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El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, en medio de otras acepciones, indica que tolerancia es «f. Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.» (www.rae.es), lo cual ha sido congruente con los discursos políticos y religiosos que en un acto casi de «bondad humana» hacen un llamado de tolerancia a lo diferente…
Pero, ¿será la «tolerancia» la virtud humana requerida para convivir en sociedad?, ¿será una virtud? En una conversación, de esas ligeras que puedes sobrellevar de forma amena, intercalada con otros temas; tal vez hasta inconclusa en sí misma; que en días pasados tenía con maravillosas amistades; mientras divagábamos sobre la «existencia del cangrejo» como fórmula para pasar un rato armonizado con risas y debates ideológicos, como remedos filosóficos para «arreglar el mundo» que nos agobia o nos incomoda; lanzaban al centro de la mesa el tema de la tolerancia y el subtexto que le acompaña.
Y es que «tolerar» supone, según analizaban, marcar la diferencia, porque decir que te tolero o tolero una situación concreta supone, en este análisis, permitir que coexista conmigo pese a que es inferior, nocivo, poco creíble, extraño, anormal… diferente. ¿Será entonces que le cambiamos el significado a la palabra, su sentido como derivación de las virtudes cardinales? Digo, ¿por qué tengo que tolerar a alguien o a algo? ¿Es la premisa de la tolerancia la emisión de un juicio de valor? O lo que es lo mismo, ¿es la tolerancia una consecuencia «bondadosa» de etiquetar a alguien, un autoengaño cristiano para «amar» aquello malo o demoníaco que «dios» -y me disculpan la licencia- colocó en la Tierra para enseñarme a amar a mi prójimo, solo porque con él tengo que coexistir?; ¿o se trata de un autoengaño emocional para aceptar lo «anormal» que deambula a mi lado por las calles? Finalmente, si más bien comprendiéramos lo diferente, aceptáramos lo diferente, asimiláramos lo diferente como norma social de convivencia ¿ocuparíamos de la tolerancia? Creo que no, ni siquiera sabríamos qué es diferente, digo, solo sería algo más en un menú de vida, en el bazar de rarezas que habitamos, en este universo temporal.Y es que, reabriéndose los debates políticos, religiosos o ideológicos, en general, sobre las uniones entre personas del mismo sexo, es impresionante escuchar a quienes se dicen voceros representativos de diferentes grupos, por autoridad o por designación, realizar e intentar sustentar oposiciones absurdas al amparo de lecturas bíblicas rebuscadas y alejadas del Amor Divino, o interpretaciones constitucionales que en nada concilian los principios humanos que ostentamos todos los seres por igual.Al final, algún tímido buscador de votos populares, se arriesga a decir, en medio de su rechazo a las luchas de reivindicación social del amor de las minorías, que lo propio es tolerar los estilos de vida alternativos con los que personas del mismo sexo eligen al objeto de su amor.
Particularmente, me he cuestionado, al estilo de Milk -activista estadounidense-¿qué pasará en el momento en que aquellos miopes segregacionistas que han amado a voluntad a sus propios familiares, amigos, compañeros de trabajo, tiernas «viejitas» que cruzan con dificultad una calle; vean de forma diferente a esas valiosas personas que han dejado huellas en su vida, solo porque un día les descubran homosexuales? ¿Convertirán ese amor en «tolerancia», una vez que el horror haya superado sus ignorantes mentes y corazones vacíos? ¿O descubrirán que la tolerancia es un pretexto del odio, políticamente correcto y cristianamente merecedor de la «vida eterna», para seguir señalando a otros seres humanos tan valiosos, o más valiosos, que aquellos jueces moralistas que vedan la legalidad del amor, so pretexto de la defensa del amor? ¿Sabrán esos «vanguardistas tolerantes» que el amor no es normal?
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