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Observando el panorama de estas elecciones 2010, como ciudadana me preocupa fuertemente la falta opciones reales fuera de lo tradicional y las repercusiones abstencionistas que esto pueda traer.
Otto Guevara se perfila con un fuerte apoyo electoral, pero sus propuestas son en su mayoría incoherentes y evidencian una gran ignorancia y/o muchos intereses económicos.
Esto explicaría que en el tema de seguridad todas las propuestas del Movimiento Libertario vayan totalmente en contra de las recomendaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en Costa Rica (2006). Estas promesas solo pueden conducir a un gran retroceso en la calidad de vida y a un inmenso desperdicio de recursos, como lo muestra la experiencia en muchos otros países. El PAC plantea soluciones posibles mediante una reforma fiscal, lástima que todo el contenido de su programa de gobierno haya sido escondido en su débil campaña. La alianza con varios partidos pequeños de centro izquierda no parece que vaya a tener un impacto muy significativo, aunque con lo defraudados que están los costarricenses de los políticos tradicionales, no sería difícil de imaginar que quieran castigarlos con el voto nuevamente en estas elecciones. Dado que pareciera que no hay por quién votar, no es de sorprenderse que continúen las crecientes tendencias abstencionistas vividas desde 1998. Este fenómeno puede ser explicado, en parte, por la pérdida de credibilidad en los políticos, pues hay muchos motivos para estar decepcionado, empezando por el pacto Figueres-Calderón que intentó imponer la desmantelación del Estado, seguido por la farsa que resultó ser el intento de conciliación de Miguel Ángel Rodríguez. Más recientemente tenemos un TLC legitimado por una mayoría ridícula y los gigantescos escándalos de corrupción. En la última década los políticos simplemente le dieron una patada a la cultura de diálogo y negociación existente en el país y se dedicaron a imponer su propio proyecto de clase, de golpe y a la fuerza, sin esconder los grandes beneficios económicos que esto les traería. Sumado a esto, no hay que descartar un desgaste de las instituciones que constituyen el régimen, pues cada vez se hace más evidente que sus reglas terminan favoreciendo al grupito al que pertenecen todos estos personajes tan desacreditados frente al pueblo. La necesidad de cambio ha conducido a la crisis del bipartidismo y ha traído con mayor fuerza al escenario político a los partidos minoritarios emergentes, pero también ha traído una gran decepción, simbolizada en el abstencionismo. Yo por mi parte tengo muchas críticas para la institucionalidad, incluso para la electoral, y estoy segura que no soy la única en Costa Rica. No estoy de acuerdo en cómo se distribuye y se malgasta el dinero de la deuda política, ni con el tipo de campañas que se desarrollan. No me parece que de la Asamblea Legislativa salgan tantas leyes mal hecha (tránsito y violencia doméstica son evidencia de ello). No me gusta cómo se eligen los diputados y me parece inaudito que estos puedan separarse del partido ya estando en la Asamblea como si uno hubiera votado por ellos directamente. En fin, creo con todas las críticas que puedan hacer los costarricenses se podría construir en una reforma interesante que pueda ayudar a renovar nuestra debilitada democracia. La crisis del bipartidismo, causada por sus mismos protagonistas, marcó el inicio de un proceso de cambios importantes en la política costarricense que aún no acaba de desenlazarse. Lo que es evidente es la urgencia de repensar nuestra democracia y darle un enfoque nuevo a nuestro proyecto de nación, para que sea más inclusivo, participativo y justo. En esto el papel de los partidos emergentes debería ser protagónico, pero aun brillan por su ausencia los líderes capaces de llevar el proyecto a cabo. Por el momento, la democracia costarricense seguirá tambaleándose hasta que surjan verdaderas opciones y eso de votar por el menos malo pase a la historia.
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