visión donde lo esencial ya no sea lo nacional (poder usurpado por la cúpula de anónimos actores) sino, en un sentido inverso, lo sea nuestro entorno-comunidad, nuestro municipio o la localidad donde habitamos.  El desarrollo local rompe con las perspectivas de la visión centro-periferia y ofrece la alternativa para un verdadero cambio, con un viraje donde el desarrollo fluya desde la periferia hacia el centro, desde lo local hacia lo nacional; quizás solo así el tiempo y la historia harán justicia y será posible recuperar y restituir el poder del pueblo, haciendo valer mi voto primero.

  • Jorge Barquero Picado (Costarricense de corazón)
  • Opinión
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